“La corporatización es descendiente de la industrialización”
-Serj Tankian (1967- ) compositor estadounidense
La industrialización no fue concebida para perjudicarnos, pero nuestra dependencia contemporánea hacia las máquinas está alterando nuestra forma de vida de manera significativa.
Es indiscutible que la tecnología le ha ayudado al hombre a incrementar sus posibilidades de supervivencia, así como también el cristalizar proyectos civilizatorios de gran envergadura, sin los cuales viviríamos todavía en un era agrícola. De hecho, puede aseverarse que la sociedad urbana sólo es posible a través del uso de máquinas, ya que sin ellas seguiríamos atados a los animales como medio de transporte.
Las máquinas se usan en la sociedad para producir cosas que las manos no pueden, pero cuando se depende tanto de ellas –al grado de convertirlas en absolutas intermediarias de nuestra existencia–, la calidad de vida se deteriora. Un buen ejemplo son los automóviles, los cuales ofrecen una gran movilidad al individuo, pero cuando su uso multiplica sin límites acaba encarcelando a los conductores dentro de esas mismas avenidas por las que circulan. El transporte público, como el metro, los camiones o los tranvías son una solución más practica, ya que ofrecen una movilidad similar, pero te exigen que sacrifiques la independencia de la que gozabas con tu vehículo particular. Es cuestión de grado, ya que aunque también son máquinas, no es necesario ´tapizar´ la geografía en la que habitas para liberarte.
Las máquinas son ingenios tecnológicos que incrementan la velocidad de los procesos, y por eso es que percibimos que el tiempo lineal del cual dependemos se acelera constantemente. El tiempo podrá ser relativo, pero la era en que nos desenvolvemos nos hace cada vez más dependientes de la temporalidad en todo sentido. Aquí caben los teléfonos y demás tecnología mediática, que aunque representativas de la nueva era de servicios, son productos que siguen siendo manufacturados bajo un techo fabril.
Después está la ideología de libertad, bajo la cual supuestamente nos organizamos –el neoliberalismo–, que corona al individuo y sus adquisiciones materiales como lo determinante para la felicidad y la plenitud. Aquí yace la máxima contradicción, ya que para darnos esa libertad individual tan añorada la organización de la industria debe centralizarse cada vez más bajo la premisa de que sólo así el sistema puede ser más eficiente en su afán de maximizar los recursos y el trabajo, que se requieren para producir los bienes que se publicitan como esenciales para ser alguien en la vida.
Entonces, no sólo son el socialismo y el comunismo los que centralizan los procesos –los recursos, los mercados y las decisiones–, sino que también el mismísimo capitalismo lo hace, ya que nuestra sociedad “liberal” depende tanto del crecimiento económico basado en la industria como aquellos, obligándolo a manipularlo todo por el “bien” de todos. Dicho de otra forma, todo sistema es centralizado cuando las mayorías no están involucradas, ya que son las élites y sus corporaciones las que lo deciden todo.
Nuestro sistema social, y la cultura en sí, siguen dependiendo de una movilidad social basada en clases que son determinadas de acuerdo a su posición en la escala de trabajo industrial, y por ende nos medimos en relación a nuestro poder de compra. Por eso no hay que sorprendernos de los altos niveles de insatisfacción que experimentamos. Paz mental equivale a productividad. Por eso es que sufrimos cuando la situación es una de crisis, como ahora.
La industrialización ha separado más a los grupos humanos que cualquier otra forma de producción en la historia, y como resultado, el dogma de la división del trabajo ha segregado a los géneros masculino y femenino, y en sí a nuestras vidas, de forma rutinaria.
Hemos industrializado la salud, la alimentación, la vivienda, las fuentes de energía y la guerra, pero ulteriormente no hemos podido trascender las problemáticas más simples como especie. Nuestra comida procesada nos enferma y las farmacéuticas nos recetan píldoras que no mejoran nuestra situación. Hemos invertido la pirámide ecológica de nuestra continuidad, y en el camino nos hemos alejado de la naturaleza y de las especies que nos rodean.
Vivimos en una nueva Edad Media entre la modernidad y lo que sigue, a lo que no podemos llegar por no querer abandonar esa zona de confort a la que nos hemos acostumbrado. Es imperativo hacer algo, ya que de seguir así haremos cada vez más insustentable nuestra vida en esta tierra.
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