Tuesday, 1 September 2015

La estafeta comercial

'Aquel que controla el flujo de dinero es el dueño del comercio'
James A. Garfield (1831-1881) Vigésimo Presidente de EUA

El fortalecimiento del yuan chino a escala global es el fiel reflejo de una potencia comercial a la alza. Es por eso que las repercusiones del gradual establecimiento de Beijing como hegemonía comercial están causando estragos al actual orden internacional, liderado por EUA desde finales de la Segunda Guerra Mundial.
De hecho, puede aseverarse que la ideología, los valores y la cultura de cualquier nación, aspirante al estatus de súper estrellato planetario, no se difunden sin una economía y fuerzas armadas de igual tamaño a sus aspiraciones.
En en sentido, el fuerte gasto militar del dragón, que tiene aterrado a sus vecinos y a Washington, tiene mucho más que ver con su consolidación como potencia comercial que con las supuestas amenazas que se le imputan.
Lo que hay que dejar muy en claro es que la estrategia de Beijing es a largo plazo. Por eso veremos un incremento gradual en las fricciones con EUA, que a su vez se arma sin cesar para tratar de mantener el status quo.
Para contextualizar este cambio de estafeta comercial contemporánea podemos referirnos a la transición histórica del Imperio Británico al de EUA, suceso que cristalizó en 1944, con la celebración de la cumbre financiera de Bretton–Woods.
Los británicos dominaron el comercio mundial durante dos siglos gracias a su enorme flota naviera y a sus corporaciones colonialistas, como la East Indian Company. De hecho, para finales del Siglo XVIII, la Norteamérica británica se había convertido en una de las más productivas del imperio, ya que recibía el 57% de las exportaciones, a la vez que proveía el 32% de las importaciones del imperio.
No es casualidad que ésta haya sido la época en que la provincia americana declaró su independencia del imperio británico. El comercio con Londres había enriquecido a un enorme grupo de americanos, los cuales finalmente se unieron –primero en revolución y después en lo político– para romper lazos con la hegemonía del momento.
La corona británica estaba llena de orgullo y excesiva arrogancia, prolongada actitud que inexorablemente aceleró la perdida de cada vez más provincias y su eventual colapso.
No hay que olvidar que en teoría dicho imperio se amparaba en la filosofía económica de Adam Smith de libre mercado como los EUA de ahora, la cual promueve un libre comercio de corte pacifista y antiesclavista. No obstante, (similar a cualquier otro episodio imperial de la antigüedad) los británicos endurecieron cada vez más sus relaciones internacionales para defender sus rutas comerciales, lo que a la postre les costó la supremacía.
Es en este sentido hegemónico que las monedas de reserva global, como alguna vez lo fue la libra esterlina, pierden su esencia como instrumento de cambio comercial, para terminar siendo símbolos de abuso financierista. En pocas palabras, no puedes tapar el agujero de un déficit comercial manipulando la moneda en los mercados financieros por mucho tiempo. Tarde o temprano los demás despiertan a estos excesos.
Esto es exactamente lo que hizo la aristocracia corporativa estadounidense. Soltó el patrón oro en la década de los 70 para tratar de globalizar al mundo mediante la deuda, sistema que hoy ha se ha puesto en entredicho por China y muchos otros jugadores del nuevo orden multipolar.
En esta ocasión, Beijing le avisa a Washington que está listo para cambiar su dependencia por independencia, espacio que le permita administrar su nuevo sueño comercial de Ruta de Seda, que promete unir a billones a través del intercambio.
Ya sea la moral victoriana inglesa o el sueño americano ensalzado con democracia humanitaria, todas estas y otras ideologías sólo pueden perdurar cuando existe un dominio comercial que las respalde. Especialmente cuando utilizas la moneda como punta de espada para condicionar a tus socios.

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