“Los verdaderos caracteres de la ignorancia son la vanidad, el orgullo y la arrogancia”
Samuel Butler (1835-1902) poeta inglés
Samuel Butler (1835-1902) poeta inglés
La forma en que actuaron los poderosos durante la última semana es la mejor radiografía de lo que le sucede al país.
El affaire de la casa blanca y los trenes significó lo peor a lo que se puede llegar en cuanto a la política. Es para mí un misterio el cómo pueden salir a dar la cara como si nada hubiera pasado, mientras el mundo entero corrobora que ya tocamos fondo.
Espero que algún día no muy lejano podamos cantar otra melodía. Por lo pronto es importante resaltar que este tipo de conductas no son casos aislados. Estos son los procedimientos operativos estándar de una parte de la clase política, o sea, patrones anquilosados que le bloquean el paso a otras formas de hacer las cosas.
Aquí una lista con el detalle de cada una:
Lo primero y más grave se llama corporativismo, sistema que entrelaza intereses públicos y privados en detrimento de la comunidad. Parecería que nuestro país ya se habituó a las relaciones de poder entre política e iniciativa privada. Y aunque esto ha sido la constante desde que iniciamos civilización, también es cierto que un grado excesivo de corporativismo pone en entredicho a la representación burocrática, así como sucede en la actualidad.
Lo segundo que observamos en cuanto a la licitación del tren rápido fue el favoritismo, el cual está basado en concesiones y premios, que tienen menos que ver con la competencia y los libres mercados que con el amiguismo y la arbitrariedad. Esta cercanía de intereses toma en cuenta a muy pocos, algo mejor conocido como amiguismo, la tercera categoría de este almanaque.
La cuarta entrada se denomina elitismo, mismo que en nuestro caso no está conformado por los mejores y los más preparados, sino por los más corruptos y los políticamente “bien” conectados. Esta forma de proceder es la culpable de que al final se concentre el poder en menos del 1% de la población.
La quinta desgracia, a la cual me referí en columnas anteriores, es el “sectarismo de clase social” exhibido por la burocracia, que ha convertido a la política en un negocio para acceder a las altas esferas de la sociedad. Dicho de otra manera, lo que tenemos es a los mestizos realizando el sueño poscolonial de gobernar su propio “virreinato”, así como lo hicieron los españoles peninsulares y los criollos en su momento.
Por ende, la sexta peripecia a la que nos hemos acostumbrado es la “vanidad de nivel telenovela” desplegada por la “burguesía exprés”, que por lo visto requiere de los lujos más estruendosos para complacerse.
El séptimo sitio lo ocupa el parroquialismo informativo del que somos víctimas, mismo que se ha encargado de reducir y simplificar el discurso y sus palabras, afectando con ello la calidad de la argumentación pública. Básicamente, las personas, las cosas y las ideas son buenas o malas, dependiendo de quién esté dando la cara ante los medios en el momento.
Y qué decir de la mitomanía a la que somos sometidos, en la cual todo lo que se dice es al revés, ya que la mentira es lo que subyace. Más aun, las mentiras son envueltas con una fuerte dosis de soberbia, que cala hasta lo más profundo del ser.
Imposible despedir esta columna sin agregar a la lista la “displicencia grado monárquico”, que derrochan cuando se descubren sus chiflazones, actitud que también fue arrastrada por los que enfrentaron a una China molesta por la cancelación de la concesión para el tren. La solución a una de las crisis más notorias de ridículo internacional y de antimodernización fue: “No importa, nada más les pagamos la multa y ya”.
Por último y no por eso menos determinante, fue la actitud patriarcal en contra de la mujer, ya que simple y sencillamente se responsabilizó a la primera dama de ser la dueña de la ostentosa vivienda.
Ese intento de disuadirnos de la realidad que han tejido fue la cereza en ese insípido pastel llamado inconformidad popular, que han venido horneando por décadas en el país.
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