Cuando creo en mi se que todo es posible, sin importar los tiempos y los años nuevos. Es un sentimiento de ser parte de ese todo universal, que me permite decretar lo que quiero ser aquí y ahora con voluntad y presencia.
Cuando creo en mi y acepto lo que soy se disípan las esperas, los mañanas y los despuéses, constructos mentales que programan mis esperanzas y expectativas.
Por eso, cuando dudo y no me la creo la mente de inmediato rellena ese vacío con prisas y tiempos, complicando así lo que simplemente pedía mi oportuna presencia.
Es así que si creo en mi y se que todo es posible me convierto en el rey que surca el tablero de los espacios, tumbando a mi pasar a los peones del tiempo, incómodos colguijes racionales que nos encarcelan con sus eternos cálculos y precisas exigencias.
Hay que sintonizar con los cíclos de la vida de la cual somos parte para encontrarnos en naturalidad y auténtica presencia. Es el sentimiento de esa certeza el que nos liberará de la ansiedad perpetua, producto de la programación lineal de logros y resultados amarrados con palabras y cifras, repletas de años, meses y cuantiósos días.
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