Thursday, 11 June 2015

Un mejor puerto


Nuestra civilización es experta en grandes conceptos e ideologías, que nos seducen para que nos acoplemos en agrupaciones dirigidas. Los del poder sobreviven creando paraísos venideros y esperanzas futuras, espacios y tiempos idílicos que debemos trazar con lápiz prestado para encontrar la redención.

Navegamos un barco con rumbo fijo, preconcebido por los que se benefician de la perpetua oferta de un mejor puerto para todos, final de película que nunca fructifica por ambicioso e ilusorio.

Se me educó desde niño a ver al gobierno simplemente como un arbitro, que sólo debía encargarse de organizar un espacio público compartido. Gradualmente fui descubriendo que la actividad fundamental del político es crear dualismos –problemas recurrentes y enemigos permanentes–, para poder justificarse como salvadores, negociadores de alternativas y soluciones a esas mismas broncas que siembran y cosechan para alimentar su burocracia. Tardé en darme cuenta de la ingenuidad de mis certezas.

Fue gracias a eso que entendí que la autoridad sólo es bondadosa en imagen, ya que su deseo capital es afianzarse sobre el terreno y sus recursos para dictar nuestra vida. En el camino desperté al hecho que la cooperación es ilusoria, ya que el dualismo que nuestro ‘padre’ engendra  –como el simbolismo del águila devorando a la víbora del escudo nacional– necesita de la férrea competencia para sobrevivir, ya que esta es la fuerza que le empodera sobre nosotros.

El costo de creer que el dichoso mejor puerto del mañana es mejor que lo que tenemos hoy es altísimo. Confiar ciegamente en ello es depositar nuestro destino y libertad en otros, y al hacerlo, perdemos nuestra esencia.

En la práctica esto se da en todo nivel. La premisa es separarnos por género, raza, clase social, religión, partido, nación y demás identidades, así se incentiva la competencia y el enfrentamiento. Se nos mantiene ocupados con tanta marca y convención, y por eso nos manipulan.

Lo ciudadano electoral se vuele un teatro, ya que los contendientes primero se atacan para después aliarse por el ‘bien de la ciudadanía’. Todo se reduce a una supuesta oferta democrática, de gente que comoquiera que sea fue preseleccionada por la misma cúpula que los lanza al ruedo a pelearse como gallos. Tristemente sólo con espectáculo es que logra llamar la atención de un pueblo harto.

Las relaciones internacionales, las monedas únicas y el comercio regional y global entre economías desiguales tampoco se escapan de los dualismos, ya que tarde o temprano establecen jerarquías que acaban manejando los haberes de las mayorías.

Por ejemplo, nos jactamos de ser libre mercadistas, pero no perdemos la oportunidad de manipular los mercados y llenarnos de subsidios, ya que nos aterra la competitividad de aquellos que arrojamos al fondo de nuestras prioridades. Usamos su mano de obra cuando la necesitamos, pero cuando sobran simplemente los echamos por la borda.

La televisión explota el miedo al forastero, y su mejor arma es el estereotipo y el estigma. Se nos indoctrina a vernos como lo óptimo, únicos e irrepetibles, mientras que el otro es presentado como inferior para facilitar su atropello y dependencia. Entonces los medimos y juzgamos de acuerdo a falsas proyecciones.

‘¡Quieren tu trabajo! ¡Aquellos no se adaptan! ¡Vienen a robarse tu cultura!’

La xenofobia inducida es la estrategia que hace que fijemos el odio en aquellos que supuestamente quieren arrebatarnos algo. Y mientras pataleamos en confusión identitaria, los del poder atraviesan los aires y los mares para traernos esas materias primas que nos dan confort y seguridad momentánea. Así se nos mantiene narcotizados del abismo cultural entre nosotros y ellos que por sistema profundizamos.

Nuestros ‘representantes’ se apoyan de la TV para fraguar sus excusas que legitiman la intervención ‘humanitaria’ en otras latitudes, escudados en la ‘intrínseca superioridad’ de una sociedad que debe activarse para salvar a otros de sí mismos. Te pido que no olvides que ese migrante al que señalas no estaría frente a ti si no fuere por los intereses económicos que se lo permiten.

Nos quitan dos y nos dan uno, y todavía les aplaudimos por su dichosa ‘eficiencia’.  La verdad es que nuestro gobierno sucumbió entre tanto proyecto de grandeza, por eso descuida las libertades individuales y sus funciones reguladoras y en las que se fundamenta.

Dualismo aferrado es confusión eterna. No obstante, todos los días nos inyectamos la vacuna de la indiferencia al dolor ajeno, movilizándonos rumbo a un ‘mejor puerto’ sin mayor cuestionamiento.

Pudiéramos despertar a nuestro potencial y así contribuir desde el corazón, pero no, preferimos navegar el barco de jugosas promesas, que transforman nuestros sueños personales en complicados y politizados planes.

Priorizar la riqueza material sobre nuestra humanidad es dejar mucho y a muchos fuera. Forzarnos a través del embudo de la estandarización materialista estrangula nuestras diferencias, esas que nos enriquecen y nos hacen mejor civilización.

No avanzamos porque no nos aceptamos como uno en nuestros contrastes. Por eso no tendremos paz ni concordia hasta que paremos de quitarle a otros lo que les corresponde.


Correo: juanguerra@hotmail.com

JUAN CARLOS GUERRA: Licenciado en Estudios Internacionales por la UDEM, con Maestría en Sociología por la Universidad de Essex, Reino Unido. Especialista en Teoría Social y Política. Actualmente locutor y analista del programa de radio Global-es, en la Universidad de Monterrey.


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