Tuesday, 12 May 2015

La mancha voraz

‘‘El reino de la libertad se encoge ante la terrible lógica del capital’’

David Harvey (1935- ) teórico social británico 

El capitalismo neoliberal es la fuerza social más avasalladora que el hombre ha desatado, ya que pone en entredicho la gobernabilidad de cada vez más culturas alrededor del mundo.

El capitalismo acumula y redistribuye el capital, prácticas que se facilitan dentro de contextos urbanos, ya que favorecen la concentración de los recursos y la información, así como la centralización del poder y las técnicas para incrementar las ganancias.

Y aunque en el pasado existió una forma incipiente de capitalismo mercantil, no fue realmente hasta que nos terminamos de acomodar entre edificios que se consolidó la economía que hoy nos da significado. 

El Estado y la religión organizada presumen su influencia sobre el desplazamiento del capital, pero no logran dar alcance al sistema que endiosó al dinero sobre las demás virtudes colectivas. Su magia reside en cómo mesmeriza a los individuos y las colectividades por igual, haciéndoles creer que el dinero –la herramienta de control que más ha penetrado el cascarón de identidad del hombre– puede realmente llenar todos los vacíos existenciales del ser.

El neoliberalismo es el disfraz ideológico del capitalismo contemporáneo, que animado por su consumismo adictivo mantiene bien lubricado el interés de la gente. Estatus y movilidad social son sus promesas, comodidades que por siglos estuvieron disponibles sólo para la nobleza. Se nos dice que podemos ascender en lo social si adquirimos esos bienes y servicios que le son característicos a los nuevos héroes de la pantalla; las celebridades.

Según el clero de la mercadotecnia, no es necesario ser aristócrata para conectarse con los discursos  estéticos más refinados, ya que el consumo es revestido de emotividad para personalizar la experiencia y desarrollar el buen gusto. Lo que no se nos dice es que para integrarnos a esta vanguardia tenemos que duplicar o triplicar nuestra carga de trabajo, o en su defecto, someternos a la ‘fuentes’ de crédito para  canjear nuestra libertad por esa deuda perpetua que conduce al estilo de vida tan añorado.

El templo principal de esta nueva religión es la banca, la cual se aprovecha de nuestros deseos y necesidades para enriquecerse, y de paso  engrasar al resto de la maquinaria capitalista. Es tan potente que incluso ha conseguido sobreponerse a los gobiernos y a la comunidad que protegía. Es gracias a su inmenso capital que la bolsa doblegó a la democracia y las regulaciones del Estado. En cuanto a la identidad, el capital nos sedujo con fantasías de felicidad individual para arrebatarnos el sentido de pertenencia y el patriotismo.

La tecnología de la información catapultó al capitalismo, ya que gracias a ella logró brincarse las barreras geográficas y contextuales que lo limitaban a lo inmediato. Eso que llamamos globalización es en un sentido el recuento del paso del tsunami del mercurio capitalista. Este metal líquido absorbe  voluntades y empareja los gustos, ya que se apoya en la TV y su incisiva publicidad para masificarse. Juntos han logrado estandarizar la vida como ninguna otra creencia humana.

Con la computadora, el dinero se convirtió en meros dígitos, curioso trayecto de un mecanismo de intercambio que alguna vez valía por el peso de la piedra o el  metal en que se acuñaba. Es gracias a esto que el dinero digital puede navegar, especular y conquistar todos los confines del planeta.

El aceleramiento de los procesos socioeconómicos y culturales del capitalismo neoliberal nos hizo entes hiper competitivos. Es así que entre tanta rivalidad olvidamos a la comunidad que nos sostuvo por milenios, la cual está siendo arrasada por una de las maneras más jerarquizantes de todos los tiempos.   
La homogeneización y la estandarización han tenido efectos secundarios, esos chivos expiatorios llamados ‘‘pobres’’, quienes son postulados como amenazas al gozo materialista. 
La furia capitalista extiende cada vez más su mancha, succionando y despojando a la periferia endeudada, forzando a los que allí habitan a emigrar hacia los centros urbanos. De ahí emana la carne de cañón que mantiene bien alimentado el fuego de la bestia. 

El capitalismo neoliberal ha transformado ya el relieve de prioridades éticas y políticas de Occidente a un grado superlativo. Es así que las infracciones legales y los pecados religiosos han cedido en definitiva su lugar a las  culpas del deudor y sus penalidades correspondientes, convirtiendo a nuestra cultura en una apresurada y utilitaria. 

Habrá que ver como le termina de ir al emergente poderío del Estado fuerte asiático cuando digiera al neoliberalismo. Bancos poderosos ya existen, sólo falta acabar de hipnotizar a sus astronómicas poblaciones para coronar a las finanzas y sus deudas como ya hicimos nosotros.

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