De entre todas las explicaciones de el por qué un espíritu inmaterial y trascendente se materializa (en lo que algunos llaman 'creación') la que más me atrapa es la que coloca al deseo como el motor de la existencia.
El deseo nos ha acompañado desde nuestro pasar por el primigenio reptil -guiado por impulsos automáticos- hasta el emocional mamífero que convirtió al irreflexivo instinto en deseosas expresiones de afecto y apareamiento.
En esa línea de la evolución del deseo el ego humano sería una facultad que acumula las posibilidades anteriores dentro del inconsciente, pero que encima de ellas monta la capacidad (sapiens) para diferir y retardar esas facetas más arcaicas del deseo del que estamos compuestos y que irónicamente es la conexión con el todo.
En este esquema el libre albedrio puro no puede existir, ya que la base primitiva reptil-mamífera, con su genética y biología, condicionan nuestra conducta y decisiones humanas.
Sin embargo, ésta aparente fragilidad -de un ego motivado por el deseo- es nuestra fortaleza más encubierta, ya que no sólo nos permite indagar sobre nuestro hilo conductor espiritual, si no que también nos da la oportunidad de manejar el intrínseco deseo a nuestro favor.
Esto porque el ego nos posibilita el administrar y dosificar los deseos de acuerdo a las circunstancias que enfrentamos. Es así como podemos soltar al deseo para reproducirnos mediante la sexualidad, o también como lo justificamos para apropiarnos de las cosas materiales de la naturaleza para sobrevivir y hacer cultura.
Por último, y no por eso menos importante, es que ese mismo deseo puede transmutarse en creatividad, siempre y cuando sublimemos los impulsos e integremos las emociones donde se ancla la tan pesada y requisitosa memoria humana.
La ironía de un ego 'trapecista' -que nos dirige forzado entre distintos grados de deseo- es que al final es el mismo conducto, la puerta de salida para los actos que nos distinguen como personas únicas.
Por eso ten cuidado que tus deseos, fantasías e ilusiones insatisfechas no se estanquen y se petrifiquen en el ego.
Mejor actúa con la consciencia deseosa de que al compartir tus creaciones las liberas de ti mismo, con ello agradeciéndole al motor de la existencia y la evolución espiritual que te anima de vida.
Ulteriormente, la autenticidad no es más que el ego puesto al servicio de la creatividad más intima, el conducto que une al corazón con el producto de sus creaciones.