‘‘Queremos un cambio, cambio real, cambio estructural’’
Francisco (1936-) Papa de la Iglesia Católica
En esta época en que las ideologías sucumben ante las ganancias monetarias, se antoja interesante analizar el origen de la coronación de las finanzas sobre el resto de los asuntos sociales.
Tan álgida está la situación global de la especulación, que permite que políticos de extracción tan diversa como el papa Francisco de la Iglesia Católica; Marine Le Pen, de la ultra derecha francesa; Bernie Sanders, del partido demócrata; Alexis Tsipras, de la izquierda griega; Nigel Farage, del UKIP inglés; Ron Paul, del partido republicano; y muchos otros, converjan en el mismo discurso antisistema (establishment).
Esto realmente va mucho más allá del oportunismo político. Cada vez se vuelven más claros los contornos de lo que lo controla todo, forma de poder organizada y desorganizada que está transformando la naturaleza de la representación alrededor del orbe.
‘‘El capitalismo desenfrenado nos ha impuesto una mentalidad de ganancia a cualquier precio, sin ninguna preocupación por la exclusión social o la destrucción de la naturaleza’’. Esta frase del papa Francisco prácticamente sintetiza el sentir al respecto de ese sistema llamado neoliberalismo, que ha transformado el relieve geopolítico, económico y social de nuestra civilización.
Todo comenzó a finales del milenio pasado durante el gobierno de Bill Clinton en los EUA, periodo en el que la profundización del gasto federal (deuda nacional soberana) obligó al presidente a sacrificar las inversiones en seguridad social que alguna vez le fueron naturales al partido demócrata. En su lugar, los 700 mil millones de dólares de Social Security fueron puestos a disposición de Alan Greenspan y su grupo de Wall Street, para comenzar con las apuestas del erario público que ahora son tan comunes en nuestro casino capitalismo.
Pero Wall Street no llenó con ese dinero, y por ello ‘sedujo’ a Clinton para que iniciara la revocación de la Ley Glass-Steagall, la cual prohibía la fusión de la banca comercial y la banca de inversiones. Este inédito hecho catapultó a la clase aristocrática financiera que actualmente nos gobierna bajo un esquema neofeudal. Con ello se agudizó la pirámide social en un puñado de banqueros transnacionales, cuyos intereses trascienden las banderas y las culturas nacionales.
En pocas palabras, bajo el mandato de Bill Clinton se dio rienda suelta a los intereses privados, lo cual ahora se ve reflejado en la deuda soberana de 18 millones de millones de dólares (Clinton la dejó en cinco y medio millones de millones).
La crisis de 2008 nos demostró el poder de la banca. Con todo y que causó la hecatombe de la ‘sociedad de propietarios’ de George W. Bush, ésta fue salvada con trillones de dólares de dinero público. Ulteriormente, se privatizaron las ganancias y se socializaron las pérdidas, todo parte de un sistema económico que transitó de los bienes tangibles hacia los valores especulativos.
Este proceso muestra cómo una simple ideología se incrustó en la sociedad como cultura. Las repercusiones de esto actualmente están a la vista de todos. La banca trasnacional decide las políticas públicas de entes tan diversos como EUA, México, la Unión Europea y Grecia, obligando al Estado a sacrificar el patrimonio y los bienes públicos a cambio de más deuda, para seguir financiando la política del espectáculo a lo que nos han acostumbrado.
Un buen ejemplo histórico de una ideología dogmática hecha cultura y sistema económico fue el cristianismo primitivo, el cual gradualmente se consolidó como una magna organización. Ésta se encargó de ‘santificar’ la estructura monárquica de Europa durante el feudalismo, todo mientras legitimaba Cruzadas militares en otras latitudes.
En esta misma vena operó el socialismo de Karl Marx, el cual finalmente cristalizó en el socialismo real de la Unión Soviética de Lenin, sistema que trató de exportarse mediante la doctrina de la ‘Internacional’ de Trotsky y el imperialismo de Stalin.
Actualmente vemos cómo el neoliberalismo ha cooptado no sólo al Estado y demás instituciones militares y financieras, sino también a los mercados energéticos y de metales y otros commodities, en el afán de perpetuar la era occidental del hidrocarburo hasta donde sea posible.
Es por eso que la banca transnacional defiende al dólar y al euro con gallardía armada, lo cual explica el por qué Grecia se sometió, finalmente, a los designios de la Troika. La consolidación de la ‘revolución de sentido común’ lanzada por Alexis Tsipras y su referéndum hubiere significado el inicio del fin del orden internacional occidental neocolonialista y mercantilista que se resiste a morir.
Fue más fácil torcerle la mano a Tsipras y su endeudada cúpula que estrechársela a los líderes del mundo multipolar. No obstante, no debemos perder de vista que instituciones multilaterales como el BRICS, el Shanghai Cooperation Organization y la Union Eurasiática de Putin –todas de orden geoeconómico y estratégico– han estado reforzando sus vínculos antihegemónicos durante esta tragedia griega.
La clase parasitaria financiero-beligerante se ha comido a la democracia y la misma república, aferrada a las pocas fichas que le quedan en su cochinito de las esperanzas.
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