Definitivamente se vino abajo el supuesto orden que daba continuidad a la República Mexicana. El problema de la inseguridad no es mas que el violento reflejo de la realidad que nosotros mismos hemos creado y una lección sobre el profundo cambio que tiene que dar el país para recuperarse a si mismo.
Los actores de este drama son varios, pero todos actúan dentro del país. Primeramente son los gobiernos los responsables no nada mas de la autoría de su propio privilegio, si no de también del perpetuar este mismo a niveles que polarizan, no nada mas económicamente, si no que generan un vacío social y cultural prácticamente insalvable para muchos de los gobernados. Para ejemplo no hay que ver más allá de nuestro sistema educativo.
Otro actor es una parte del empresariado, que al deshacerse de una fracción de su fuerza laboral al sentir los estragos de la crisis económica, nos muestra lo falso y superficial de su supuesta consigna de emplazar a la “Responsabilidad Social” como eje de su columna vertebral que teóricamente funcionaria como contrabalanceo a sus practicas monopólicas. ¿Que papel jugó el “capital humano” en esta película?
Y que decir de la Iglesia, institución que se ha encargado de legitimar las abismales diferencias en pro de una mejor vida posterior, solidificando así, el orden social y justificando el despilfarro de las élites de las cuales ellos forman claramente parte.
La lista de contribuyentes a esta causa no podría completarse sin la actuación más que dramatizada de los medios de comunicación, que con la realidad novelada que proyectan, buscan acolchonar el descontento social con una narrativa que puede interpretarse de manera simplificada como “No importa si no estas con los de arriba mientras no pierdas tu dignidad y tus valores”, mientras simultáneamente intentan hacerle ver a la masa popular que la vida de los que estan arriba no es más que un conjunto de superficialidades, calumnias y complejos.
La violencia que vive México se cierne sobre estos actores de manera inesperada, y pone en evidencia la coordinación tácita de estos mismos para mantener la hegemonía socio-cultural, política y económica de estos sobre muchas otras agrupaciones nacionales. Este conservadurismo anacrónico, que tilda a cualquier intento social y político de cambiar la composición social y de distribución de poder en la Nación como “retórica de izquierda”, también a considerado a la ignorancia del adversario como el eterno elixir de la estabilidad.
El “secuestro de la República” se dio mucho antes que la ola de secuestros que nos ponen en entredicho. La alternativa de la violencia no es más que el reflejo de una frustración colectiva de distintos grupos de la sociedad mexicana que no han logrado participar en la movilidad social tan discursivamente articulada por la cúpula. Estos grupos han aprovechado las actividades ilícitas para lograr acceder a esos niveles de vida de los cuales las élites se jactan perennemente de ostentar, mismos que en la realidad practica y cotidiana no están dispuestos a compartir. ¿Será esto todavía, a estas alturas del siglo XXI, legado de la Colonia?