Sunday 15 March 2015

Castillos de hielo seco


´La fusión de gobierno y poder corporativo es la característica de nuestra era´
-David Graeber (1961-) ANTROPÓLOGO ESTADOUNIDENSE

La vida bajo el régimen neoliberal se ha vuelto igual de burocrática que en el socialismo, ya que el afán por "liberarnos" acabó justificando una mayor regulación de todo.

Dice David Graeber, profesor de antropología en la London School of Economics, que la contraposición entre Estado y libre mercado es una fabricación de la historia. Para él, los dichosos "libres mercados" siempre han dependido de gobiernos fuertes, que con sus regulaciones, normas y demás prebendas permiten el intercambio de bienes y servicios dentro de las entidades que dirigen. Esto nos lleva a entender porqué los mercados no son libres ni en el capitalismo neoliberal, como podemos ver en la Norteamérica y la Europa contemporáneas.

Simplemente los Estados no sueltan el control de los mercados nunca, ya que si lo hacen, empoderan a fuerzas que se salen de su control como autoridad, por lo cual progresivamente crecen en atributos e imposiciones para asegurarse en la cima.

La total burocratización de la sociedad se da, en parte, como resultado de la fusión de las burocracias públicas y privadas que en la práctica dificultan la diferenciación de sus funciones. Entonces, lo que sucede es que los gobiernos hacen leyes cada vez más cómodas para las corporaciones, ya que esto justifica la derrama económica que mantiene lubricado su contubernio. La que se extravía entre esta selva normativa y legisladora es la ciudadanía, que está expuesta a estos arreglos "extractivos" del corporativismo. Esto quiere decir que la proliferación de nuevas reglas y castigos complica el capitalismo, transformándolo en un sistema que arrebata la riqueza directamente, en vez de hacerlo indirectamente de forma institucional. En pocas palabras, las instituciones que se crearon para regular las relaciones económicas terminan siendo recolectoras de la riqueza en sí misma, ya sea a través de nuevos impuestos o multas.

Este cuasi feudalismo también prioriza a la banca sobre el resto de las corporaciones, que es la que se encarga de financiar profundamente a la sociedad. En este sentido, las deudas de hoy son el equivalente de las culpas religiosas de ayer, que estandarizan a la sociedad de acuerdo a obligaciones de corte económico y moral.

Esta financiación de la sociedad es al final una fantasía, ya que lo que se presume es que la especulación puede sustituir a la economía real y productiva, esa que empodera a las personas mismas que hacen las cosas que después circulan.

Para someter a la neoservidumbre fiduciaria, no sólo se aprovecha del arreglo corporativista que legisla sistemáticamente, que culpabiliza y criminaliza a la población endeudada, también se echa mano de las mismas necesidades humanas de libertad e individualismo, las cuales son cooptadas a favor de la vorágine consumista que lo sostiene todo. Básicamente son nuestros deseos de protagonismo los que alimentan este ciclo crediticio.

Es por eso que la centralización del poder corporativo y neoliberal, con todos sus bemoles blandos y dictatoriales, estandariza a la sociedad.

Pierde la población, el imperio se difumina, los líderes se transfiguran. Los valores colectivos y nacionales son sustituidos por ganancias monopólicas estratosféricas que terminan adelgazando cualquier sentido de identificación comunitaria.

La banca sobrevive girando deudas de forma perpetua. Es por eso que nunca detiene ni la impresión de dinero ni la difusión de sus valores de forma dogmático-religiosa. No importa que la gente y el Estado no paguen lo que deben, siempre existe por ahí algún pedazo de tierra o terreno que les puede ser arrebatado (expropiado).

Una sociedad que hace leyes para asegurar que la deuda se perpetúe, y no que los salarios dignos sean los que imperen, tarde o temprano se queda sin el capital suficiente para marcar la diferencia. Somos "capitalistas sin capital", exclama David Graeber, en una sociedad que hace de la renta, y no de la producción, la base de una socioeconomía cada vez más frágil.

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