Sunday 17 January 2016

El espíritu de Santa Anna


‘‘¿Vender yo la mitad de México?’’
Antonio López de Santa Anna (1794-1876) dictador mexicano
Las semejanzas entre el sistema sociopolítico actual y el de los tiempos de Santa Anna son asombrosas.
Primero que nada está la lucha por la identidad nacional, la cual describo en las columnas anteriores –‘‘El restaurador y el enderezador de identidades’’–. Básicamente lo que vemos ahora, con eso de tratar de homogeneizar la identidad nacional (Secretaría de Cultura), para sobre ella montar al alfil católico (Francisco), se parece mucho a lo que el Estado Independiente (1821) hizo con la Iglesia Católica.
El nuevo orden independiente aprovechó la estructura religiosa católica para mantener una identidad cultural homogénea, creyendo que con eso se facilitaría el control de la población. De ahí emana la principal causa que mantiene a la institución religiosa como una de las más influyentes en Latinoamérica, a diferencia de otros países de la región, que desde el inicio se aseguraron de erradicar la magia del espacio público.
Unos años después (1824) el Estado le arrebató a la Iglesia el poder sobre la educación de la nación, mismo que mantiene hasta nuestros días. No obstante, la Iglesia ha logrado acercarse de nuevo a la educación. Es en ese sentido que presionó al PAN de Calderón para modificar el artículo 24 constitucional, con miras a reformar el artículo 3 y el 40, o sea, los cimientos del Estado laico.
Y aunque en la teoría todavía somos un Estado laico, en la práctica no está claro. Que mejor ejemplo de ello que el poder del clero mexicano en la política nacional, así como la preferencia del Estado por el Papa, sobre los demás líderes religiosos de mundo.
Otra similitud con siglos pasados es la insistencia por el autoritarismo dictatorial, que en su proceder arrasa con la gobernabilidad, el sistema de partidos y la pluralidad de opiniones. Es por eso que no hay que sorprendernos de las entradas ‘triunfales’ al poder a caballo, así como muchos otros cacicazgos regionales.
Y aunque en la teoría somos una federación que respeta las autonomías estatales, en la práctica la militarización de muchas de las funciones del gobierno han afectado el proceder del resto de las entidades del país. Nuevo León es un caso sobresaliente.
En cuanto al accionar de la figura presidencial, ésta es exaltada de forma cuasi monárquica en nuestra era por la TV, con la intención de multiplicar su presencia entre la multitud
de televidentes.
La solidez e integridad de la nación está muy en duda, no sólo porque la cruenta guerra contra las drogas la ha debilitado, si no porque también la soberanía se ha entregado desde que hicimos del neoliberalismo nuestro compañero de cama.
En esta línea, y similar a como el liberalismo clásico jugó un papel fundamental en el México independiente, lo que tenemos hoy es una profunda dependencia en inversión extranjera y deudas astronómicas, que nos sirven para perpetuar el mito del crecimiento.
Nuestro sometimiento depende de los dólares que hemos intercambiado por recursos naturales, y por eso es que no necesitan ocuparnos como hicieron en el pasado. No obstante, el poder que las corporaciones trasnacionales tienen sobre nuestro territorio es apabullante.
Ulteriormente la ruina económica, el desorden sociocultural y la ausencia de un proyecto nacional es producto de muchos factores, pero ciertamente uno de ellos es la lucha de poder entre una burocracia cada vez más abultada e inútil.

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