‘Es muy fácil juzgar al caído en desgracia y achacarle todos los errores ajenos’
-León Tolstói (1828-1910), escritor ruso
La historia de la humanidad está llena de culpables, y sospecho que el primero fue el otro, el diferente. En este sentido, el ego se volvió un mecanismo de defensa, que sirvió para ocultar nuestros miedos más profundos. Es así que nos embarcamos en la tarea de delegarle nuestras ansiedades a la persona de enfrente para que cargase con nuestras expectativas. Básicamente, el mecanismo proyector llamado ego dio inicio a lo que entendemos como civilización.
Fue por eso que se inventó la política, para guiar a la gente a un fin común, y para otorgarnos una identidad (ego) colectiva que nos hiciera sentir ‘especiales’ en contraposición a otros. Asimismo, la política es una fabrica de chivos expiatorios –enemigos perpetuos–, que según sus creadores, ‘estropean’ el camino para nuestra realización personal y colectiva.
El enemigo tiene una cara doble, por un lado cumple con la función antropológica de unir al grupo bajo un fin común. ‘Nos identificamos como similares a diferencia de aquellos’. Y por el lado político, tiene la finalidad de encumbrar al líder del grupo que representa nuestra identidad, que además se encargara de lanzar la batalla contra el enemigo en cuestión, ese que pone en entredicho nuestra supervivencia. Esto fortalece al líder en ambos sentidos, en la homologación del grupo, y en el refrendo de su poder al frente del mismo.
Si nos llevamos esto a los ejemplos entendemos como el judío se transformó en enemigo, al igual que el sarraceno (musulmán medieval). Más aún, esto nos sirve para entender como se justificaron las cruzadas y el colonialismo, generalmente en contra del hereje, el terrorista, o el subdesarrollado.
Entre la larga lista de chivos expiatorios confieso que el más ridículo, pero a la vez el más sublime, es el diablo. Este representa la superstición del mal en su esencia más primigenia para algunas religiones. Su iconografía es el resultado de la fusión de varios animales, siendo uno de ellos el chivo.
El chivo expiatorio focaliza la atención y la consciencia pública en una figura particular o en pueblos y naciones enteras, como consecuencia, moldeando la psicología social en su contra. O sea, lo que pensamos acerca de nuestra sociedad y como debe regirse depende de proyecciones externas, que previa, gradual, y sutilmente se nos van recetando, ya sea en familia, en la escuela, en los medios de masa, o en la misma comunidad política que nos desarrollamos.
Por eso es que vivimos en perpetua ansiedad. Se nos dice que hay que estar siempre luchando contra algo para realizarnos como grupo, y ahí es donde yace el control social más incisivo.
La droga no se convierte en amenaza por sí misma, ya que para que ésta tome su carácter político necesita engarzarse con fenómenos sociales, que también son expiados, en afán de colocarlos simbólicamente a todos como malos. En síntesis, el demonizado narcotraficante envenena a la comunidad con sus sustancias ilegitimas. Ulteriormente, el chivo expiatorio no sólo une a la sociedad alrededor de algo ‘malo’, en el proceso se refuerza al líder que se encarga de la pesquisa.
En nuestro caso he dicho hasta el cansancio, que al igual que en los tiempos de Porfirio Díaz se les llamaba ‘pelones’ a los descobijados, hoy nuestro país ha hecho de los ‘malitos’ y narcotraficantes cómodos chivos expiatorios. Detrás de ellos se esconde la realidad de estancamiento económico y de rampante desigualdad sociocultural que sufrimos. Todas características producto de las últimas tres décadas de profundo neoliberalismo, ideología que exacerbó el fracaso del éxodo rural postrevolucionario.
Por eso, ahora que EUA esta legalizando la marihuana, y que la guerra contra las drogas se ha convertido en un anacronismo, salen a la superficie todos los disfraces expiados. Primero nuestro país como ente, ya que le compramos la guerra a EUA, que de forma geoestratégica y geopolítica nos escogió como su chivo expiatorio, para desviar la atención mediática lejos de sus propios problemas estructurales. Segundo, el presidente Calderón y sus urgencias de legitimidad (que hizo de la guerra contra las drogas su emblema), ya que su elección puso en duda no sólo su triunfo, si no todo el sistema democrático nacional.
Tercero, ‘‘El Chapo’’ y demás capos de la mafia, actores que fungen como entretenimiento antropológico. Estos ‘bandidos’ conforman la novedosa narrativa que se le presenta al pueblo como política publica y significación cultural. Se creyó que con esto técnicamente solventaríamos, o por lo menos reprimiríamos psicológicamente, la imperante crisis estructural e institucional de la nación.
Se nos unió como pueblo ‘cruzado’ bajo la bandera del bien, en contra de aquellos que ‘sacrifican’ nuestro presente y nos ‘roban’ el futuro.
Todo esto encajaba perfectamente en el cumplimiento de la variable de nuestra disuasión mediática propia, telenovela que nos ‘blinda’ de las carencias de millones de pobres, los cuales son expiados del espacio de representación mediática y cultural en el proceso.
Los millones de olvidados irónicamente se convirtieron en víctimas del mismo sistema –atropellados por la eterna persecución–, chivos expiatorios de una carne asada que parece no tener fin.
Blog: danzanegra.blogspot.com
Correo: juanguerra@hotmail.com
JUAN CARLOS GUERRA: Licenciado en Estudios Internacionales por la UDEM, con Maestría en Sociología por la Universidad de Essex, Reino Unido. Especialista en Teoría Social y Política. Actualmente locutor y analista del programa de radio Global-es, en la Universidad de Monterrey.
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