Tal vez lo que determine la calidad de lo que vamos a experimentar después de la muerte no son los pecados ni el karma -ni siquiera la condición de nuestra supuesta alma- si no la paz interior con la que enfrentemos nuestra despedida.
Se dice fácil, pero la verdad es que solo en raras ocasiones aquietamos la mente y estabilizamos las emociones que devienen en paz interior, por lo que se vislumbra difícil conseguirlo en el lecho de la muerte.
Por ende mucho nos ayudaría realizar la paz interior en vida también como preparación para nuestro adiós. Antes que nada habría que eliminar la angustia que nos genera la simplista posibilidad de un cielo o un infierno, a la vez que hacemos a un lado el determinismo ético del karma, que puede acabar siendo igual de requisitoso y culposo que el porvenir cristiano.
Después habría que aceptar que nuestro mayor y moribundo miedo es que la razón y las etiquetas con las que construimos identidad no sobrevivan al cuerpo, y que además nos confunden y distraen del hecho, de que la paz interior es la mejor forma de estar presentes y conscientes de los ciclos y las recurrencias de la naturaleza, el mejor antídoto para las ansiosas expectativas y los grandiosos futureos de la razón.
La paz interior nos ayudará a ver que nuestra esencia es lo que perdura y trasciende a lo que llamamos muerte, que no es más que la conclusión de nuestra identidad convencional en esta tierra.
Pero la paz interior no se logra abandonando y renunciando a todo en prematura despedida, si no trabajando y aprovechando al ego, que por algún curioso motivo se nos fue formando y que seguimos heredando, pero que en ilusoria y repentina pseudo espiritualidad decidimos destruir, para según nosotros, encontrarnos a nosotros mismos.
Por eso hay que aprovechar al ego para vivir al máximo y refinar nuestra autenticidad mientras dure la vida, para poder, con graciosa naturalidad, ir observando como se va suavizando a la par de los proyectos y los sueños que vamos cristalizando, gracias al voluntarioso director y motor de nuestras narrativas. (Me refiero al ego, no al egoísmo en que podemos caer cuando no lo observamos constantemente) De no usarlo así, acabaremos peleados con nosotros mismos en camino hacia la conclusión de nuestra vida, teniendo que soportar la incomodidad de un ego insatisfecho, que nunca se atrevió ni aventuró fuera de la zona de confort que caracteriza a las adormecidas y conservadoras mayorías.
Si no usas el ego ahora te va a calar cuando te vayas porque imaginarás que no te va acompañar para lo que sigue, aquello que proyectas como algo que tampoco podrás superar exactamente por lo mismo que no puedes ahora.
El ego es el puente entre lo normal y lo trascendente, que si no lo cruzas, te vas a quedar con las duda y las ganas desperdiciadas de saber que pudiste haber sido del otro lado del miedo ya en completa plenitud.
Por eso te aseguro que si lo utilizas para gozar y trascender en esta vida no te vas a estar arrepintiendo y reclamando en el lecho de tu muerte, ya que te habrás dado cuenta que no tiene sentido seguir cargando algo que solo sirve para realzar y realizar tu plenitud en este presente, y que seguramente no te va a servir a donde vayas.
Hay que transformar las experiencias en enseñanzas y hacerlas nuestro pasaporte para la muerte, bien conscientes de que siempre será mejor darlo todo ahora, que ansiarse por los múltiples y posibles escenarios que hemos tejido como culturas super mitologizadas. Solo así podremos ir sedimentado la tranquilidad que solo la autenticidad de la experiencia nos otorga, y que ningún dios ni fuerza sobrenatural puede delegarnos.
Y nunca olvides que tu despedida no es más que una transición hacia algo similar a lo que ya fuiste, ya que como muy bien dicen los sabios tailandeses, lo que viene seguramente será "same same but different" -lo mismo lo mismo pero diferente.
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