Tuesday 13 January 2015

Jacobinismo civilizador

`Yo creo que esta es una lucha por la libertad´

Tony Blair (1953-) exprimer ministro del Reino Unido 

Occidente se ha puesto en riesgo a sí mismo gracias a que practica la ingeniería social de las culturas ajenas. No hay que olvidar que el patriarca contrasta nuestras identidades para enfrentarlas perpetuamente.

Algunos de los líderes más represores del mundo protestaron hace unos días en París, donde corearon valores como la libertad de expresión y la paz en una marcha exclusiva separada de los 13.7 ciudadanos que también lo hicieron. Lo irónico es que muchos de los funcionarios de Estado, quienes representan naciones a lo ancho del orbe, reprimen derechos civiles de todo tipo en favor de ciertas libertades que consideran como mejores que las que en teoría ya existen. En pocas palabras, libertades como las de expresión se nos han limitado debido a la contingencia de seguridad en que nos han envuelto durante los últimos tiempos.

El lenguaje ha cambiado para justificar agresiones en latitudes lejanas que son vistas con desprecio por practicar formas de vida distintas a la nuestra. Es así que conceptos como ‘‘cambio de régimen”, ‘‘principio de la precaución”, ‘‘ataques preventivos” y ‘‘el fin justifica los medios” se han impreso en nuestras consciencias. Y mientras neguemos que estas formas de ser incitan la violencia, sucumbiremos ante aquellos que las usan para lubricar sus excesos de jacobinismo político global.

El jacobinismo es una ideología que emana de las revoluciones liberales del Siglo XVIII, en las que países como Francia y EUA se liberaron de la tiranía del antiguo régimen a través de las armas. Esa forma de actuar permea ahora la política exterior de los poderosos de Occidente, que se esconden detrás del poder blando (soft power) para buscar lograr cosas `positivas´ en el mundo a través de la fuerza, como lo es exportar democracia e implantar libertades propias en tierras extranjeras.

¿Qué se puede decir de gobiernos que con una mano agitan la bandera de la libertad de expresión mientras que con la otra aplauden el espionaje y la tortura? Aquí incluyo a todos los gobiernos, pero, eso sí, los que más ruido hacen son los que se jactan de su excepcional superioridad.

Y mientras la limpieza étnica se lleva acabo como preparación para la inyección del remedio liberal, en casa se nos regentea de forma patriotera para que ciegamente obedezcamos a los designios del sistema patriarcal tribal y etnocéntrico, que diluye las libertades domésticas en el proceso de construcción de su monopolio de los `justos´.

Esta forma irracional de hacer política tiene tintes hegelianos, los que las cosas y los eventos que experimentamos gozan de un significado ideal, y que por ello merecen la pena ser llevados hasta su última y utópica consecuencia. Es curioso, pero este tipo de dogma también permea nuestro depredador sistema económico de mercados, ya que los mismos son permanentemente manipulados por los que tienen el poder de hacerlo.

Debemos comprender que el individualismo egoico y ultracompetitivo que técnicamente nos caracteriza en Occidente está justificado en pseudociencia. En esa línea, es crucial el analizar a otras culturas para tener una visión más global de las cosas. Al hacerlo nos daremos cuenta que sociedades como la musulmanas o cualquier otra del Lejano Oriente son colectivistas antes que individualistas. Entonces, el creer que otros que se determinan por su contexto particular deben sujetarse a nuestra forma de entender la libertad y los derechos civiles –que coronan al individuo sobre todas las cosas– es demasiado simplista y comodino.

Mucho de lo que se realiza en contra de ellos se hace con un grado de inconsciencia e ignorancia monumental, como lo es el tratar de cambiarlos en acorde a nuestros cánones. Esta forma de jugar a Dios termina volteando en nuestra contra a esos que juramos ayudar, ya que no solo son sus representantes nacionales los que responden a los ataques, si no también las mayorías mismas que sufren la incremental presión por el robo de los recursos que les dan vida.

Los que se aferran a su identidad se arriesgan a la persecución. Aquí postulo dos tipos de aferramientos. El primero es el del grupo poderoso, que convierte a sus emblemas y etiquetas en excusas para revestir a su rebaño de exclusividad. El otro es el defensivo que usan los débiles para protegerse (también con nacionalismos y patriotismos) de los embates de los gigantes identitarios.

La verdad es que si supiéramos agradecer haríamos civilización, no tendríamos que robarla. Es por eso que tratar de convertir al otro en lo que no es conlleva un mayor sufrimiento para todas las partes incluidas, con todo y valores `refinados´ que restregamos como supuesto pegamento libertario.

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