Saturday 23 January 2016

El termómetro de la justicia

'La armonía social es un valor no mercantil que requiere de la voluntad colectiva para realizarse' -Donald Worster (1941- )

El dilema entre Uber y los taxistas tradicionales no debiese girar únicamente alrededor del precio y la calidad de los servicios.
Sé que la gente esté molesta por la actitud de los taxistas. Empero no es momento de venganzas. Es hora de reflexionar sobre lo que nos ha llevado hasta este punto como sociedad, situación que tiene a los órganos de nuestro cuerpo colectivo luchando por la supervivencia.
La violencia que arrecia por la disputa del pasaje se debe a tres causas estructurales, lo cual como quiera que sea no eximen de culpa a quien lanza puñetazos en la calle.
La primera es la transformación de la ideología política y el sistema económico de nuestro país durante los últimos tiempos. La segunda es el uso generalizado de la tecnología como medio de interacción social.
La tercera es la corrupción institucionalizada, condimento que exacerba los efectos de las causas anteriores.
No discuto el que la idea en sí y el uso de la tecnología de punta por parte de Uber sea mejor que el sistema tradicional del taxi. Es obvio que las cosas en la era de servicios informativos que vivimos han cambiado nuestra cultura en todo sentido.
Uber conecta directamente a los choferes con la empresa matriz sin necesidad de otros intermediarios, como son los sindicatos y los inversionistas acaudalados.
Lo irónico es que en muchos casos (no es legal en todo el mundo) Uber ni siquiera respeta a los gobiernos mismos. Esto porque el sistema Uber, similar a otras empresas de la nueva era, atomizan los mercados laborales y los de consumidores (P2P –peer to peer– red entre pares), dificultando su regulación y el cobro de impuestos.
Tenemos más de 30 años de experiencia en eso de dejarle los asuntos colectivos a fuerzas económicas supuestamente autorreguladoras. Los resultados son más que evidentes. El Estado se ha despreocupado cada vez más de lo público a favor de lo privado. En esa línea, el desorden social a gran escala se debe, en parte, a que carecemos de un arbitraje político concreto. Ingenuamente creemos que menos gobierno es mejor para el progreso. Sin embargo, no es cuestión del tamaño de la burocracia, sino de la eficacia de sus regulaciones.
El que hayamos transitado a una economía de servicios informáticos no implica destruir lo que había. Debemos trascender e incluir lo que ya existe, y no permitir que la férrea competencia y la supuesta eficiencia económica organicen nuestra comunidad. No se trata de hacerse a un lado para que el mercado se encargue de las funciones de gobierno, en el proceso delegando más poder a la incertidumbre y los grandes intereses de unos mercados ya de por sí manipulados.
Las calles siempre han sido reguladas por el Estado, y de ahí emana la justificación primaria de su poder. O sea, que más allá de que el Estado sea el ente más poderoso de la sociedad –y que por eso debe mantener su monopolio sobre la ‘‘seguridad” de la comunidad– su legitimidad depende de su congruencia a la hora de establecer reglas claras para todos.
No se trata de simplemente de otorgar permisos, sino de también darles un seguimiento político. El mantener al servicio de taxis tradicionales en óptimas condiciones es una responsabilidad doble para Estado. Por un lado debe regular, mientras que por el otro debe cumplir con su función básica de representar dignamente a la ciudadanía.
En ese sentido, el dumping de rebaja de precios que Uber efectuó hace unos días, en venganza a la violencia que sufrieron, es exactamente el tipo de prácticas que deben regularse.
No nos vayamos por el interés propio de un bajo precio. ¿Qué acaso también defenderíamos al hipermercado HEB si fuese atacado por los pequeños abarroteros que por economía de escala han quedado fuera?
Veamos todo el panorama. Muchos de los millones de mexicanos inconformes alguna vez participaron de un sistema que los incluía. Entonces, ¿por qué vamos a dejar que tanto taxista se quede sin trabajo porque así lo dicta la tecnología de punta?
Esta crisis de los taxistas es una gran oportunidad para reformar al gremio y meter en cintura al sindicato. Esto a su vez ayudará a limpiar algo de la corrupción que ha viciado ese ambiente.
Démosle algo que hacer al gobierno. Sin regulaciones claras y justas no habrá convivencia pacífica.

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