Esta amenaza a Venezuela es la última de una serie de agresiones que los Estados Unidos ha lanzado contra potencias petroleras bajo el pretexto de terrorismo o narcotráfico, a partir de la caida de las Torres Gemelas.
En esa línea el insensible Donald Trump no sólo busca distraer a la opinión pública de su mala actuación frente el Coronavirus. El solo cumple su rol al frente de un país cuya política exterior amarra a la energía con la guerra y la finanza.
La urgencia de los EUA por apoderarse de las mayores reservas de petróleo del mundo en Caracas tiene que ver con tres factores centrales. Primero, amortiguar el golpazo que les propinó el bajo precio del petróleo a su industria de fracking, la cual en los últimos años convirtió a la nación en la principal productora de petróleo. Un barril de petróleo de fracking cuesta mucho más que uno tradicional, por lo que un precio de 20-30 dolares no les permite operar sin contraer más deuda. De hecho, mucho de su producción ya depende de los prestamos de la banca de inversión, por lo que salvar al fracking es salvar a uno de los brazos financieros de Wall Street.
Segundo, evitar que China y Rusia se apoderen del petróleo venezolano, sumándolo así a sus enormes reservas para utilizarlas como arma para contra balancear el poder geo político y energético de los EUA en el mundo.
La tercera y más existencial es mantener su hegemonía sobre el petróleo, ya que ampara a su moneda como reserva global y a su vez como arma geo política. Sistema que le permite imprimir dinero y convertirlo en deuda para subcontratar la producción y adquirir las materias primas de aquellos que dependen del dolar para sus economías.
Las cosas en el tablero geo estratégico cambiaron desde que China se convirtió en el principal consumidor de petróleo y el quinto productor del planeta, lo cual sumado a la perdida de poder estadounidense en Medio Oriente, ha permitido a Arabia Saudita mayor flexibilidad en cuanto a sus operaciones. En pocas palabras, EUA ya no cuenta con la lealtad absoluta de Riyadh, ciertamente una de los motivos principales detrás de la obsesión de Washington por el liderato petrolero.
Los poderosos arabes no necesariamente tienen que tener una alianza con Rusia para estar interesados en destruir a su principal competencia, el fracking de EUA.
Por su lado los presidentes de EUA ya no pueden seguir con aquella política electorera de petróleo y gasolina barata, por el simple hecho de que un precio bajo afecta directamente la salud de sus frackeros en casa