´Debajo de la armadura de la piel, los huesos y la mente casi todos nuestros colores son asombrosamente los mismos´
-Aberjhani ( 1957-) poeta estadounidense
Más que ser producto de la ignorancia, el racismo y el clasismo surgen de la falta de empatía que tenemos hacia los demás. Nuestras emociones son sublimadas como parte del proceso que nos lleva a formar grupos.
Pero las emociones son aún más limitadas y reprimidas para las necesidades ordenadas de la sociedad (según Sigmund Freud), ya que la modernidad y el orden racional se montan sobre esa base emocional arrebatada. Teóricamente para que funcione dicha civilización colectiva, no es necesario que individualmente expresemos nuestras emociones en el espacio público.
El otro como espejo, refleja los límites de una visión cultural cerrada, que nos es vendida como indispensable para la civilización y la patria. Y en vez de vernos, preferimos evitar cuestionarnos en nuestra intención de mantener esa identidad sólida y certera que se nos provee desde fuera. Optamos por atacar al que representa algo diferente a lo que se nos enseñó a seguir.
Resaltamos las características del otro, esas que lo hacen distinto. En vez de tratar de emplear la empatía para buscar comprender y aceptar al otro desde su presencia única, señalamos lo que según nosotros es lo más sobresaliente, lo contradictorio. Ulteriormente, las características raciales específicas no son atacadas en si, pero estas en si facilitan la construcción de una defensa más efectiva, ya que eso que vemos como diferente es inversamente proporcional a lo que aseguramos ser, eso que nuestra cultura constantemente nos refuerza.
Las emociones que tuvimos que sublimar para "formar parte" de algo mayor a nosotros – como lo es una sociedad con una cultura específica y diferenciada de otras – dificultan el desarrollo de esa empatía que nos permite ponernos en los zapatos de otros.
Es así, que el multiculturalismo –esa política pública que busca que los diferentes grupos étnicos y culturales convivan en espacios compartidos –fracasa básicamente por el hecho de que se busca que la inclusión de las diferencias suceda a nivel social y político, y no en un sentido interpersonal y comunitario. O sea, que la solución que se propone desde arriba va en función de como se han hecho las cosas siempre, planteando la aceptación del otro como algo colectivista/racional, más que algo personal/emocional.
El problema radica en que muchas veces este tipo de políticas buscan que la gente de la cultura sede logre integrarse con otras, pero lo hace meramente de manera discursiva. Lo ambicioso de este visión recae en las esperanzas de que la ciudadanía aprenda fragmentos o totalidades culturales ajenas, y es aquí donde muestra su debilidad.
Lograr que alguien se interese por la cultura de otros es difícil, ya que se nos mantiene en la perpetua ilusión de que la nuestra es la base fundamental para el funcionamiento de la comunidad, nación y patria. Entonces, la persona tiene que reflexionar sobre el hecho de que él o ella es propietario de una identidad cultural, que se le presumió como única, a la vez que supuestamente se le invita a que prescinda convencionalmente de ella para lograr ver, aceptar, y hasta cierto punto integrar la de otros.
Lo positivo de una cultura única y distinta es que logra conformar grupos complejos bajo fines similares. Pero su lado negativo es que nos dificulta el desarrollo personal, ya que el formar parte de algo mayor a nosotros se logra gracias al control de nuestras emociones fundamentales, la herramienta básica para sentir empatía hacia otros.
Para que el multiculturalismo funcione, no se debe forzar, indoctrinar o convencer a la gente a que se interesen por otros y sus culturas de forma práctica y pragmática.
El permitir que los individuos despierten -en detrimento de su cultura única limitante- suele ser contradictorio para el patriarca representativo que ha invertido muchísimo en ella. Por eso depende de nosotros, pues, el cuestionar estereotipos y estigmas en búsqueda de la comunidad inclusiva y diversa que nos merecemos.
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