Sunday 22 February 2015

De comida y otras expiaciones

“La industria alimenticia exacerba nuestra ansiedad sobre lo que comemos”
Michael Pollan (1955- ) periodista estadounidense

La industria de los alimentos se ha convertido en una corporación muy poderosa, que tiene la capacidad de cooptar a la ciencia para legitimarse.

Orthorexia nerviosa es la novedad patológica que la psiquiatría institucionalizada basada en EUA está recetando a cualquiera que tenga la preferencia por alimentos sanos, esos que son una rareza en este mundo artificial. Se nos advierte sobre cualquiera que se empeñe en escoger comida limpia y orgánica, ya que supuestamente está enfermo; tiene una patología psicológica.

Visto de otra forma, la ciencia se convierte en un buró moralista, que desarrolla en base a juicios mixtos –algunos técnicos y otros de poder– un catálogo que categoriza y jerarquiza las conductas culturales de la sociedad. Las personas que hacen pseudociencia como esta transgreden los límites de lo comprobable y verificable, ya que se desviven por otorgarnos esa certeza que técnicamente caracteriza a esta y otras instituciones contemporáneas. Ulteriormente lo que tenemos es una herramienta taxonómica, que determina las conductas de acuerdo a los beneficios sistémicos de cualquier acto, independientemente si el mismo ayuda o no a quien lo ejerce.

Estos “expertos” culpabilizan a los alimentos no procesados, esos que por naturaleza emanan de sus fuentes como la más pura versión de sí, y que entre sus cualidades resaltan la vitalidad y el sabor de la existencia. En este sentido, dichos intermediarios del “bien” se asemejan analógica e históricamente al antiguo clero medieval, que culpabilizaba a quienes no formaban parte del club de la feligresía “salvada”, y que por ende estaban en perpetuo pecado.

La verdad de las cosas es que el monoteísmo de ayer y la estandarización cultural de ahora apuntan hacia lo mismo: el tratar de prevenir que surjan alternativas funcionales a su directriz de imposiciones. Más aún, lo increíble en nuestro contexto actual es que hemos olvidado que todo originalmente es orgánico, y entre tanta industrialización de todo, hemos tenido que renombrar “orgánico” a algo considerado libre de aquello que se vende como lo más “refinado y saludable”. Moralizamos lo poco que rescatamos del desastre de una sociedad ultra procesada, que en muchos sentidos es la causante de nuestras enfermedades más crónicas. Aquí también caben las leyes en contra de las plantas y la medicina alternativa, las cuales obviamente representan una amenaza para las farmacéuticas trasnacionales.

Si nos atenemos al tipo de juicios que esta psiquiatría moderna arroja para limitar nuestras potencialidades, terminaríamos sometidos a una forma de vida que centraliza cada vez más procesos, ideas y decisiones en cada vez menos personas. 

Acabaríamos esperanzados de lo que determinan tres, cuatro o cinco gentes, quienes en sus juntas privadas concluyen que las cosas deben ser así –por el bien de las mismas corporaciones que nos enferman–, y al final nos recetan remedios que no mejoran nuestra situación.

Es así que se nos mantiene aferrados a discursos anquilosados, como el de la pirámide de proteínas, carbohidratos y grasas, mismo que tiene existiendo desde la Segunda Guerra Mundial, periodo en que el racionamiento de la comida era esencial para sobrevivir a la hambruna. Hoy podemos constatar que se puede sobrevivir sin el consumo de una carne que es publicitada como la fuente máxima de proteína. 

Esto lo puede comprobar la persona misma, que al día de hoy cuenta con abundantes opciones de alimento para asegurar su salud y calidad de vida. En esa línea, sugiero que aproveche esta temporada de cuaresma para observar los beneficios que la reducción en el consumo de carne le traerán. ¡Atrévase a sustituir lo de siempre por algo distinto!

La naturaleza no se organiza alrededor de nuestras necesidades o proyecciones científicas de certeza. Esas categorías y etiquetas son sólo una forma de darnos seguridad ontológica (de que lo que percibimos tiene sentido). Es por eso que depender de un conjunto de símbolos y nombres para seguir colonizando un mundo allá afuera –en supuesto beneficio humano– no hará más que alejarnos de ese mismo lugar de donde venimos, al igual que esa fruta, verdura o planta a la que expiamos por nuestro “bien” colectivo como especie.

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