"La historia de los imperios es la historia de la miseria humana"
-Edward Gibbon ( 1737 - 1794 ) historiador británico
Militarización, revueltas internas, dinastías en el poder, teatro electoral, politización de la religión; todas características del sistema político imperial romano, mismas que se repiten en las sociedades contemporáneas de EUA y México.
El siglo III de la historia romana marcó un declive profundo en la funcionalidad del Imperio, lo cual afectó de forma considerable a sus provincias. Para mediados de aquel siglo, el Ejército había tomado el control de la política, imposición que se escudó detrás de emperadores escogidos por las altas filas militares para con ello tratar de mantener la imagen de una gobernabilidad legislativa.
La analogía con lo que sucede en la Norteamérica de la actualidad aplica sustancialmente. Ambos países con eje en el Río Grande tienen autoridades representativas, pero en la práctica vemos cómo la creciente militarización de la vida social afecta las decisiones sociopolíticas de manera considerable. Es así como México se ha convertido en el principal comprador de armas, lo que nos tiene ya encabezando la lista de 39 naciones latinoamericanas. Por su lado, es cada vez más evidente que el Pentágono y sus filiales armamentistas apuntalan la política exterior del Imperio, haciendo quedar mal al –en teoría– Comandante de las Fuerzas Armadas. La mejor evidencia de esto son todas las promesas incumplidas de campaña del presidente Obama, quien para muchos es un títere de las corporaciones.
Después están las revueltas internas –símbolos de una rampante desigualdad– como las que nos asustan casi a diario de este lado de la frontera, las cuales espejean a las suscitadas de ese lado en Detroit, Ferguson, y las más recientes de Baltimore. Ambos peleamos guerras fratricidas contra los más desposeídos y los diferentes en raza, quienes carecen de una defensa tangible por no tener acceso a nada.
Washington no mantiene un Imperio territorial como el romano, pero el neomercantilismo financiero ha convertido al sistema de deuda en una forma de control monopólico. La casa imperial, los senadores y demás familias patricias no podían subirse a un avión privado, mucho menos cargando monedas que valían por su peso en el metal que se acuñaban. Muchos de los especuladores responsables de las crisis económico-financiera de ahora tienen el poder de transformar su dinero –ya de por sí valorado arbitrariamente– en dígitos canjeables en cualquier computadora.
Otra práctica con la que nos parecemos a los EUA es en eso de consumir sin producir mucho, ya que hemos abusado de la globalización para proveernos de materias primas y productos terminados. Existe el comercio bilateral, pero cada vez más dependemos de procesos y cosas que nos son enviadas desde esos mismos países hacia donde externalizamos lo que alguna vez fabricábamos en casa.
Y qué decir de las dinastías de poder. Por ahí andan los Clinton y los Bush de nuevo peleándose por el mando, algo muy característico de la decadente política romana. De este lado tampoco hay sorpresas. Entre Grupos Atlacomulco y demás dinosaurios, hemos concentrado el poderío en menos del 1% de la población, porcentaje que se jacta mostrando una riqueza por la cual, en muchos casos, no se trabajó para amasarla.
Para el teatro electoral no batallamos. Sólo hay que voltear a ver a la ristra de candidatos que nos hemos recetado para esta votación, la cual tiene entretenidas a las masas cual Coliseo romano. Con ello se nos disuade de las estructuras fallidas que subyacen, fracturas sistémicas de las que se nos distrae con un espectáculo mediático permanente.
La reaparición politizada de la ´magia´ religiosa no es casualidad, ya que esta estrategia cupular suele usarse para paliar las necesidades de una mayoría olvidada. Es cierto que la pobreza de EUA no es la de México, pero eso no quita el hecho de que el fundamentalismo Republicano ha llegado para quedarse. Ya sea por moralismo o mera conveniencia, nuestros vecinos están agitando el crucifijo y la Biblia de forma aterradora.
Nuestro país perdió parte de su territorio en el siglo XIX, pero no fue hasta 1982 que la primera vacuna crediticia del FMI infiltró nuestra soberanía financiera, dando inicio a la integración forzosa de nuestra nación como provincia del Imperio.
Es en este sentido que hay que entender la privatización de la banca y demás recursos naturales, el Tratado de Libre Comercio, la Iniciativa Mérida y la corporatización de ambos Estados. Los dos hemos perdido el control de la política pública, presionados por una bola de oportunistas que eliminaron el régimen constitucional para tratar de salvar un barco hegemónico que, por contingencia histórica, siempre está destinado a encallar.
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