La más reciente visita del Papa Ratzinger a
México el pasado marzo sirve como un calibrador para comprender mejor el
momento crucial por el que la sociedad mexicana atraviesa. Por una parte, esta
cargada de contenido simbólico, ya que ha sido utilizada con la clara intención
de legitimar a una clase política que ha ampliado la brecha entre los que
tienen y los que no tienen a niveles alarmantes. Por otra parte, el líder de la
iglesia católica toma el papel de actor principal en un esfuerzo muy bien
orquestado para mantener a la población en un estado de conciencia mágico y
mítico, al “entontecer” el espacio de representación y discurso público, con la
intención encubierta de alejarnos de la argumentación política.
La visita parece haber enardecido la
controversia entre algunos sectores de opinión pública con respecto a lo
inadecuado de la representación, ya que varios candidatos postulados para el
cargo no han malgastado su oportunidad de lucrar con el capital político que ha
resultado de la ganancia inesperada de la visita. Están luchando por
presentarse a sí mismos como guerreros cruzados del bien, y el tomar posiciones
moralistas es parte de su continuo desempeño.
Los principales contendientes están
compitiendo para posicionarse como redentores al tratar de aproximarse
personalmente a la gente, quienes juegan su propio papel en el juego al
enfatizar las cualidades personales de los candidatos y, por tanto, hacen que
el aspirar a un análisis profundo sea fútil desde el principio. Esta ha sido
una gran oportunidad para ver como la moralidad triunfa sobre la razón cuando
se trata de entender la psicología de los votantes. En última instancia, esto
ejemplifica la importancia de la política de la identidad en México; en donde
el enfoque personal, étnico, y de valores; son más importantes que la ideología
en sí.
Algunos de los problemas estructurales que no
se están debatiendo son: la guerra civil en curso - incluyendo el deslizamiento
hacia una sociedad autoritaria y de vigilancia, el fracaso del neoliberalismo y
la crisis financiera global, la economía doméstica, la movilidad social, el
tamaño de la burocracia estatal (la cual ha crecido a casi 1/3 del gasto del
PIB), el fracasado sentido de comunidad e identidad nacional, la mala
representación política, la ley y el orden, la consolidación de estructuras de
poder de facto (medios, fuerzas armadas, sindicatos, grupos de mafia, la
Iglesia Católica), la creciente privatización de los espacios públicos, la
degradación ecológica, la democracia y el republicanismo, etcétera.
Estamos en escasez de ideas dignas de
contravenir el esfuerzo discursivo del alto mando para contener un caos social
total. En este sentido, el esfuerzo de las relaciones públicas con su “guerra
del narco” ha fallado en convencernos de que la paz podría estar a la vista,
especialmente cuando las matanzas no han disminuido (se encontraron 49 torsos
en Cadereyta, Jiménez, un municipio cercano a Monterrey, Nuevo León). Además,
ahora es evidente que un aparato de “seguridad” (con el subproducto de una
cultura del miedo) se esta configurando a nivel nacional, uno que ha lesionado
las libertades civiles en un cierto grado.
Un recuento experiencial de los sucesos
locales en Monterrey
La presencia de la policía y el ejército se
ha quintuplicado. Las calles están siendo patrulladas día y noche, los retenes
militares se apuntalan en todas partes. Helicópteros vuelan de aquí para allá
en todo momento, y lo hacen a muy baja altitud; los centros de vigilancia y las
cámaras son ahora comunes tanto en los sectores públicos como privados. Las
empresas de seguridad y los convoyes de guardaespaldas son de uso común de la
opulencia, y muchas zonas residenciales de clase alta se están transformando en
“guetos post-modernos”, donde los residentes se encuentran seguros dentro de
complejos vigilados.
Un buen ejemplo de esta cultura del miedo en
términos prácticos ha sido la disminución del estatus de Monterrey como un gran
lugar de entretenimiento nocturno. Es seguro decir que la asistencia ha
disminuido por lo menos a la mitad; por tanto, el derrame económico y las
alternativas de entretenimiento han sido dramáticamente coartadas.
A nivel nacional, la legitimidad del Estado
esta en trizas, al menos para una buena cantidad de mexicanos, y
definitivamente para los observadores internacionales. El conflicto interno por
el que atravesamos (incluyendo algunos que lo llaman una guerra civil) es un
reflejo de una injusta distribución del capital económico y cultural. Siglos de
negligencia social están saliendo a la superficie en forma de rebelión, y
aparentemente nuestra clase política no esta prestando atención.
Además, la fabricación y el sostenimiento,
por parte de los medios de comunicación
-feudalmente interconectados - de un “cuento de hadas” esta perennemente
obstaculizando el debate público. Los problemas sociales reales ya no pueden
quedarse al margen o eludirse. Una manera funcional de enmendar a la comunidad
- al abrir alternativas de movilidad social y desarrollo - tiene que emerger
para plantear una esperanza de paz y prosperidad para la nación.
juancarlosguerra - mayo 2012