Tal vez los separatistas tengan razón. La nación es una idea romántica de siglos pasados. Una grandiosa excusa para centralizar el poder burocrático en una capital lejana e insensible a los asuntos locales y regionales.
Proyecto que tal vez tenía sentido cuando había menos gente con costumbres tan distintas como ahora, realidad super tecnológicamente avanzada que permite a los grandes capitalistas sin bandera esconder sus ganancias muy lejos de casa.
Entonces, si la justificación para convertir a un estado del actual México en un país en si mismo es cuestión de dinero e impuestos, ¿para que los queremos a ellos como burócratas locales usando las mismas estrategías de poder de la arcaíca nación, seduciendo a la ciudadanía neolonesa, coahuilense, tamaulipeca y jalisciense, a separarse en torno a sus identidades y valores distintivos como culturas propias?
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