Sunday, 13 September 2015

De causas y consecuencias

‘‘Seremos bienvenidos como liberadores’’

Dick Cheney (1941-) exvicepresidente de los EUA

Este catorceavo aniversario de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York es también una factura, que trae a cuenta la desastrosa política exterior de la guerra contra el terrorismo.

Ya quedo más que claro, independientemente de quien perpetró el ataque, que el mismo fue la excusa para implementar una política intervencionista a largo plazo, con la intención de extender los tentáculos del imperio estadounidense alrededor del mundo.

En esta línea, el chivo expiatorio islámico fue sembrado junto con las cenizas de las torres gemelas, ya que son precisamente los musulmanes los que han sufrido más perdidas humanas y la destrucción de su cultura durante estos últimos 14 años. Básicamente esta narrativa de buenos y malos nos ha convencido de que el conflicto es uno religioso-civilizatorio, cuando en verdad se trata de un exterminio cultural neocolonialista.

Para este fin se alinearon los medios de masa, que perpetuamente arrojan imágenes de propaganda, que mezclan turbantes y barbas largas, efectivamente estereotipando a 1,700 millones de personas.

De hecho, podemos dividir estos 14 años de terrorismo de Estado en dos etapas de siete. La primera, que se inauguró con los atentados fue de expansión sistémica, concluyó con la crisis financiera de Wall Street de 2008. Dicha crisis ‘anunció’ el fracaso de unas finanzas abusivas basadas en deuda, que no habían sido antes puestas en entredicho por la falta de organización y poder real de las demás naciones.

A partir de ahí comenzó la segunda etapa de contracción sistémica, que finaliza con la consolidación de alternativas geopolíticas y estratégicas al unipolarismo hegemónico de unos EUA obsesionados con el dominio planetario. Aquí podemos nombrar a los BRICS y al proyecto de Nueva Ruta de Seda China, que será lubricado con el financiamiento del Banco Asiático de inversión en Infraestructura, todo anclado en la la Organización de Cooperación de Shanghai (SCO) y el súper militarismo más cruento. El símbolo disparador de este nuevo orden multipolar fue la reciente devaluación del yuan chino, manotazo ejecutivo que puso a temblar al establishment estadounidense.

Otros efectos de esta contracción sistémica los vemos en la persona de Vladimir Putin, que ha reforzado su postura anti-occidental en respuesta a la arrogancia de sus líderes. La respuesta a este despotismo monárquico oriental, cristalizado en el capitalismo de Estado del neozarismo ruso y el Partido ‘comunista’ chino, es la figura de Donald Trump, que representa el triunfo radical del corporativismo y la corrupción a gran escala.

Más aún está la crisis de los migrantes, la cual es el tortuoso resultado de haber cambiado tanto régimen ‘incomodo’, como el de Saddam Hussein y el de Muammar Gaddafi. Y qué decir del fracaso de la manipulación de la provincia mexicana, nación que fue obligada a sacrificar su soberanía para poder seguir recibiendo su adictiva vacuna neoliberal.

Por otro lado está la cultura del miedo imperante, que con sus manías de seguridad y vigilancia, ha transformado el relieve sociopolítico de Norteamérica y Europa por igual.

Todo esto gradualmente nos condujo de vuelta a los nacionalismos, que colorean las relaciones domésticas e internacionales del mundo, y que actualmente se postran con sus ejércitos alrededor de Siria, similar a como las potencias nacionalistas en 1914 se preparaban para el colapso del Imperio Austro Húngaro en los Balcanes, el pleno corazón de Europa.

No puedo despedir esta columna sin incluir algunas de las circunstancias de la caída del Imperio Romano, mismas que han sido repetidas por subsecuentes imperios, entre ellos el de los EUA.

Las principales son, la sobreextensión imperial y el astronómico gasto militar, cuyos efectos pueden palparse en la pérdida de poder adquisitivo, sumado a la enorme deuda soberana y exterior, que irónicamente tiene en Beijing a su máximo acreedor. Después está una sociedad que produce cada vez menos lo que consume, y que por priorizar bajos costos, empodera a esos otros que le maquilan.

Además está la devaluación del dólar, si consideramos la inflación acumulada en un tipo de cambio que se desprendió del oro, para ampararse como moneda de reserva en energéticos y la impresión indiscriminada de billetes.

Otra señal de que se aproxima el final de los tiempos políticos del imperio es el exceso en entretenimiento, que ha hecho del espectáculo una necesidad orgánica.

El mejor ejemplo de esto es el fenómeno ISIS, que cumple con la función principal de disuadirnos de la realidad geopolítica que ocurre en Medio Oriente. Ninguna telenovela podrá borrar el hecho consagrado del expansionismo israelí, como tampoco distraernos de la inexorable realidad, de que el único y más terrible califato es el de Arabia Saudita, proveedor del jugo negro que lubrica al petrodólar, y que sostiene al andamiaje llamado Occidente, por el cual luchan y mueren todo tipo de gladiadores mercenarios.

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