Los ensayos anteriores de esta
serie sobre tecnología la posicionan como fundamental para la supervivencia de
nuestra especie, la evolución de su cultura y el funcionamiento actual de sus
sociedades http://danzanegra.blogspot.mx/2012/07/la-tecnologia-y-la-sociedad-una.html.
Es obvio que sin fuego y sin escritura no estaríamos vivos. Pero es claro de que aunque existan grupos de poder que tienen
más acceso a la tecnología, otros también han sido beneficiados por ella http://danzanegra.blogspot.mx/2012/07/la-tecnologia-como-herramienta-de-poder.html.
Si los guerreros de la Edad de Bronce no hubiesen defendido a sus poblaciones
desarmadas ante el enemigo invasor, estas no hubiesen sobrevivido y trascendido
como lo hicieron.
La era denominada la modernidad
no solo lo fue en filosofía y formas sociales, también lo fue en tecnología. Y
como ya dije anteriormente, la iniciativa privada jugo un papel clave para la transición. El surgimiento de los
grandes capitales para lo producción los incentivó, a principios del siglo XX,
a incluir productos tecnológicos personalizados para la venta directa al
consumidor. Con esto empezaba una nueva etapa socio-cultural en donde las
mayorías lograban su presencia pública ejerciendo derechos económicos que nunca
tuvieron. Fue aquí en donde la estratificación tecnología de la sociedad delineó
las relaciones básicas de poder con las que hoy estamos familiarizados. Pero
esto a su vez precipitó a la cultura a convertirse en una de constante adquisición de productos
de consumo, incluyendo los tecnológicos.
Pero no fue hasta el Estados
Unidos de la posguerra en donde se aceleró el proceso de individualización y
movilidad social basada en nuevas tecnologías para el hogar. El ‘American Dream’ comenzaba con una larga
etapa de consumo que prometía la emancipación como estrategia de mercado. Y para
llegar a esto fue necesario ajustar al sector industrial a algo llamado
‘economías de escala’, (altos volúmenes y menores costos) que obligan a las
empresas a vender mucho más. Para eso se centró en los individuos,
ofreciéndoles narrativas personales y grupales. Es por eso que la publicidad se
volvió tan agresiva y fantasiosa
como lo es en la actualidad. El resultado de esta practica es el tener hoy a la
tecnología como una parte fundamental en la vida social y cultural de una
ciudadanía cada vez más globalizada según el modelo americano, logrando
convertirla en la pieza clave de
la era de servicios y de información que se viene dando desde la década de los
setenta en todo el orbe.
Es gracias a esa participación
de cada vez más personas que
nuestra civilización contemporánea
muestra cierto grado de aceptación y solidaridad grupal ante esta realidad de
distribución del poder tecnológico. Esto sucedió gracias a que el ciudadano
promedio tuvo acceso a tecnología que ‘técnicamente’ hizo de su vida una más
sencilla y funcional. Pero como resultado la sociedad hoy transita un camino que los grandes capitales
estructuran para nosotros, sistema que sabemos es insustentable en lo social, pero también en lo ecológico.
La publicidad masiva en Internet
y televisión ha sido clave en la
elaboración de los capitales simbólicos de aspiración para el consumidor. No
solo se fija con esto un eje de la
movilidad social de clases, si no que también establece las características que
definen a cualquier individuo ‘involucrado’. En este sentido, la tecnología no
solo reviste al mundo privado en cuanto a la funcionalidad y simpleza de los
quehaceres, si no que aparte de esto intenta moldear al individuo en cuanto a su cotidianeidad publica. Lo
irónico es que la misma estrategia es aplicada para los muchos, y en ese
sentido, uno de sus resultados es que somos iguales en nuestras supuestas
diferencias; todos usamos gadgets con funciones idénticas. Más aun, he sido
testigo de un fenómeno de despersonalización social incremental, el cual se
refiere a personas aisladas de
otras por la excesiva dependencia en la tecnología. La participación en la
calle esta limitada a lo que un
teléfono disponga, en detrimento de la comunicación interpersonal y la
participación comunitaria. Formamos parte de tribus pseudo-individualistas que
interactúan cada vez menos entre ellas.
No se puede negar que los
aparatos con tecnología de punta
son asombrosos. El tener un teléfono con cámara, Internet, audio y video es algo excepcional. Pero excepcional
también es la adicción que genera la amalgama de cuatro tecnologías en una. Las relaciones de poder se
establecen de forma vertical entre nosotros y los fabricantes, innovadores, y grandes capitales financieros
que permiten la producción y distribución de dichos productos. La modificación
en los patrones de consumo y de comportamiento se desprenden de la necesidad
incesante de estar adquiriendo productos paralelos para mantenerse a la cabeza
tecnológica. La estrategia de fabricación denominada ‘obsolescencia planeada’
se utiliza para crearnos una necesidad estructural de constante adaptación al
cambio tecnológico, que comoquiera que sea surge desde arriba. En ese sentido
la tecnología inicial sirve igual que la tardía (un teléfono es para comunicar) aunque la publicidad
nos haya hecho creer que tenemos que estarla actualizando permanentemente para
su optimo funcionamiento. Las necesidades de estarse actualizando y comprando
subproductos y accesorios relacionados con el original nos convierten en simples
fragmentos que mantienen al
sistema.
La tecnología tiene muchas
funciones individuales, pero a nivel estructural busca integrar grupos sociales cada vez más complejos
centrados alrededor del consumo como forma de control y organización social. Es
cierto que la Internet abre la posibilidad de estar informados (como hacen los libros). Pero también es cierto que
nunca había existido tanta invasión de la privacidad y un debilitamiento de la
frontera entre los espacios públicos y privados como sucede hoy. Las
acciones que buscan controlar el
flujo informativo – que van desde medidas como SOPA, ACTA, o el intento de
silenciar a gente como Julian Assange de Wikileaks – son evidencia del deseo
del Estado y la Corporación de frenar el poder de la ciudadanía.
La atracción que emana de la tribu tecnológica es tal que seduce a los demás a
irremediablemente unírsele. ¿Es acaso sensible mantenerse en un camino que nos
encadena a vivir de necesidades impuestas? ¿Por qué nos creímos el cuento que
la tecnología podría ser la mejor
herramienta para descubrir lo que somos?
Una cosa es la inexorable
necesidad de herramientas para la supervivencia colectiva. Otra es que puedan
darnos la individualidad que tanto añoramos. Buscar emanciparse utilizando al sistema es jugar en su propia cancha. La verdadera
libertad no requiere de intermediarios de ningún tipo, incluyendo a la
tecnología.
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