`Los estudiantes están muertos, fueron calcinados´
-Jesús Murillo Karam (1947- ) Procurador General de la República de México
Mientras aumenta la crítica de la prensa internacional hacia los regímenes que callan ante la descomposición moral del gobierno mexicano, en nuestro país finalmente sale la verdad sobre los asesinatos de Ayotzinapa.
Hace unos días preguntaba un editorialista del periódico inglés The Guardian a la opinión pública que cómo era posible que el liderazgo británico no cuestionase la visita de un presidente extranjero que estaba al frente de un régimen que mataba a su gente y que a sus espaldas hace negocios corporativistas de gran envergadura.
A la luz de estos acontecimientos, la revista The Economist dice que la corrupción del gobierno mexicano está haciendo cada vez más popular a la izquierda, eufemismo cómodo para no decir que están perdiendo el control de la nación. En estas mismas aguas de oprobio es donde navegan las declaraciones de empresarios mexicanos de peso como Servitje de Bimbo, quien aprovecha la oportunidad para señalar que Peña Nieto está en su peor momento.
Y por debajo de todo, continua la perdidísima guerra contra ya no sabemos qué, la cual lleva cerca de 200,000 muertos y cuyo hedor, obviamente, ya dio la vuelta al mundo un par de veces, estimulando el intelecto de periodistas de todo el orbe.
Yo no recuerdo que las drogas hayan sido tanto problema durante la década de los 80 y 90. Es cierto que sabíamos de su existencia y su uso, pero yo, por lo menos, nunca imaginé que pudiesen convertirse en el epicentro de la política entera de cualquier país, mucho menos del que yo vivía.
Llevamos ya casi 10 años persiguiendo algo que por prohibido y perseguido llama mucho más la atención que antes, incongruencia moralista que en su terrorífico proceso ha devastado a la sociedad y los dineros que la sostenían.
Es así que el tecnócrata de hoy ya no propone soluciones racionales a nuestros problemas, sino que simplemente aplica remedios autoritarios –la tecnología en contra de la gente– en afán de contener la avalancha que se acumula.
La verdad es que ya superamos los abusos que se vivieron en el Chile de los 80, país que fungió como rata de laboratorio para una ideología naciente llamada neoliberalismo. Nosotros somos la secuela neoliberal fallida del momento de un dogma que ya comprobó no traer más que desigualdad, elitismo y la desaparición de lo público a favor de lo privado.
Vivimos en un sistema inequitativo, el cual dificulta que con una sola receta se marque la diferencia. No obstante, es fundamental que aceptemos que las cosas no pueden seguir como hasta ahora, ya que no hemos avanzado ni un ápice en cuanto a la concordia y la paz como comunidad.
Detener la guerra ahora es parar al sangrado que no hace más que incrementarse a escala imparable. Más violencia significa menos de todo lo que nos merecemos como personas. Necesitamos recuperar nuestra humanidad, ya que sin ella no habrá política ni ideología que nos ayudara para la autotrascendencia como sociedad.