La sociedad se inauguró con el brujo y el jefe tribal, dando paso al Emperador y el Rey, hasta llegar al día de hoy con los presidentes nacionales. La figura única -como representante de la colectividad- sólo se ha mantenido vigente gracias a su 'poder' de convencimiento. Dicha 'alquimia política' ha sido una labor cada vez más difícil, ya que las sociedades que los nombrados únicos presumen liderar no han parado de crecer en complejidad y números, desde que inventamos la civilización para salvarnos de la indomable naturaleza.
Por eso el sistema se ha visto forzado en desarrollar tecnologías perpetuamente en afán de refrendar a una persona al frente de todo. Paradójicamente al mismo tiempo que se perfecciona la parafernalia monotemática aumenta la cantidad de personas que toman las decisiones, efectivamente amasando el poder real detrás de las apariencias.
Es así como el mito del líder único ha transitado, desde la antigua utilización de la escritura, al abuso de las estatuas y los bustos politizados romanos, hasta la actual proliferación de la televisión.
Todas estas tecnologías en su momento han ayudado al Estado para galardonar al 'ejecutivo' como supuesto mandón de las masas. En esta línea , una sociedad compuesta por millones de personas como la nuestra sólo entra en contacto con su presidente a través de la TV, mientras que las pequeñas tribus que en algún lugar sobreviven se dan el lujo de conocer a sus jefes en persona.
Por eso es que la polémica, el chisme, y el protocolo se vuelven necesidades orgánicas para sistemas como los nuestros. Si el presidente no hace ruido en TV nadie se entera que existe. Dicho de otra forma, los medios de comunicación no sólo abren un espacio de representación para los políticos. Los medios de comunicación CREAN la política como realidad social en la consciencia del público. Es así como la TV logra robar tanto de nuestra atención para enfocarla sobre la narrativa de una sola persona.
Cada avance en tecnología ofrece más poder de difusión al líder. Sin embargo, lo más irónico es que dicho poder de divulgación orilla al 'ejecutivo' a actuar con suntuosa perfección, ya que de lo contrario su imagen puede ser destruida en unos segundos.
Un show televisivo mal manipulado puede enfrentar a la fantasía protocolaria con la realidad, como vimos con las vociferadas protestas en contra del presidente mexicano en Canadá, espectáculo que sirve para comprender la actual relación entre la clase política y la ciudadanía.