`La injusticia racial, la guerra, el deterioro urbano y el abuso ambiental tienen un común denominador en nuestro sistema económico explotador´
-Channing E. Phillips (1928 – 1987) ministro y activista estadounidense
-Channing E. Phillips (1928 – 1987) ministro y activista estadounidense
Ferguson y Ayotzinapa son dos nodos del mismo sistema depredador, que exacerba las diferencias raciales y de clase al grado de la descomposición social.
El racismo y las diferencias de clase social siempre han existido, pero es el sistema económico neoliberal el que las polariza, ya que lo que se prioriza es lo económico sobre cualquier otro rubro comunitario. En esa línea, la privatización del mundo social, producto de la compra del garante de lo público –la política– ha transformado a nuestras culturas en arenas ultracompetitivas, que filtran a cualquier elemento ajeno al estándar en pro del control y el `progreso´.
Ese espíritu de súper competencia (y no de cooperación) se nos enseña desde niños, en instituciones educativas que se han convertido en centros de acopio, ya que ulteriormente estandarizan a las personas y sus conductas como parte de un programa de ingeniería social.
De esta forma, cuando los niños crecen, les toca convivir con una cultura que tiene bien identificados ciertos `enemigos´, los cuales han sido expiados por su `bien´. Aquí los responsables son los poderosos que discurren sobre la `seguridad y el orden´, esa misma clica que nunca acepta que la excesiva jerarquización de la sociedad es la causante de nuestros males. En pocas palabras, el sistema crea las diferencias y a su vez los fantasmas, que después serán perseguidos para mantener el statu quo.
La verdad es que esta forma de indoctrinación identitaria, la cual tiene como objeto implantar una mentalidad divisoria en sus súbditos, es la principal responsable de los excesos étnicos que vemos alrededor del mundo, pero especialmente en países como México y EUA.
Se nos mantiene ocupados debatiendo quién tiene la razón o quién merece ciertas cosas, mientras perdemos de vista aquella legalidad que alguna vez estuvo en pie para defender a los débiles y a las minorías de ser avasalladas por el desenfrenado poder del dinero.
En ese sentido, esta guerra que se nos dice libramos contra el mal, como cualquier otra de la historia, se pelea por muchas más razones de las que se aceptan públicamente. Dicho de otra forma, la moralidad pública es solo un chivo expiatorio conveniente, el betún de un incomestible pastel que hemos permitido que se cocine sobre nuestras espaldas durante décadas.
La evidencia que incrima en esto tanto a México como a EUA supera por mucho a sus asimétricos e injustos acuerdos comerciales. Lo primero es el apuntalamiento de ciertas etnias, como los negros y los indígenas. ¿Qué mejor ejemplo de parcialidad que la falta de resolución legal para las víctimas de Ferguson y las de Ayotzinapa?
Lo segundo es la privatización de la seguridad, fenómeno que nos ha amarrado por la fuerza a la usanza del antiguo bajo y alto Egipto. Cada vez nos parecemos más en el cómo enfrentamos la `criminalidad´, ya que ambos hemos militarizado, privatizado y alineado las directrices que delinean lo que debe ser perseguido.
En tercer lugar está la inmovilidad social y la mala distribución de la riqueza, lo cual se ve reflejado en las luchas #occupy de aquel lado, como en las protestas generalizadas de este.
Lo cuarto es el discurso del terrorismo, el cual ellos lideran, pero que nosotros ya empezamos a usar en contra de los inconformes, para literalmente criminalizar al diferente, con todo y pobreza material.
La quinta evidencia es la más obvia de todas: esa guerra contra las drogas que ha sido mucho más costosa para nosotros que para ellos, que nos prestan y nos venden armas. Es aquí donde inflamos presupuestos de guerra, sumamos deudas impagables, privatizamos más cárceles, incrementamos el caudal de sangre y desestabilizamos al Estado mismo, ese que comoquiera venía tambaleándose por su propia y corrupta cuenta.
La síntesis de este secuestro de las repúblicas es la prostitución de los perfiles raciales y la guerra en su contra, desgracia que acontece mientras algunos cuantos se hacen de cada vez más fuerzas privadas para enriquecerse y protegerse.
La raíz de la guerra no son ni México ni EUA como identidades. La raíz de la guerra es la política neoliberal racista, que tiene a ciertos actores bailando sobre la superficie de algo enteramente podrido.
Estamos ante regímenes fascistas, que agitan el patriotismo mientras aplican el genocidio selectivo para limpiar a aquellos que por negocio han preferido olvidar. No solo los matan. Sutilmente se deja de hablar de ellos en ese espacio público que alguna vez se presumió como plural.
Hace mucho que dejamos de ser repúblicas, estimado lector.
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