'Un cambio siempre deja el camino abierto para el establecimiento de otros'
-Nicolás Maquiavelo (1469-1527) escritor italiano
La falta de representación política y los problemas macroeconómicos han debilitado la confianza en el Estado italiano.
Esto pudiere poner en entredicho al joven proyecto nacional de apenas 150 años, el cual comoquiera que sea, perdió su ímpetu debido al sacrificio en soberanía que fue necesario para ingresar a la Unión Europea (UE).
Algo similar sucedió en el pasado, cuando una confiada Iglesia medieval olvidó sus alrededores para priorizar la propagación de su catolicismo a escala europea, ya que para el Siglo XI había surgido un serio competidor a su poder ideológico y económico en lo que hoy es Alemania.
Este proceso tuvo dos efectos.
El primero fue contraproducente para la causa de la Iglesia, ya que la eventual consolidación de sectarismos como el Protestantismo Luterano irremediablemente dividió al continente en creencias, economías y sociedades distintas, apuntalando la derrota Católica. El segundo efecto fue positivo para los territorios que hoy conocemos como Italia, ya que su gente aprovechó el resquicio que se abrió mientras la institución religiosa romana (hambrienta de poder) se ocupaba de asuntos geopolíticos en otras latitudes.
De este contexto surgió el periodo renacentista, que vio desarrollar poblaciones urbanas y mercantiles en poderosas ciudades-estado como Florencia, Génova, Milan, Nápoles y Venecia.
Fue durante este periodo de competencia entre ciudades y regiones donde emprendió el mecenazgo, el mercantilismo y la banca, todo patrocinado por príncipes y comerciantes, que en su actuar económico catapultaron a las colectividades que lideraban hacia la modernidad del capitalismo.
Es cierto que el polo económico de Europa se movió hacia el norte a partir del Siglo XVII, ya que fueron las sociedades protestantes las que mejor aprovecharon el naciente capitalismo. Dicho esto, la Iglesia nunca reconoció su derrota, por lo que se aferró a tratar de mantener a Italia bajo su yugo. Por eso fue tan difícil que el Estado nacional moderno cristalizara. Sólo hasta finales del Siglo XIX fue que se consolidó un país a la usanza actual, gracias a Giuseppe Garibaldi.
La renuencia a una nación e identidad comunes no solo provenía de la Iglesia, si no también de las regiones que compitieron y se enriquecieron entre si durante el Renacimiento. Evidencia de que nunca se consiguió una total homogeneidad social es la ausencia de un sentimiento nacionalista a gran escala en la actualidad.
Asimismo, la división cultural, económica y política que existió en el interludio centralista (entre el control absoluto de la Iglesia y el Estado moderno), se mantiene todavía entre el norte (Padania) y el sur (mezzogiorno) del país. Esta simbólica frontera se sigue exacerbando, debido a la crisis económica y la perdida de influencia de Roma ante Berlin y Bruselas y su UE. De hecho, hay un partido político italiano –la Liga Norte– cuya ideología gira alrededor de la fractura definitiva de la nación en por los menos dos partes.
Perdura una tradición de disensión e insurgencia civil desde el Imperio Romano, que acostumbró a muchos a resolver sus problemas sin recurrir a una autoridad externa. En pocas palabras, los italianos han tenido que luchar por un espacio público autónomo desde antaño.
La protesta generalizada de la educación pública del pasado 5 de mayo es vivo ejemplo de ello, ya que profesores y maestros de todo el país paralizaron su labores, supuestamente para frenar la centralización del poder educativo y la privatización de sus funciones académicas.
Nada de esto es nuevo, ya que las primeras universidades europeas, (cuna del pensamiento critico e independiente ) fueron inauguradas en ciudades como Salerno (Siglo X) y Bologna (Siglo XI). En este sentido, la suspensión de actividades académicas ha sido una arma usada desde la Edad Media, época en que la Iglesia tenia la consigna de prohibir el conocimiento ´transgresor´.
Ulteriormente, la Roma política de ahora esta inmiscuida en los asuntos continentales como la Iglesia medieval en el pasado, instancias que han sido permisivas para una identidad popular en constante flujo.
¿Entonces, podrá acaso el pueblo italiano, otra vez, aprovechar el vació político contemporáneo – de profundos desempleo, de perdida de soberanía, de deuda pública, de excesiva corrupción, de externalizacion de la industria, y de incesante neoliberalismo– para liderar a otros europeos hacia un modelo de descentralización, en donde las regiones y las comunidades mismas sean lo más importante para los involucrados?
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