Sunday, 13 December 2015

Mover a México, literalmente

El dilema central de nuestra vida en las grandes ciudades es que no hay recursos suficientes para una población en crecimiento.

México concentra entre una tercera parte y la mitad de su población en tres ciudades, el D.F, Monterrey y Guadalajara. Este esquema, que también es típico de otros países latinoamericanos, fue la norma durante siglos anteriores, cuando la masiva industrialización y creciente economía requerían de grandes volúmenes poblacionales. Hoy estamos transitando hacia la era informática y de servicios, la cual simplemente ya no requiere de tanta mano de obra, como las máquinas con las que labramos nuestra identidad en el pasado. 

Hoy podemos observar el desgaste de dicho modelo.

Primero que nada están las enormes desigualdades socioeconómicas que podemos palpar en el día a día y cuando volamos sobre las urbes. Los cinturones de miseria se extienden por kilómetros, dibujando un contorno como los anillos de un árbol cortado, con los cuales calculamos su edad. Nuestros aglomerados aposentos son árboles caídos que se resisten a morir para dar vida a algo nuevo.

En esa línea, la degradación ecológica sería la segunda causa, y a la vez efecto, de la alta concentración humana en las ciudades. Es por eso que nos guste o no, cuando la Sultana del Norte llegue a los ocho o nueve millones de habitantes, proyectos contenciosos como Monterrey VI se convertirán en la norma obligada.

Tercero es la represión que se incrementa a la par que los factores anteriores se recrudecen. Las autoridades buscan apaciguar a las masas inconformes mientras en teoría se estabiliza la situación. Lo irónico es que los poderosos se aprovechan del terror que imponen para arrebatar y privatizar lo poco que queda de bienes públicos, esos que permiten la convivencia en las ciudades. El excesivo control de espacios confinados, en afán de regimentar los espacios y los tiempos en supuesta eficiencia, invariablemente conducen a la dictadura.
 
La metáfora ideal para entender todo esto es una caja de zapatos repleta de ratones. El pedazo cada ves más reducido de queso sería la escasez de recursos. El que los ratones tengan que pagar por el agua con dinero que no tienen representa la privatización y la desigualdad. La tapa de la caja bien reforzada simboliza la represión que los sofoca al grado de la desesperación colectiva. La síntesis de todo es el lógico conflicto y la ausencia de paz, dadas las terribles condiciones de vida.
La solución a este existencial problema gira alrededor de la aceptación del colapso de las condiciones actuales para lograr superarlas. Simplemente ya no podemos creer que el tiempo traerá el dichosos progreso, el cual además no es posible en nuestro árido contexto. El problema no son las ciudades como concepto, si no la presión que ejercemos sobre ellas cuando las convertimos en hormigueros. Hay que permitirle a los ratones que salgan de la caja para recuperar la civilidad perdida. Es preferible que los nuevos migrantes se acomoden en otras cajas o que construyan algo nuevo, que tratar de forzar a patadas la que ya existe. Para que eso suceda habrá que levantar la tapa, lo cual en si ya sería algo paradigmático de acuerdo a la increíble tendencia represora que seguimos. Muchas veces sólo hay que ver del otro lado de la muralla para fantasear con alternativas. Si ponemos un guardia armado en cada esquina, la gente no podrá siquiera asomarse para visualizar las posibilidades.

Es difícil imaginar un escenario más apocalíptico que el ya experimentamos. Sin embargo, el proyecto que propongo no es uno de proporciones bíblicas como parece. De hecho, el Estado no necesita más que canalizar las energías de libre flujo y movimiento que nos son naturales como especie.

Habrá que liberar todos los tractos de tierra que están en manos de corporaciones y demás especuladores. La gente generalmente se mueve cuando no puede hacer mucho en casa. El problema es que los espacios vacíos están bloqueados, por lo que es imperativo dejarse de ambiciones en pro de la armonía de la colectividad. 

La Nación-Estado ya no funciona como fue pensada hace algunos siglos. Necesitamos abandonar éste modelo para establecer una confederación en su lugar, que aproveche el Internet y demás avances tecnológicos. Los recursos deben ser aprovechados a nivel local y regional, y no arrebatados y revendidos a escala trasnacional como ahora. El liberar los recursos y las leyes, para que la gente misma disponga de lo que produce con lo que tenga a la mano, es una salida viable a la guerra de todos contra todos que nos aqueja. Centralizar más el poder y subsumir nuestras ricas diferencias culturales en secretarías nacionalistas rimbombantes no resolverá nada.

Combinemos lo mejor del presente con lo que aprendimos del pasado para trascender lo que sabemos que ya no sirve.

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