`La gente privilegiada siempre arriesgará su completa destrucción antes de renunciar a cualquier parte material de su ventaja´
–John Kenneth Galbraith (1908-2006) economista estadounidense
–John Kenneth Galbraith (1908-2006) economista estadounidense
La desigualdad económica y la falta de movilidad social fueron los detonadores principales de la crisis que atraviesa el país.
En ese sentido, lo que experimentamos ahora es la álgida respuesta popular hacia los dos principales obstáculos a la vida civilizada de la colectividad. El primero es obviamente el narcotráfico, organización que se ha robado los reflectores durante la última década, debido a su sangrienta e incisiva forma de operar. El otro es paradójicamente la burocracia, ya que la incesante cantidad de gente que accede al poder ha puesto en entredicho la institucionalidad republicana de la nación.
Lo interesante es que ambas consolidaciones tienen una correlación socio-económica, muy aparte del flagrante contubernio a-la-narcoestado que vimos en el caso Iguala. O sea, las relaciones que se han tejido entre política y narcotráfico son en sí la coronación de un proceso que tiene mucho tiempo gestándose.
Lo que trato de decir es que, tanto la burocratización como la narcotización de nuestra vida social son formas de movilidad social, que aunque distintas en sus maneras, presentan características similares que pueden sintetizarse como ‘‘sectarismos de clase social’’.
El narcotráfico como fenómeno tiene muchas causas, pero su componente sociocultural es inequívoco. Muchos de los que participan en esta actividad provienen de las clases menos privilegiadas, lo que explica el porqué están dispuestos a arriesgarlo todo para salir adelante. Es cierto que el ascenso dentro de la estructura del narco reduce los riesgos mortales, pero comoquiera que sea, las masas indiferenciadas que ocupan el fondo de la escala social son una interminable fuente de ‘‘carne de cañón’’ para el tránsito de drogas ilegales.
Es a partir de esta realidad que podemos entender el porqué del encanto de esta ilícita actividad. La misma ofrece alternativas de vida no disponibles para las masas. Asimismo, los miembros de estas organizaciones presumen su adhesión a los excesos del consumismo, lo que los hace más atractivos para quienes buscan movilizarse hacia arriba en la sociedad.
Por otro lado, está la creciente ‘‘representación’’ burocrática que se ha estancado como un obstáculo para lo público. México vivió bajo regímenes con tendencia socialista desde el mandato de Lázaro Cárdenas hasta el de José López Portillo a finales de los setenta. El socialismo ve como normal a las grandes burocracias, ya que estas se encargan de intervenir en la economía para guiarla por ‘‘buen camino’’. Lo curioso es que nuestro sistema político actual no solo no redujo la cantidad de políticos, al abrazar el neoliberalismo, irónicamente nunca detuvo su ritmo de engrosamiento.
Hoy estamos pagando la cuenta de tanta burocracia en cuanto al gasto corriente, la corrupción, el clientelismo, y las excesivas trabas que frenan al crecimiento económico. Más aún, importante para la explicación de la burocracia como secta es visualizar la conducta de muchos que la conforman. Su trabajo político es su negocio, plataforma desde la cual acceden al estilo de vida de la clase mediaalta o a la misma aristocracia.
Los cauces institucionales están abiertos para la burocracia, pero cerrados para el narco. Comoquiera que sea, al final lo que obtuvimos son clases parasitarias, que desde su trinchera legal o ilegal han cooptado la vida social de la nación en su afán de enriquecerse.
Entonces, sobre este contexto de ‘‘hidra sectaria’’ es donde podemos colocar el montaje de propaganda que se nos ha ‘‘inyectado’’ como discurso público desde el 2006.
La guerra contra el narco y sus ‘‘malitos’’ fue la telenovela que mediáticamente se instaló para camuflar la tragedia socioeconómica que por fin nos ha explotado en la cara. Fue por ello que el nuevo régimen optó por modificar ese programa a favor del triunfalismo reformista, secuela discursiva que se mantuvo en la disuasión de nuestras desigualdades e inmovilismos, así como del historial de decesos, que suman casi el medio millón desde que empezaron las ‘‘libertades’’ del neoliberalismo.
En resumidas cuentas, ‘‘modernizar’’ ha sido olvidar la narrativa de los de más abajo, no educándolos, mientras se aniquila a sus miembros más altisonantes para hacerle espacio a las transnacionales.
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