‘‘El reloj no puede atrasarse para aplicar estándares contemporáneos de justicia a fechorías pasadas’’
Richard A. Falk (1930- ) profesor estadounidense
Richard A. Falk (1930- ) profesor estadounidense
El viernes pasado se marcó el 100º aniversario de los crímenes masivos del otrora gobierno otomano contra el pueblo armenio, hecho que se mantiene vigente debido a la renuencia turca a aceptar que sus antecesores cometieron genocidio.
El caso no es tan fácil como se pinta, dado que el término ‘‘genocidio’’ sólo empezó a emplearse a partir de 1951, tres años después de que la Convención de Ginebra acuñara el concepto. Entonces, es muy difícil juzgar algo sucedido en el pasado de acuerdo con la ley que nos rige en la actualidad, dado que la legislación para este tipo de conductas criminales no aplica de forma retroactiva.
Dicho esto, es importante enfatizar que el gobierno turco no se está aprovechando de ese resquicio legal para defender su postura en contra de la acusación de genocidio. Lo que Erdogan y otros de su administración alegan es que el conflicto que llevó a esos resultados fue uno civil, mismo que causó bajas también del lado otomano y no nada más del armenio.
Y aunque las protestas de antier se dejaron sentir en la misma Armenia, es importante subrayar que la fuerza principal que aboga para convencer a todos de que sufrieron un genocidio, son los distintos grupos de cabildeo, los cuales representan a una diáspora de aproximadamente seis millones de personas alrededor del mundo.
Esto quiere decir que la clase política en Yerevan, la capital de dicho país, ha preferido mantener un perfil y voz bajos, ya que son conscientes de las posibles represalias que una perpetua queja pudiere traerle a su gente en casa.
La población oficial de esa nación es de un poco más de tres millones de personas, las cuales habitan en una país sin salida al mar, que encima de todo está rodeada por Azerbaiyán –acérrimo rival con el que disputan el territorio de Nagorno Karabakh– y la misma Turquía, potencia regional a la cual tratan con alfileres para evitar profundizar aún más su histórica enemistad.
Actualmente existen más de 26 países, entre ellos El Vaticano, Rusia, Francia y Alemania, que reconocen lo sucedido contra los armenios como genocidio, siendo la declaración más destacada y reciente la del papa Francisco a principios de este mes, en la que dijo que el ‘‘genocidio armenio había sido el primero del siglo XX’’. Erdogan no vaciló al escuchar la declaración del Sumo Pontífice, e inmediatamente retiró a su embajador de la Santa Sede de la Iglesia Católica.
Mucha de la dificultad para que la institucionalidad global acepte la etiqueta ‘‘genocidio’’ emana de la renuencia del gobierno federal en Washington para aceptarla. Y aunque 43 Estados de un total de 50 ya lo han hecho, el centro de poder de la nación se rehúsa a ello por causas geopolíticas. Con esto me refiero al importantísimo rol que juega Ankara dentro de la OTAN, ya que el turco es el segundo Ejército terrestre más grande en dicha organización.
El Tío Sam no quiere presionar a Turquía en este caso y por eso se mantiene al margen. Es cierto que el Senado estadounidense ya votó en el pasado para admitir que fue un genocidio, pero como sabemos, las decisiones de política exterior recaen ulteriormente en la Casa Blanca, desde donde se fraguan las múltiples intervenciones que deciden el destino de millones de personas.
Es por eso que mientras la punta de la pirámide de poder occidental no lo reconozca, el gobierno turco se saldrá con la suya, por lo menos desde el punto de vista de la legalidad internacional. El veredicto moral lo tienen ciertamente perdido. No obstante, tristemente este mundo se maneja de acuerdo con grandes intereses, por lo cual es muy factible que las 1.5 millones de víctimas del terrorismo de Estado no reciban el consuelo simbólico que se merecen.
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