Nuestra cultura construyó una idea de dios separada a nosotros mismos, muy distante y solo imitable en ejemplo pero no en posibilidad.
Para ello se propuso a la fe para permitir al usuario imaginar un encuentro con su supuesto progenitor, padre ausente a quien se responsabiliza de tanto lo bueno como lo malo de la vida.
Lo curioso es que se le exige al creyente que profundice su fe cuando la realidad se complica, lo que no es más que justificar lo sucedido como parte de un plan mayor y un sacrificio utilitario, con frases como ' todo pasa por algo en la viña del señor'.
No obstante, ésta esperanza humana hecha mitología de fe, equivale,
en términos psicológicos, a una irrupción de las emociones en la razón,
donde se justifica inconscientemente lo que nos rebasa mentalmente para
satisfacer a nuestros sentimientos, para que así retomemos nuestra
rutina lo antes posible, con ello eliminando la incertidumbre, la
protesta y la inacción de nuestra complaciente cultura.
Por otro lado está la magia para vivir a dios en carne propia. No como algo ajeno a nosotros, si no como algo que nos conforma por dentro y afuera, tanto en posibilidad como expresión y autentica presencia.
Aceptar y creer en la magia es reconocerse uno con el espíritu, que es más un hotel de varias habitaciones que un aduanal que divide y separa las fronteras entro lo real y lo imaginario.
Magia es saber que cuando se cierra una puerta siempre se abre otra, con la certeza de que el universo nunca deja espacios vacíos cuando de poderosas intenciones se trata.
Magia es tomar las riendas de tu destino para no tener que depender de la fe para lamentarte, mientras esperas eterna y ciegamente a la promesa de juicio final donde se perjura felicidad y plenitud para todos.
La fe es apenas un antifaz para una cultura obsesionada con las separaciones y los dualismos, mientras que la magia es la comprobación y la participación en la dichosa divinidad, disponible sin miedos, mitos ni fantasías salvacionistas para los que estén dispuestos a reconocerla en su vida.
Por otro lado está la magia para vivir a dios en carne propia. No como algo ajeno a nosotros, si no como algo que nos conforma por dentro y afuera, tanto en posibilidad como expresión y autentica presencia.
Aceptar y creer en la magia es reconocerse uno con el espíritu, que es más un hotel de varias habitaciones que un aduanal que divide y separa las fronteras entro lo real y lo imaginario.
Magia es saber que cuando se cierra una puerta siempre se abre otra, con la certeza de que el universo nunca deja espacios vacíos cuando de poderosas intenciones se trata.
Magia es tomar las riendas de tu destino para no tener que depender de la fe para lamentarte, mientras esperas eterna y ciegamente a la promesa de juicio final donde se perjura felicidad y plenitud para todos.
La fe es apenas un antifaz para una cultura obsesionada con las separaciones y los dualismos, mientras que la magia es la comprobación y la participación en la dichosa divinidad, disponible sin miedos, mitos ni fantasías salvacionistas para los que estén dispuestos a reconocerla en su vida.