Wednesday 19 October 2011

¿Y nuestra identidad? (publicado en viveinteligente.org)

México ha sufrido una dramática transformación social en los últimos años, la cual ha marcado inexorablemente a la ciudad de Monterrey, afectando su identidad de forma considerable. No cabe duda que la excesiva corrupción, la ingobernabilidad y la violencia se han convertido en realidades cotidianas que la población todavía no ha logrado metabolizar en un sentido ciudadano. En esa línea, la crisis que experimentamos hoy pudiera decirse que es una de enormes proporciones, ya que la estabilidad social y crecimiento económico saludable de décadas anteriores parece haber llegado a su fin.


Nuestra cultura regia también venía reflejando sus contrastes, sí -pero todo dentro de lo tolerable-, dado que la ideología y poder empresarial privado en turno constantemente nos recordaban que sus proyectos consistían en tratar de paliar esos desequilibrios socio-económicos y culturales que son productos naturales del desarrollo y modernización de cualquier ciudad en expansión como ésta. La exacerbación de los excesos sociales que la política no logró rasurar, y que es causa principal de la debacle de nuestro proyecto colectivo, evidenció lo mal que estaba cimentada, no sólo nuestra identidad, sino la comunidad misma, que teóricamente es la base donde se monta cualquier idea social que comparte fines específicos. Entonces la acción colectiva común del regiomontano se ha visto limitada por factores que descobijaron aún más lo que nos unía, lo cual al parecer era más instrumental para llevarnos bien -pero superficialmente- y siempre y cuando las vacas estuviesen gordas.


Es por eso que hoy se abre una enorme oportunidad para aprovechar la reciente politización de la sociedad proyectada en protestas como las que se efectuaron recientemente en el palacio de Gobierno del Estado. Este descontento no sólo evidenció dicha politización y subsiguiente desplazamiento de energía ciudadana. También reflejó lo poco unidos que estamos como comunidad, dado que la característica principal de las marchas fue el señalamiento enjuicioso entre grupos sociales, que reflejan profundas diferencias de clase con sus visiones culturales correspondientes. Bajo esta óptica la idea de una sociedad civil actualizada, que pueda resistir a los embates de un país en crisis, parece tan lejana como la misma equidad económica tan añorada. Es por eso que Monterrey debe reconstituirse otra vez como identidad funcional, siguiendo el ejemplo de una sociedad civil sensible a esas realidades estructurales que nos arrojaron a esta incertidumbre de proporciones paranoicas. Lo que se necesita es una nueva adaptación colectiva. Pero ésta tiene que tomar en cuenta que la fragilidad y el fracaso de la identidad son el resultado de una comunidad fracturada, la cual con la protesta nos demostró la poca consciencia de poder público que potencialmente pudiésemos desarrollar.


Pero por otro lado, la gran ironía es que esta crisis sistémica nos muestra el camino lógico a seguir en lo que a la construcción de una nueva sociedad civil se refiere. Aquí incluyo la obvia recuperación de los espacios verdes y las calles –ambos vistos como baluartes fundamentales de algo entendido como el espacio público – lugar que se antoja como el principal foco de atención para marcar la novel agenda política de la sociedad civil regiomontana. La tarea más grande es que estos espacios se recuperen, pero no sin antes hacerlo de forma realmente cohesiva en sentido social, tratando con esto de terminar finalmente con el clasismo y etnocentrismo institucionalizado de algunos, en su afán de competitividad y liderazgo.


Redireccionar lo que somos colectivamente debe tomar en cuenta la reconstrucción (o finalmente la construcción que no se había logrado) de una comunidad funcional, lograda así por nosotros los que formamos parte de ella, y no sólo por los alcances limitados de ciertas políticas públicas de supuesta motivación solidaria. Hay que, de una vez por todas, trascender e incluir lo que por lo menos a nivel local no nos había permitido unirnos como comunidad. Sobre esto podremos montar la identidad colectiva -cualesquiera que ésta sea- incluyendo sus nuevos fines, intereses, valores y metas.


La nueva sociedad civil regiomontana pudiera organizarse en la búsqueda de una idea realmente incluyente, y no sólo en la utilización de su población en una búsqueda competitiva por ser ejemplo nacional y mundial. Reitero que no puede haber identidad ni sociedad civil que funcione sin comunidad primero. Por eso lo primordial es establecerla de modo plural y tolerante, donde las políticas públicas y las relaciones sociales tomen en cuenta a todos los habitantes en su formato ciudadano, y no nada más por su capacidad laboral o de relativo bajo costo operativo.


A la sociedad civil regiomontana le tocara buscar un orden de factores desde donde se busque proponer, y no sólo defenderse de los embates sociales que muy factiblemente seguirá sufriendo nuestro país en su afán, también, de redefinir lo que lo es hoy, y lo que lo definirá en un futuro no muy lejano.

Friday 7 October 2011

La Honestidad es inteligente

Las palabras suelen arrastrar sus raíces a través de ese viaje de significados que sostienen nuestros mundos simbólicos. Aquí podemos colocar el concepto de inteligencia, el cual en su etimología latina refiere a la capacidad de discernir entre dos alternativas. Pero comoquiera que sea, el devenir del término ha sido uno de empujones conceptuales, que lo llevó a consolidarse en la modernidad como uno que postulaba el entendimiento racional de las cosas. Con esto se lograba puntualizar que la inteligencia era la capacidad mental de comprender el mundo y sus fenómenos; facultad determinante para la civilización, y por ende un seguro aliado en el trayecto hacia el continuo progreso humano. El coeficiente intelectual (IQ) sería en esta línea, la lógica coronación de una mente que mediante la inteligencia evalúa el mundo de acuerdo a estadísticas y exámenes psicométricos que lo corroboran.

Pero nuestra era ha sido testigo del continuo juego de intereses que busca redefinir la inteligencia humana, ya que para muchos ésta no debiese ser monopolio de la razón, de la mente, ni mucho menos de una identidad egocéntrica – en su afán de progresar a toda costa – así como la muy ‘racional e inteligente’ ideología Nazi lo demostró. Es por eso que surgen nociones alternativas como el de las inteligencias múltiples que sí toman en cuenta a las facultades mentales, pero que incluyen otras de carácter corporal (como el baile), o las interpersonales y sociales. La inteligencia emocional, por ejemplo, también identifica a la razón, pero ulteriormente coloca a las emociones y su manejo efectivo, como la base de la inteligencia.

¿Me pregunto si podrá postularse algún concepto que abarcase otros aspectos inteligentes? Esto porque la vida contemporánea nos exige muchísimo más que conducirnos únicamente a nivel personal. El mundo público no debe componerse solamente de actitudes racionalistas de individuos utilitarios que buscan lo mejor para ellos, tomando a diestra y siniestra del espacio público y social que nos concierne a todos. Es por eso que creo que existen virtudes que no sólo son inteligentes, sino que ayudan a desarrollar nuestra esencia en la comunidad y con el medio ambiente del cual todos participamos.

La congruencia es una actitud y un valor, pero también es una especie de puente que une el mundo privado personal con el público colectivo. Es por eso que la observación consciente de nuestras conductas puede gradualmente homologarlas en unísono, ya que el hacer y el decir públicamente lo que se piensa en privado es de gran ayuda para todos, incluyendo a nosotros mismos. Esta actitud no solamente es más placentera, si no que también es más razonable y emotivamente sustentable en un sentido holístico. Si yo estoy bien y lo expreso, en conjunción con otros en un medio ambiente sano y limpio, es factible que el espacio compartido sea más conducente a cosas aun más positivas.

Pero la gran ventaja de la congruencia es que también es la puerta que nos conduce a la honestidad – una de las virtudes compartidas por casi todas las culturas que han formado parte de nuestra historia civilizada. La honestidad como virtud representa la armonía y la síntesis de esos opuestos privados y públicos que tanto nos dificultan la construcción de un espacio en donde se puede verter nuestra participación. Cuando se logra ser honesto se ha llegado a un punto en donde Se Es, y se actúa acorde sin mayor esfuerzo. Nuestras conductas son transparentes porque surgen de un centro limpio y certero – una excelente posición desde donde podemos expresar nuestra esencia. Ulteriormente el ciudadano honesto se convierte en un espejo que le sirve a otros para cimentar su potencial camino hacia esa misma congruencia y honestidad.

Para entender la relación entre congruencia y honestidad podemos usar la metáfora del Yin Yang chino. Esta proyección de los géneros opuestos – pero complementarios – representa una dualidad congelada en el tiempo, que de forma didáctica explica la interrelación de las cosas a una humanidad necia en verlas de forma separada y dualista. Este símbolo de reciente popularidad en occidente sirve para explicar cómo todo finalmente embona para acercarse al uno, característica de todos los fenómenos y cosas con las cuales nos relacionamos y de las cuales formamos parte. El Yin Yang realmente es un diagrama bidimensional con un pequeño grado de complejidad proveniente del concepto del Tao, o su equivalente en el camino medio budista – el cual con la suma del blanco y negro de forma dinámica en el color gris – nos demuestra cómo todo finalmente confluye en el uno, el lugar ideal de donde emanan virtudes de la talla de la honestidad. Es por eso que la honestidad no sólo es algo congruente por añadidura, sino que es una forma de vida realmente inteligente.