Thursday, 17 September 2015

De migraciones y convenciones

‘‘La historia en su aspecto más amplio es un registro de la migración del hombre de un ambiente a otro’’

Ellsworth Huntington (1876-1947) antropogeógrafo estadounidense

La verdad es que la especie humana siempre ha estado en movimiento, pero esto no siempre es de utilidad para el patriarca, que prefiere delimitar los espacios y frenar los desplazamientos para incrementar su poder.

Miles de años le tomó al hombre acomodarse en los continentes que hoy conocemos, esos que damos por un hecho que siempre estuvieron poblados. Eso quiere decir que los así llamados aborígenes tampoco son originarios de la tierra que reclaman como propia. Los aborígenes por lo general pertenecen a las sociedades tradicionales, las cuales ejercen ciertas prácticas que los atan al lugar en donde viven, por ejemplo, los mayas y su cosmovisión particular a la selva del ahora sureste mexicano.

No es que los mayas se consideraran aborígenes. Simplemente se vincularon con la naturaleza inmediata que habitaron, y por eso es que su identidad apuntaba hacia la pertenencia de su medio ambiente.

El término de corte académico 'aborigen' se refiere más a un fenómeno colonialista divisorio, en donde suelen enfrentarse dos culturas, la invasora y la última que ocupaba la tierra antes de serle arrebatada. En pocas palabras, uno sólo resalta su cultura y sus tradiciones cuando son cuestionadas o puestas en riesgo por otro poder o colectividad externa.

Es importante hacer esta aclaración, ya que todavía hoy en el Siglo XXI hay muchos que matan por territorio, asegurando que intrínsecamente les pertenece de acuerdo a su mitología.

No podemos entender dichos reclamos sin primero considerar a la nación, uno de los más antiguos constructos socioculturales de nuestra civilización, y ciertamente el arreglo de identidad colectiva que ha organizado al mayor numero de personas bajo una misma causa.

Fue la nación, en conjunción con la economía moderna y la urbe, la que finalmente se impuso sobre la sociedad tradicional. Sin embargo, dicha modernidad nunca resolvió el dilema de nuestra existencia, ese que suele salir a la superficie cuando las cosas no transcurren como se promete.

La estandarización (homogeneidad) de los individuos en una colectividad es un costo alto a pagar en cuanto a libertad personal. Por eso es que la nación siempre debe abrir mecanismos competitivos, para que algunos puedan sobresalir y ponerle el ejemplo a otros. Esta sana competencia limita, y a la vez canaliza, nuestros impulsos innatos de movimiento.

Dicho de otra forma, estamos confinados a la ciudad por nacimiento y por cultura, y sólo en circunstancias muy adversas es que salimos a buscar fuera lo que en casa no existe.

La gente suele inconformarse cuando la economía (leyes del hogar en griego) no funciona, y por ello es que se vuelve imperativo abrir la posibilidad a la emigración. De lo contrario, se acumulará mucha presión social, afectando drásticamente a la cultura sede.

Las naciones modernas sólo recurren al nacionalismo cuando la economía no permite la movilidad social, que es un substituto local de clase social a nuestro instinto migratorio. Si puedes ascender en lo socioeconómico te mantienes contento. Si no hay forma de abandonar tu país buscas culpables.

Por eso es que la política del odio y el chivo expiatorio son recursos fáciles para el demagogo, que sabe que la única manera de coaccionar al pueblo es señalando a aquellos que alguna vez se les permitió la entrada (cuando las vacas estaban gordas).

En resumidas cuentas, la pureza racial y la homogeneidad cultural son ilusiones y estratagemas políticas, ya que la humanidad siempre ha fluido espacio-temporalmente en búsqueda de mejores oportunidades. En esta línea, los puristas y racistas son los nacionalistas, que simplemente atacan a otros cuando la economía se estanca.

Basta con mencionar, que sin las migraciones del Siglo XIX y XX, ni los EUA ni Europa hubieran podido consolidarse como potencias industriales, ni mucho menos haber transitado a la era informática y de servicios.

En ese sentido, la sociedad pluriétnica que hoy tanto critican es el resultado natural de la confluencia de los elementos más ágiles y flexibles de cada cultura, que fueron lo suficientemente valientes para dejar lo que tenían y cambiarlo por algo mejor.

Por eso no hay que sorprenderse de que algunos patriarcas traten todavía de reforzar una identidad colectiva uniforme, lo que a estas alturas es algo ya arcaico. Creo que en vez de estar debatiendo a quien le pertenece cierto territorio o cultura, mejor sería exigir justicia en la distribución del poder económico.

Las élites que lo acumulan todo deben rebajar sus astronómicas expectativas. Sólo así se le devolverá la cordura y la reciprocidad a nuestra multicultural existencia.

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