Después de tanto tiempo de encierro aquella excitante oportunidad de reflexión y auto conocimiento pierde sentido, brillo y tentación.
Paso los días escarbando emociones y recuerdos pasados, sólo para encontrar más sedimento de esperanzas futuras que no me dejan vivir el presente, ese que supuestamente abundaría durante la susodicha cuarentena.
"Debo estar estresado", me digo repetidamente, por lo que apago feisbuc y el mentado celular, cadenas que pesan más durante mi obligado estacionar.
Llego a un grado de miedo que acabo creyendo que tengo que quedarme en casa embarrándo de ocio la cama, atravesando las barreras de lo digno y lo civilizado, ya que mi individualidad es dizque incapaz de enfrentar al pinche virus.
Recurro al yoga, intento meditar, le ordeno a mi mente acallar, pero todo es inutil. Busco la presunta autonomía espiritual, esa que mis compañeros cibernautas aseguran está detrás de la mundana rutina, la cual honestamente quisiera reactivar. Es ahí cuando caigo en cuenta de porque esa incomoda viborita no me deja relajar, para poder accesar esos elevados niveles de consciencia yóguica, que habría tenido que alcanzar ya a 45 días de encarcelamiento.
Y entre sollozos y desplantes y luchas con la almohada reconozco que no es apagando mi celular ni obligándome al misticísmo secular que lograré mantener la cordura.
Es mi libertad, si, mi libertad de poder decidir hacer todo eso y mucho más cuando me plazca, que me doy cuenta no solo me hace falta, si no que me urge recuperar.
Concluyo que la auto reflexión forzada no es reflexión ni mucho menos auto conocimiento, ya que cualquier cosa que tenga que forzar no vale la pena intentar. Mi propia decisión de reflexionar es la esencia de mi bienestar. Lo único que vale la pena vivir para compartir con otros seres libres en la calle, ahí donde el espíritu se vuelve materia y auténtica confluencia.
No comments:
Post a Comment