'La heroína es un negocio multimillonario apoyado por poderosos intereses'
Michel Chossudovsky (1946- ) economista canadiense
La decisión de Obama de retener indefinidamente a 9,800 soldados en Afganistán responde a objetivos de carácter geoestratégico y mercantilista.
Primero que nada está la urgencia geoestratégica por contener a la resurgiente Rusia y la consolidada China, que han acelerado su paso desde su incursión en el conflicto sirio. Los planes de Moscú y Beijing de fusionar las zonas comerciales y militares que ambos lideran –en una gran unión eurasiática– aterran al Tío Sam, motivándolo a extender una ocupación que ya acumula 14 años.
Después están las corporaciones estadounidenses que se aprovechan de la destrucción y la reconstrucción de países ajenos, y que por ende requieren de cada vez más territorios para sacarle provecho a su nefasta interferencia. Aparte están las potenciales ganancias en minerales que presumiblemente yacen debajo de la accidentada geografía de Afganistán (como el litio que usan las baterías de nuestros dispositivos de alta tecnología). El petróleo y el gas natural no abundan por allá, sin embargo, los cuantiosos minerales prospectados son suficientes para seducir a las grandes empresas.
Por último y no por eso menos importante está el negocio ilícito del opio que es manejado por la CIA para estrechar sus tentáculos alrededor del planeta. Afganistán produce en la actualidad el 90% del opio del mundo, planta que después es procesada para obtener la heroína. De hecho, la producción de opio a partir de la ocupación de 2001 no ha hecho más que incrementarse, oficialmente rompiendo todos los récords históricos.
La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito declaró que en mayo de este año la cosecha de opio fue de 5,500 toneladas métricas, o sea, 49% más alta que el año pasado, y más que toda la producción del resto del mundo combinada. En pocas palabras, la ocupación militar de Afganistán es una excusa para controlar el negocio de la droga, similar a como sucede en México.
Nada de esto es novedad. La CIA simplemente repite el patrón que aplicó en Vietnam hace 40 años en aquella supuesta guerra contra el comunismo. Cambian los terrenos y los chivos expiatorios, pero el corrupto y malvado plan elitista del narcotráfico es el mismo.
Lo más increíble es que el Talibán –el gobierno de facto de Afganistán– no sólo había prohibido el opio antes de la invasión de 2001, sino que además se dedicó por un tiempo a destruir los plantíos. Hoy no sólo respeta al opio, sino que irónicamente lo ha hecho una fuente fundamental de ingresos.
Es así como el Talibán se ha convertido en un aliado clave de la CIA, que ha empoderado a estos 'mercenarios' al grado de tenerlos como un eslabón primario de la cadena productiva de la heroína, que después venden como droga en las calles de Occidente para financiarse.
Tan fuerte se ha hecho el Talibán que ahora controla la ciudad de Kunduz, ahí donde se localiza el hospital donde trabajaban los ‘médicos sin fronteras’ que recientemente fueron bombardeados por Washington.
Todo este espectáculo mediático, que nos presenta a las múltiples cabezas del dragón intervencionista peleando entre sí mismas, paradójicamente sirve a los intereses del complejo burocrático industrial y militar, que tiene al ‘divide y vencerás’ como su máximo mantra.
De todo esto está consciente Vladimir Putin, que apenas el día siguiente del anuncio de Obama sobre la permanencia estadounidense en Afganistán alertó a ocho de las repúblicas exsoviéticas, para que estén preparadas para responder a cualquier ataque proveniente del convulsionado país centro-asiático.
Ulteriormente, en Afganistán podemos ver la concentración de lo peor de la política exterior de Washington. Corporaciones, ejércitos extenuados, militares privados, fundamentalistas en el poder (el actual Talibán nació del Muhajideen que EUA financió contra la URSS), drones, propaganda humanitaria, muerte de inocentes, discurso democrático-liberal, y un largo etcétera.
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