‘Dime como reclama tu pueblo y te diré cómo son tus dirigentes’
- Gerardo Dayub
Quiero
empezar por separar la estética del deporte que entendemos como el futbol, del fenómeno
del fanatismo que enloquece a millones de espectadores alrededor del mundo. Existen
países en donde la adicción a las
‘emociones’ que se desprenden de patear
una pelota superan por mucho a las de
nuestro país, con ejemplos como Argentina e Italia.
Pero
esto no le quita el hecho de que la interpretación y vivencia de este deporte
se ha convertido en un fenómeno con
ramificaciones psicológicas y sociales para la comunidad, particularmente en
Monterrey. El clásico regiomontano ha
venido ‘evolucionando’ para convertirse en el epitome de nuestra cultura,
justificado en que supuestamente representa un momento de sana diversión, en
donde la competitividad y la superación son lo que se enfatiza.
La
verdad es que detrás de la etiqueta del futbol como deporte, se encuentra la antropológica lucha
humana por sobreponerse al enemigo - al diferente -, lo cual históricamente ha desembocado
en los tribalismos de clan y de nación
bajo los cuales hemos organizado nuestras existencias. En ese sentido, el
futbol es una especie de guerra sublimada. Y solo es bajo el hechizo de un
momento denominado ‘Gol’ que temporalmente se le permite al individuo exorcizar todo
esa frustración que ha sublimado de su consciente, la cual
inconscientemente le depositó a su equipo.
El
futbol es la mejor forma de entender como opera la política. El político crea
divisiones para después unirlas, pero siempre busca mantenerse como el unificador,
para con ello perpetuar su relevancia. En el caso de las identidades locales - como
la del regiomontano - el futbol funciona como repositorio de las proyecciones individuales y colectivas. En
pocas palabras, las necesidades de pertenecer a algo mayor a nosotros mismos es
obstaculizado por la de otros de hacer los mismo, y por eso les atacamos. El
futbol, como se vive aquí, no canaliza las pasiones ni pacifica a la gente.
Todo lo contrario, exacerba las pasiones y concentra la alienación social de
muchos, en función de la fijación de sus expectativas de vida en el grado de
veces en que una pelota acaricia las redes.
Mas aun,
este espectáculo se ha vuelto en una de los mejores escenarios para observar la
gradual pero segura privatización de todo lo que se aparece en el camino hacia más de lo mismo. Por eso los bosques,
los espacios públicos y la paz de muchas familias son solo apéndices en la construcción
de futuras narrativas ‘emocionantes’ para la comunidad.
La hegemonía cultural que representa el futbol
es mayoritariamente privada, no pública. Que el futbol sea más importante que
ir a un museo, o gozar de actividades comunitarias incluyentes, es el reflejo
del grado en que hemos claudicado de lo público. Por eso es ahí - detrás de esa
pelota - en donde la cultura dominante coloca como prioridad los valores que
quiere para otros en el menú de sus exigencias. Al cabo todo juega a favor de la
mayor injerencia corporativa en nuestras vidas. Es así que en ausencia de una
cultura propia siempre seremos provistos de una. Pero claro, solo por una módica
suma. Es por eso que el
estadio es la caldera de la identidad, en done se cuece la división de la
ciudad entre dos marcas corporativas.
Esta enajenación
colectiva no solo es el resultado de causas como las descritas, si no que a su
vez se convierte en caldo de cultivo para los más antiguos experimentos de
control social. No solo la antigua Roma
estaba plagada de pan y circo, nosotros hoy jugamos aquí lo mismo. Pero la
peculiaridad del México de hoy es uno en donde el Estado aprovecha para delinear
su dura presencia, capitalizando la focalización de la atención sobre un evento
para mostrar el derroche de dinero público, en supuesto afán de prevenir la ‘inseguridad’
social. Este es un juego igualito que aquel, pero sin pelota. Pero en esta versión el que pierde somos nosotros, chivos expiatorios sacrificados en el asunto.
En vez de
reconocerse como el termómetro de la inconformidad social de muchos, el evento
sirve para que el Estado se muestre como una fiera, la cual esta ahí en supuesta
defensa ciudadana. Pero yo me pregunto, ¿por qué le permiten decir lo que
quieran a los medios de comunicación, mismos que no pierden tiempo ni dinero para dividir aun más a la gente? ¿Por qué
permiten que se lubriquen aun más las
pasiones con el constante flujo de la droga social (alcohol) que más exacerba
la violencia?
La excusa para
estar incrementando la seguridad es que la gente no sabe controlarse. ¿Pero a
poco eso justifica el estar gastando millones en cada vez más hombres armados y
cámaras y helicópteros de vigilancia? ¡Somos una sociedad que ha venido
aceptando la violencia como algo natural! Pero en vez de tratar de entender las
raíces del odio, preferimos seguir paliándolo con superficialidades.
"Pero en vez de tratar de entender las raíces del odio, preferimos seguir paliándolo con superficialidades. " very nice indeed
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