`Cuando un calendario cambia, la organización y el orden del tiempo en una ciudad también cambia´
Extracto del Museo Nacional Arqueológico de Roma, Italia
Hoy que inicia la celebración islámica del Ramadán, se antoja interesante reflexionar sobre la cultura y sus rituales. La religión no sólo es espiritualidad, si no también control de los tiempos y la determinación de las actividades sociales en los espacios públicos.
De hecho puede aseverarse que esta fórmula es la base de la civilización, ya que sin una espacio-temporalidad bien definida, el desarrollo sociocultural se imposibilita.
Las celebraciones son rituales culturales que nos dan identidad tribal y nacional, por eso es que las historias de lo que somos suelen contener astrología y mitología sedimentada. Puede aseverarse que los pioneros del tiempo, en el sentido al que me refiero, fueron los Sumerios (antigua Mesopotamia), ya que con ellos se estructuran por primera vez los bloques de 60 segundos y minutos que fundamentan nuestro estilo de vida. Los judíos no se quedan atrás, ya que su visión lineal del Antiguo Testamento (Génesis, Apocalipsis, redención) determina lo que somos en buena parte de Occidente.
La lucha por la imposición de visiones temporales se exacerbó con el Imperio Romano, cuya desmedida ambición llevó a sus líderes a abusar de la manipulación de la `temporalidad´, buscando organizar y controlar la vida de cada vez más personas.
Las reformas al calendario efectuadas por Julio César y después por Augusto César lograron como resultado el desfasamiento de la sociedad, de los fenómenos puramente astrológicos, que fueron clave durante la etapa formativa del Imperio. Dicho de otra forma, la observación de los astros era algo fundamental cuando se necesitaba asegurar las cosechas y la supervivencia, pero una vez que se consolidó la agricultura, y con ello el poder central, el pronóstico del tiempo y sus fenómenos se volvió algo redundante.
Fue a partir de ese momento en que los astros, que en el pasado fungieron como indicadores de las estaciones en pro de la abundancia, gradualmente se convirtieron en símbolos de legitimación del poder y de identidad colectiva. Como ejemplo están Mitras, el inconquistado Dios solar y Sol Invictus, los cuales representaban el triunfo de la luz sobre la oscuridad, o sea, la certeza de la estabilidad social y la garantía del poder monárquico, sobre la incertidumbre y la carestía de etapas anteriores.
Aquí fue donde echó sus raíces el cristianismo, ya que la deidad solar que esta agrupación promovía también se `festejaba´ el 25 de diciembre, día en el cual, el sol reinicia su ascenso en el firmamento en el solsticio de invierno.
Los beduinos a los que les tocó confluir con esa cultura greco romana –en su secuela bizantina– se dieron cuenta que esa competencia religiosa, social y política se amparaba en un dios-hombre, emanado de un calendario solar. Fue por ello que los musulmanes escogieron a la luna como la base de su cosmogonía y cultura. Al hacerlo afianzaron a su naciente sociedad religiosa a un símbolo que no era monopolio de nadie.
El mundo islámico basa toda su idiosincrasia en el calendario lunar. Esto incluye a las banderas de muchos países (representada por la luna creciente), la Hijra (el regreso fundacional de Mahoma de la Medina hacia la Mecca en 622 D.C, momento en que inicia el `tiempo´para los musulmanes), como también a la Haj (visita anual peregrina a la Mecca) y al Ramadán (13 días de ayuno que comienzan junto a la luna nueva).
Desde el punto de vista religioso, el Ramadán es una práctica de ayuno forzado, que conmemora la primera revelación del Corán a Mahoma. Además, la celebración refuerza, en el creyente, el sentido de humildad, ya que se basa en la abstinencia. En este sentido, el Ramadán puede ser entendido como una purificación colectiva.
Desde una óptica sociológica, el Ramadán refrenda los simbolismos del Islam entre la feligresía. Dicha celebración delimita los espacios y tiempos en torno a la cultura central. Es por eso que encima de todo puede interpretarse como una refundación de la identidad en todo sentido.
A escala global el Ramadán es una estrategia de corte político que busca preservar las tradiciones del ataque y la infiltración globalizada de practicas culturales `infieles´, como son tildados el materialismo y el consumismo occidentales. Ulteriormente, ambas sociedades, la neoliberal y la islámica tienden al patrón y la estandarización. No obstante, una diferencia importante es que el musulmán promedio no lleva tanta prisa como el adicto al crédito de la posmodernidad.
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