Thursday 22 October 2015

De la boca para fuera

‘‘El poder del discurso está en sus opresivas clasificaciones’’
Roland Barthes (1915-1980) semiólogo francés
Los estratagemas que los políticos utilizan para manipular a la opinión pública han sido los mismos a través de la historia.
Es así como podemos entender por qué un ‘‘Pacto por México’’ es realmente una alianza en su contra, y también cómo una promesa de campaña como la de la tenencia pierde su ímpetu una vez electo el candidato.
Asimismo, podemos aclarar cuál es la intención detrás de un supuesto ‘líder’ como Benjamin Netanyahu, que de la noche a la mañana exime a Hitler del genocidio contra los judíos –‘‘Hitler no quería exterminar a los judíos en aquella época’’–, para tratar de justificar sus atropellos contra los palestinos en el presente.
La más tradicional de todas las manipulaciones es centralizar el poder de la información y el discurso en pocas personas, para con ello ordenar y controlar a la sociedad de acuerdo a una visión específica y monotemática. El mejor ejemplo de esto es la propaganda actual del Estado mexicano, que utiliza a los medios de masa para difundir su superchería macroeconómica, que de acuerdo a lo que se vive en el mundo real, no es más que una repetición vacía y uniforme.
En ese sentido, Joseph Goebbels, el ministro de publicidad y propaganda Nazi, decía que para convencer a alguien había que llenarlo de mentiras.
Después está la modificación del significado de palabras como ‘terrorismo’, la cual gradualmente, y con la ayuda de los medios de masa, fue incrustándose en nuestras mentes asociada con barbas y turbantes musulmanes. El significado clásico de terrorismo se refiere a cualquier acto que cause terror. No obstante, nuestra dependencia de la TV nos ha hecho vulnerables a sus falsos contenidos.
Otra muy común es la utilización de palabras alternativas –eufemismos– para rebajar cualquier carga semántica que pudiere molestar al público. Es así como un aumento importante del impuesto predial es solo un ‘ajuste’, o como una ‘participación publico-privada’ implica la venta de un recurso, a la vez que las víctimas inocentes de un ataque fallido son apenas bajas ‘colaterales’.
Una de las tácticas más nefastas es la de reducir y estandarizar los contenidos mediáticos, buscando rebajar la calidad del debate público. Monterrey es experto en esto, ya que la pésima calidad de programas de TV limitan esas alternativas que pudieran ayudar a racionalizar la discusión.
‘‘Cada vez menos y menos palabras, y a su vez el rango de consciencia siempre más pequeño’’, declaró George Orwell en su novela 1984.
Y qué decir de las ‘condenas de la historia’ que aplicaron los sucesores a personajes de la talla de Akhenaton o John F. Kennedy. Lo que suelen hacer los poderosos que sustituyen a los grandes reformadores es tratar de borrar su memoria, ya sea criticándolos o interponiendo nuevos discursos para facilitar el olvido.
Una en que somos expertos los mexicanos es la de ‘cantinflear’ en la retórica y la demagogia, como lo constata esta frase reciente de Cuauhtémoc Cárdenas. “Hay muchas izquierdas. Algunos dicen que están en la izquierda, otros que no están. Hay las electorales, otras que no. Hay de todo. Como diría yo en las derechas. Hay muchas derechas de muy distinto tono, y es muy difícil decir qué califica si se está en el derecha o en la izquierda. No hay ningún juez que lo establezca”.
En vez de ser breves y directos, llenamos a los otros de palabras y frases rebuscadas para llamar la atención.
Una que definitivamente está de moda es mostrar actores en pantalla que aparecen como héroes salvadores, mismos que tarde o temprano demuestran lo que son, piezas e imágenes de un ajedrez sistémico ultraconservador. Las cosas no cambian tan fácilmente. Hay demasiados intereses creados como para permitir que algún carismático los modifique.
Por último, y no por eso menos importante, está la desinformación como la de los ‘peñabots’ que intentan disuadirnos de la realidad que yace frente a nuestras narices. De aquí también se desprende el concepto de ‘periodista a sueldo’ o mercenario de la verdad, que por unos cuantos pesos tergiversa el mensaje.
En resumen, las promesas de campaña, el control de medios, la centralización del discurso, y demás mentiras y enjuagues, han sido, nos guste o no, el hilo conductor de nuestra civilización.

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