Sunday, 18 January 2015

La tragedia kakistokratika


"La mejor defensa contra el entretenimiento como propaganda es sumergirse en los grandes libros del pasado"

Steve Bonta (1960-) escritor estadounidense

La pésima condición de las calles es el mejor reflejo de la ingobernabilidad por la que atraviesa Monterrey, por lo que no hay que sorprenderse del poco profesionalismo de los candidatos que los partidos políticos han lanzado para la próxima contienda electoral.

Los políticos de la Grecia clásica tenían antes que nada la responsabilidad de convencer al público, pero esto no equivalía a un concurso de popularidad ni al  sometimiento a la fanfarria, como la que hoy caracteriza a nuestra política local. Los potenciales líderes de la democracia antigua eran ´bombardeados´ de preguntas por un público curioso, que tenía que aplicarse para no ser manipulados por kakistócratas, o sea, por los menos aptos para gobernar.

La política del México actual se ha convertido en una telecracia, que hace de sus principales figuras públicas actores, que muestran entre sus cualidades discursos populistas y fuertes dosis de telegenia, que los presentan como vendibles en un sentido puramente mercadotécnico. No tenemos que voltear  tan lejos para comprobar que la congruencia, la preparación y los conocimientos se han agotado como opción política, ya que la misma presidencia nos fue vendida como telenovela.

Las política populista de pan y circo ha permeado a toda la sociedad. Es así que regalar televisores a los más pobres es considerado una ´política pública´, al puro estilo romano.

Dicho todo esto, es bueno tener en mente que nada de lo que sucede es coincidencia. Este tipo de populismo ha sido una estrategia muy común a través de la historia, ya que siempre se ha utilizado para cubrir las carencias económicas y las fallas burocráticas de cualquier sociedad. Ulteriormente, la estructura fundamental de nuestra cultura política se ha modificado de acuerdo a las deficiencias económicas y democráticas que experimentamos.

La ironía de nuestra kakistocracia –el gobierno de los peores– es que encima de todo no tiene poder de maniobra, ya que las deudas públicas federales y estatales han superado los límites de lo creíble. La guerra que luchamos desde hace diez años ha vaciado las arcas públicas, y es por ello que hemos tenido que recurrir cada vez más a créditos privados para seguir haciendo política. Por eso habrá que estar muy alertas, ya que a estas alturas es casi imposible que los nuevos candidatos vayan a poder cumplir todo lo que están prometiendo. Simplemente no hay dinero con que hacerlo.

Asimismo, el Estado ha tenido que recurrir también a la iniciativa privada para financiar la seguridad, por lo cual ya no podemos aseverar que nuestros gobiernos sean enteramente públicos. Hemos privatizado todo en afán de resarcir los daños de la parálisis económica, pero en el camino hemos  abandonado lo público a favor del interés privado. En esa línea, la relación entre política y medios de comunicación de masa, que convierte a nuestra representación en un espectáculo, es la síntesis de todo.

Es así como se vive la vida en el Monterrey de ahora. Por un lado se nos tapiza el presente y el futuro con deudas astronómicas impagables, a la par que se profundiza nuestra dependencia en créditos privados. Esto acontece mientras que el discurso de la seguridad legitima al Estado policiaco que descobija la representación pública mas básica, siendo la mejor evidencia de ello el olvido y el deterioro de las calles.

Tristemente, ni los mejores payasos del entretenimiento podrán disuadirnos de esta represora realidad.

Me temo decirle, estimado lector, que ya no importa quién gane la elección a la gubernatura del estado. Estamos tan endeudados y somatizados por tanta simulación que lo más conveniente es construir una comunidad desde abajo, en aras de tejer algo completamente nuevo como sociedad.

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