Thursday 30 May 2013
Tuesday 28 May 2013
Sunday 26 May 2013
Thursday 23 May 2013
Tuesday 21 May 2013
Sunday 19 May 2013
Thursday 16 May 2013
Tuesday 14 May 2013
Monday 13 May 2013
Saturday 11 May 2013
Deposita aquí tus esperanzas
‘Dime como reclama tu pueblo y te diré cómo son tus dirigentes’
- Gerardo Dayub
Quiero
empezar por separar la estética del deporte que entendemos como el futbol, del fenómeno
del fanatismo que enloquece a millones de espectadores alrededor del mundo. Existen
países en donde la adicción a las
‘emociones’ que se desprenden de patear
una pelota superan por mucho a las de
nuestro país, con ejemplos como Argentina e Italia.
Pero
esto no le quita el hecho de que la interpretación y vivencia de este deporte
se ha convertido en un fenómeno con
ramificaciones psicológicas y sociales para la comunidad, particularmente en
Monterrey. El clásico regiomontano ha
venido ‘evolucionando’ para convertirse en el epitome de nuestra cultura,
justificado en que supuestamente representa un momento de sana diversión, en
donde la competitividad y la superación son lo que se enfatiza.
La
verdad es que detrás de la etiqueta del futbol como deporte, se encuentra la antropológica lucha
humana por sobreponerse al enemigo - al diferente -, lo cual históricamente ha desembocado
en los tribalismos de clan y de nación
bajo los cuales hemos organizado nuestras existencias. En ese sentido, el
futbol es una especie de guerra sublimada. Y solo es bajo el hechizo de un
momento denominado ‘Gol’ que temporalmente se le permite al individuo exorcizar todo
esa frustración que ha sublimado de su consciente, la cual
inconscientemente le depositó a su equipo.
El
futbol es la mejor forma de entender como opera la política. El político crea
divisiones para después unirlas, pero siempre busca mantenerse como el unificador,
para con ello perpetuar su relevancia. En el caso de las identidades locales - como
la del regiomontano - el futbol funciona como repositorio de las proyecciones individuales y colectivas. En
pocas palabras, las necesidades de pertenecer a algo mayor a nosotros mismos es
obstaculizado por la de otros de hacer los mismo, y por eso les atacamos. El
futbol, como se vive aquí, no canaliza las pasiones ni pacifica a la gente.
Todo lo contrario, exacerba las pasiones y concentra la alienación social de
muchos, en función de la fijación de sus expectativas de vida en el grado de
veces en que una pelota acaricia las redes.
Mas aun,
este espectáculo se ha vuelto en una de los mejores escenarios para observar la
gradual pero segura privatización de todo lo que se aparece en el camino hacia más de lo mismo. Por eso los bosques,
los espacios públicos y la paz de muchas familias son solo apéndices en la construcción
de futuras narrativas ‘emocionantes’ para la comunidad.
La hegemonía cultural que representa el futbol
es mayoritariamente privada, no pública. Que el futbol sea más importante que
ir a un museo, o gozar de actividades comunitarias incluyentes, es el reflejo
del grado en que hemos claudicado de lo público. Por eso es ahí - detrás de esa
pelota - en donde la cultura dominante coloca como prioridad los valores que
quiere para otros en el menú de sus exigencias. Al cabo todo juega a favor de la
mayor injerencia corporativa en nuestras vidas. Es así que en ausencia de una
cultura propia siempre seremos provistos de una. Pero claro, solo por una módica
suma. Es por eso que el
estadio es la caldera de la identidad, en done se cuece la división de la
ciudad entre dos marcas corporativas.
Esta enajenación
colectiva no solo es el resultado de causas como las descritas, si no que a su
vez se convierte en caldo de cultivo para los más antiguos experimentos de
control social. No solo la antigua Roma
estaba plagada de pan y circo, nosotros hoy jugamos aquí lo mismo. Pero la
peculiaridad del México de hoy es uno en donde el Estado aprovecha para delinear
su dura presencia, capitalizando la focalización de la atención sobre un evento
para mostrar el derroche de dinero público, en supuesto afán de prevenir la ‘inseguridad’
social. Este es un juego igualito que aquel, pero sin pelota. Pero en esta versión el que pierde somos nosotros, chivos expiatorios sacrificados en el asunto.
En vez de
reconocerse como el termómetro de la inconformidad social de muchos, el evento
sirve para que el Estado se muestre como una fiera, la cual esta ahí en supuesta
defensa ciudadana. Pero yo me pregunto, ¿por qué le permiten decir lo que
quieran a los medios de comunicación, mismos que no pierden tiempo ni dinero para dividir aun más a la gente? ¿Por qué
permiten que se lubriquen aun más las
pasiones con el constante flujo de la droga social (alcohol) que más exacerba
la violencia?
La excusa para
estar incrementando la seguridad es que la gente no sabe controlarse. ¿Pero a
poco eso justifica el estar gastando millones en cada vez más hombres armados y
cámaras y helicópteros de vigilancia? ¡Somos una sociedad que ha venido
aceptando la violencia como algo natural! Pero en vez de tratar de entender las
raíces del odio, preferimos seguir paliándolo con superficialidades.
Wednesday 8 May 2013
Monday 6 May 2013
Thursday 2 May 2013
Wednesday 1 May 2013
Humanitarian interventionism and the elusive peace
‘Facts are not repressed but their perception is
suspended to make room for the assigned meaning.’
-
Edmund Husserl
Once again the American battle drums are being
beaten for a ‘humanitarian intervention’ in the Syrian civil war. The excuse is
very well known. It is a rerun of the ‘weapons of mass destruction’ discourse. But
we know what lies behind this farce. This
new postmodern crusade is being fought for the sake of energy and free markets.
By pointing out and emphasizing Syria’s people
as victims it then becomes easy to make them conventional and temporary symbols
that justify intervention. But this end-means rationality has backfired on
numerous occasions, as shown in Afghanistan, Iraq and Libya. Substantial evidence
has piled up in order to safely claim that the original intention of meddling
in foreign lands is dysfunctional and illegitimate. This is because intervention
on humanitarian grounds has always another side to the coin, that of installing
a western ‘democratic’ way of life in the countries and regions which are
‘saved’ from their own selves. Postmodern crusaders have substituted the
symbols to justify their motives, but their haphazard intentions remain the
same. And the effects are plain for
anyone to see. A social conscience and the guts to jettison your television set
suffice, in order to be able to separate the truth from mass propaganda.
When it comes to achieving objectives anything
holds, even supporting rebels of the caliber of Al-Qaeda. But we must not be
surprised by this neo-realistic use of mercenaries to accomplish foreign tasks.
We can recall the support by the USA of Islamic Mujahideen elements back in the
1979 Afghanistan war against the USSR. It was those same ‘rogue insurgents’, as
they were later rebranded, that emigrated and rearticulated their struggle
throughout crisis prone countries - ranging from Bosnia, to Chechnya and Syria
itself. In this sense, supporting terrorism has only bred more of it. Therefore,
this represents a very awkward and contradictory way of inflaming the causes on
which to further justify the war on terror - surveillance and defense strategies - that
has spun the American military-industrial-complex out of proportion, and which
has limited civil and constitutional liberties on the way.
Facts, symbols and language itself is twisted
around to fit in convenient narratives. In this sense, the Syrian and Libyan
populations are victims, but Saudis and Bahrainis (western allies) who are perennially
repressed are insurgents.
Obama is in a quandary. He cannot set a bad
example for Iran and North Korea by being soft on regimes that have crossed the
‘red line’, as Syria´s purported use of Sarin gas could show. On the other
hand, he must not fall prey to Israeli pressure to intervene militarily, as
Uncle Sam is not a direct actor in the region.
Syria should not be next in replicating the Iraqi
WMD fiasco. If it does so the world will once again be witness to the removal
of a legitimate leader, in accordance to the practices of its own culture and
history. But most importantly, the United States must be very wary of being
tempted to repeat a support of the same ‘terrorists’ who in the near future
will make life miserable to the ‘liberated’ peoples of today.
The Syrian civil war is nowhere a glimpse of the
pseudo-democratic claims of the ‘Arab Spring’, as the west portrayed it. And
the main reason for this is that this new version of the Cold War has
transformed Syria into a land base for conflictive proxy interests, ranging
from Israeli animosity and Sunni hatred, to its justification as a pawn for the
balance of power and reestablishment of a sphere of influence for a resurgent
Russia.
The mustering of American forces to contain a
rising China and Russia is hampering a new multipolar world. Besides, a western neoliberal and corporate diktat
- which has no other allegiance besides money - is being forced upon other
emerging powers on the world stage. The corporate ‘civilizing mission’ means
imposing a liberal free-market dogma as a solution. This is why the array of
forces opposing this interventionist ‘humanitarian façade’ comprises a
convenient but necessary alignment of motley national and cultural interests. The
ideological struggles of yesterday have given way to a pragmatic defense of
common sense in the now.
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