`Una nación se define por gente adversa que ha sido unificada por una causa y un sistema de valores´
Fela Durotoye (1971-) escritor nigeriano
Fela Durotoye (1971-) escritor nigeriano
La desconfianza generalizada en las instituciones, junto con la desidentificación popular con el proyecto nacional, están causando estragos en el sistema republicano.
La construcción exitosa de cualquier concepto de nación gira alrededor del reconocimiento de sus instituciones, simbiosis que es fundamental para la civilidad y el desarrollo. Clave en este proceso son las autoridades, que son las responsables de sublimar las enemistades individuales y grupales a favor de una colectividad funcional.
Los mecanismos para lograr esto son dos, la educación pública y las instituciones sociopolíticas. La educación se encarga de implantar la identidad nacional, mientras que las instituciones reciclan lo que somos a todo nivel. Hoy se ha hecho evidente que no solo experimentamos una crisis económica, sino que también vivimos un colapso de identidad, ya que los mecanismos básicos para su consolidación han sido cooptados por una clase política corrupta e ineficiente.
La identidad social es lo más determinante después de las necesidades materiales, ya que no puede haber planes conjuntos, sin un sentido comunitario que los sostenga. México ha entrado en una etapa de catarsis de significación, ya que no existe reverberación entre lo que nuestros representantes dicen y hacen.
Entonces, lo que tenemos en la práctica es un `provincialismo simbólico´, o sea, una mentalidad que no trasciende la identificación con la familia, el clan o la clase social, que tiende a segregar a otros que son vistos como diferentes, ajenos a los que los más privilegiados presumen cotidianamente. En esto culpables somos todos, incluyendo a la ausente burocracia.
Venimos arrastrando este tipo de actitudes desde la colonia, pero puede aseverarse que fue la modernización del país lo que más ha contribuido a la polarización racial, cultural y socioeconómica de nuestra población.
La modernización de México nunca siguió el script académico, por lo contrario, para nosotros modernizar significó concentrar, segmentar y reprimir, ya que las mayorías nunca fueron incluidas en el esquema. Es cierto que hubo crecimiento y clases medias, pero también, que olvidamos a los muchos que ahora reclaman lo que les corresponde.
El éxodo rural del siglo pasado hoy ha fracasado rotundamente, ya que la actividad industrial que alguna vez arropó a los millones que llegaron a las ciudades se ha ralentizado, debido a nuestra inserción en un mundo súper competido y globalizado. Ya no existe el trabajo seguro que alguna vez había, y por ello es que hemos inflado el número de la informalidad hasta el 60% de la población económicamente activa. Asimismo, el corporativismo rampante ha llegado hasta el campo, para robarle su forma de vida ancestral a quienes siempre han preferido lo rural ante lo urbano.
Es por eso que el contexto que se dibuja con esta realidad es espeluznante. Hoy tenemos a las clases medias interconectadas quejándose de lo que sucede, ya que por fin han sentido en carne propia las dificultades económicas por las que atravesamos. Asimismo, las clases obrera y campesina -que forman la base social de nuestra estructura social- también se han sumado a la inconformidad, ya que han descubierto el engaño institucionalizado que les deja fuera de la jugada.
La inconformidad popular siempre será natural ante los abusos generalizados. La bronca es cuando esta inconformidad es ventilada con los ánimos tan caldeados como los de ahora, momento en que todo parece estar alineado para la destrucción de lo que tenemos. En ese sentido, la politización de la sociedad es muy buena, siempre y cuando exista una identidad colectiva sólida, que limite los excesos emocionales como el odio. Dicho de otra forma, la politización sin identidad es peligrosa.
No hemos querido reconocer que centralizarlo todo no es la solución. Es así que seguimos aplaudiendo toda moción a favor de la mayor concentración de poder. Tan fácil es voltear a los lados, para percatarnos de lo perjudicial que ha resultado el entregarnos ciegamente a los de arriba, los cuales no escatiman en arrebatarnos las libertades civiles a favor de una visión maniquea de nación.
Me parece fundamental crear espacios para que todos discutamos lo necesario para dejar todo esto atrás. Urge una visión que acepte que el cambio de paradigma es esencial para recuperar la república, idea que lentamente se nos escapa por preferir ignorar la realidad que yace frente a nosotros. Debemos dar vuelta a la página de este durísimo capítulo de nuestra historia lo antes posible.
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