Nuestros recipientes mentales se
encargan de archivar todas las categorías que nos definen, mismas que vamos recopilando a
través de nuestras vidas. Es por eso que las identidades que presumimos sostener, son el resultado de memorias que hacen sentido en el presente, las cuales se
justifican de forma retrospectiva. O sea, lo que creemos y aseveramos que somos
se ancla en la ideas y conceptos de nosotros mismos, que están almacenadas como
memorias en nuestra mentes. La función del ego aquí es fijarlas en el presente,
para darnos una coherencia como narrativa personal e individual.
Comoquiera que sea, lo que
experimentamos en cada momento nuevo puede ser percibido como tal, sin juicio.
Pero generalmente lo que percibimos refuerza lo que ya tenemos, y ahí el
lenguaje sirve para adscribirle
significados a lo que nos vamos topando en el camino, para ser incluido
y administrado mediante
nuestra percepción.
La ventaja de la mente humana es
que almacena muchísimo, pero la desventaja es que limita de igual manera, ya
que el peligro de vivir de forma proyectiva - esperando que lo que percibimos
cumpla nuestra expectativa - es algo muy limitante. En pocas palabras, pensamos dentro de los limites de nuestro
lenguaje, y lo que nos topamos en el camino es comprensible o
desconocido de acuerdo a sus ‘características’, y nuestra identificación y
comprensión de ellas. Nuestro limitado ‘Yo’ se construye mediante el
lenguaje, ya que cuando hacemos consciencia de ‘quien somos’, lo hacemos de
acuerdo a conceptos que hemos estructurado mediante símbolos lingüísticos. Sin
esto no existiría pensamiento, y
mucho menos identidades convencionales ni
sociedad comunicativa. Somos seres primordialmente sociales. Con esto quiero
decir que nuestra consciencia del yo – y su relación con otros ahí afuera -
esta convencionalmente construida en forma de mapas conceptuales, que son el
resultado de la suma de símbolos e ideas que se acomodan en algún lugar de
nuestra psicología.
Pero la vida esta llena de permanentes y novedosas percepciones. Por eso existe una
constante lucha, por un lado, entre lo que creemos que somos y conocemos, y por
el otro, con lo que nos enfrentamos - y si eso corrobora o no
lo que ya traemos. La seguridad ontologica (mejor entendida como el
cuestionamiento sobre la naturaleza del ser) se refiere a la necesidad
psicológica que tiene cada persona de comprobar constantemente que esas
categorías y conceptos que le dan solidez a su identidad personal tienen
sentido y resonancia con lo que se percibe desde el exterior.
Una de las funciones de las identidades que se nos adjudican desde
fuera, cualquiera de ellas, es precisamente evitar que carezcamos de
significado individual, buscando con esto que formemos parte (sin mucha
discusión) de la colectividad. Pero si estas identidades no tienen solidez (al
no tener sentido o un referente claro), estas serán
cuestionadas de forma interna y psicológica por la persona que las reproduce. En
este sentido, no solo existen crisis existenciales por el simple hecho de que
lo cuestionamos todo, si no porque lo que me vendieron como funcional no
siempre lo hace de acuerdo a la realidad cambiante con que nos vamos enfrentando.
Este contexto sirve para
entender el porque siempre ha existido alguien que nos maneja como individuos o
grupos en pro del orden y la organización de metas colectivas. Entonces esto
quiere decir que los liderazgos no solo son algo a lo que hemos sido sujetos por generaciones de
genética y biología compartida, si no que también se han legitimado de forma
cultural. Es por eso que muchos justifican su poder sobre nosotros aseverando
que la colectividad es más importante que el individuo, y que para manejarla
mas eficientemente se vuelve necesario
que alguien lo haga por nosotros.
No nos extrañe pues, en este contexto, que siempre han
existido justificaciones y discursos para gobernarnos. Desde el Faraón y el
Emperador como representantes divinos, hasta los sistemas republicanos con
gobiernos representativos ‘democráticamente’ electos, la humanidad siempre ha
sido controlada por unos cuantos. Pero este control no se anuncia como tal, si
no que en su lugar utilizan
eufemismos denominados ‘libertades colectivas’, ya que supuestamente son
fundamentales para nuestra supervivencia, y siempre comandadas y estructuradas por
alguien que sabe más que nosotros.
De aquí surgen las
instituciones: tienen existencia propia y permanecen más allá de
nuestra propia muerte. México no desaparece si tu mueres, lo único que se extingue eres tu con tu patriotismo. Comoquiera que sea,
la vida institucional de la colectividad puede representar el refinamiento de
la sociedad en turno, ya que las instituciones son repositorios que acumulan practicas sociales que se reproducen
siguiendo instrucciones especificas y patrones y programas comprobados. Estos clusters de
ideas son niveles intermediarios
de normas y reglas - entre la población y sus lideres –
que estructuran lo admisible para
las personas que se organizan bajo su organización, a la vez que son formas de
cultura que son absorbidas y reproducidas por todos los que se sujetan a ellas.
Las instituciones no solo representan la continuidad de la
identidad colectiva, si no que también simbolizan un colchón donde se deposita
la confianza que la colectividad
se tiene a si misma, como parte del pacto social que incluye a las autoridades y demás instituciones sociales.
Las instituciones tienen vigencia objetiva – existen ahí afuera-, pero también
subjetiva, ya que se emplazan dentro de la persona en sus psicología social. En
esa sentido, las instituciones no
solo son la proyección de nuestras necesidades patriarcales de orden externo,
como Freud implicaba, si no que se
ubican de forma simbólica dentro de nuestra psique, formando parte del relieve de identidades con el cual nos
justificamos permanentemente como seres sociales.
Entonces el mapa mental
conceptual de la persona promedio se conforma de la plétora de identidades de
las cuales participa en su vida.
Su nombre corresponde a la institución familiar, su apellido corresponde
a la institucionalidad
generacional y sus expectativas,
el barrio corresponde (generalmente) a la identidad de clase, mientras
la ciudad y la identidad nacional nos
otorgan membresías
gregarias estereotípicas con relevancia mundial. El
individuo común es heredero de todo este andamiaje, a la vez que el lenguaje es el que administra su
coherencia y continuidad.
Es obvio que todas las
identidades mencionadas tienen un origen externo al individuo, ya que se pueden identificar como
estando ahí afuera - con existencia propia - antes del desarrollo de nuestra propia opinión sobre ellas. Pero también es cierto que
simultáneamente somos portadores de dichas instituciones, ya que las cargamos hacia donde
vamos de forma psicológico-social, conformando el relieve de lo que somos o con la narrativa que hacemos referencia al nombrarnos como entidades independientes.. Entonces nuestro perfil psicológico se
compone de las ideas y conceptos
mas básicos que usamos para referirnos a nosotros mismos, pero también
se complementa con la relevancia
que tienen la identidades colectivas que portamos como seres sociales - como el
lenguaje, la cultura y el conjunto de instituciones que organizan el mundo
social y simbólico que conformamos en nuestras mentes y que utilizamos en nuestra participación hacia con la colectividad.
Siguiendo esta línea, las fronteras del mapa conceptual que esta dibujado en nuestra psicología social, es delimitado por las instituciones mismas con las que nos relacionamos (como la familia, la escuela, los medios de comunicación, la ideología, el discurso, et cetera). Por eso se vuelve tan difícil el ponerse en el lugar del otro, dado que la cultura es una forma institucional que opera como una especie de frontera que nos define exhaustivamente, pero que también nos separa de otros que en contraposición sufren lo mismo - por ser repetidores de convenciones similares.
Siguiendo esta línea, las fronteras del mapa conceptual que esta dibujado en nuestra psicología social, es delimitado por las instituciones mismas con las que nos relacionamos (como la familia, la escuela, los medios de comunicación, la ideología, el discurso, et cetera). Por eso se vuelve tan difícil el ponerse en el lugar del otro, dado que la cultura es una forma institucional que opera como una especie de frontera que nos define exhaustivamente, pero que también nos separa de otros que en contraposición sufren lo mismo - por ser repetidores de convenciones similares.
Las identidades que portamos deben refrendarse con
significantes simbólicos a cada momento para que hagan sentido. Esto quiere decir que las reglas, normas,
leyes y demás practicas
sociales deben tener relevancia
para el individuo, ya que si no lo hacen, desarrollaremos lo que el sociólogo francés Emile Durkheim alguna vez llamo anomia: la ruptura o confusión que provoca la ausencia de
reglas y el no respeto colectivo de normas sociales. Lo que resulta es el caos social. Pero la contraparte de la
anomia tampoco es la fusión total
del individuo con las instituciones, reglas y normas que están ahí afuera, ya
que si este fuera el caso, su psicología y narrativa propia se fundirían
completamente en lo colectivo, eliminando la posibilidad de una narrativa y vida propia.
Lo que el individuo
desarrolla como mecanismo psicológico-social para mediar entre su persona y lo
externo es la confianza. Este puente entre lo personal/psicológico y lo
colectivo/externo es lo que nos permite ser nosotros mismo sin fundirnos en los otros, como también el participar simultáneamente con ellos. Si
yo confío que el otro se detendrá en el semáforo en rojo, doy eso por hecho y
paso a otra cosa. Esta forma de seguridad ontológica es fundamental para la paz
mental y el funcionamiento colectivo, ya que se logra un exitoso enlace entre los mundos privados y
públicos, logrando la participación del individuo en ambas esferas - en donde
utiliza, intercambia y negocia con sus distintas identidades - en la búsqueda
de una vida mínimamente funcional y satisfactoria.
La confianza es una forma de
metabolizar las normas, reglas y leyes
sociales sin tener que recurrir a la fuerza ni a la violencia para su entendimiento
y puesta en practica. Se llevan a cabo porque se sabe que es la forma más racional de funcionar en
comunidad, pero también de respetar lo que a todos les corresponde
públicamente.
Pero la peculiaridad de la
confianza es que no puede forzársele al individuo siguiendo un programa de
tiempos determinados; este la desarrolla de forma personal. Es realmente un
misterio como es que la confianza surge, pero la sospecha a voces es que la
confianza se difunde mediante practicas congruentes - y que las instituciones
como las educativas pueden participar de dicho proceso desarrollador.
Pero tampoco se puede indoctrinar a alguien directamente en ello y esperar resultados sutiles. Lo que si sabemos a plena certeza es
como se pierde la confianza,
forma muy similar y analógica a
como se destruye una reputación positiva.
Hoy en día existen sociedades –
como las escandinavas - que realmente hacen de la confianza la base de la
funcionalidad de sus vidas colectivas. En este sentido, se tiene confianza de
quien hace las cosas, y de las instituciones que los refrendan a todos, como
parte de un consciente colectivo que trabaja por el bien común del organismo
social. Es así que la confianza se contagia, hasta que logra
institucionalizarse, formando un pilar dentro de cualquier arreglo
institucional que obviamente (y de forma sutil) incluye a las autoridades.
Podemos inferir que la confianza
deviene a sociedades e individuos que tienen un nivel de consciencia que ha
hecho de la misma la base abstracta (que no se ve) y racional de su
funcionamiento colectivo. Y aunque al final la razón de Estado y su monopolio
sobre el uso de la fuerza es lo que impera en toda relación de poder humana,
es mucho más civilizado el haber sublimado esta dura realidad, habiéndola
canjeado por la confianza como virtud para mantener lubricado a cualquier orden
colectivo.
La autonomía personal y el respeto de las libertades individuales se vuelven clave para que la confianza haga reverberancia con lo colectivo. Si yo confío en que el otro - incluyendo la autoridad- respetará el orden acordado, es muy factible que la vida se mantenga civilizada por mucho tiempo. Un sistema que respete esto refuerza asertivamente a sus miembros, y abre espacios para el desarrollo de los individuos tanto como de los grupos que conforman la colectividad.
La autonomía personal y el respeto de las libertades individuales se vuelven clave para que la confianza haga reverberancia con lo colectivo. Si yo confío en que el otro - incluyendo la autoridad- respetará el orden acordado, es muy factible que la vida se mantenga civilizada por mucho tiempo. Un sistema que respete esto refuerza asertivamente a sus miembros, y abre espacios para el desarrollo de los individuos tanto como de los grupos que conforman la colectividad.
Pero en los casos en que el
orden institucional se ha desquebrajado – por falta de confianza crónica – el
resultado será la utilización de medios alternativos por los poderosos, que
siempre estarán en la búsqueda cortoplazista de asegurarse firmemente como
Estado legitimo sobre la ciudadanía, aunque la realidad social ya lo haya rebasado. Esto
es una forma de fascismo, ya que el que supuestamente
sabe más que otros depende de la mentira y de la limitación a las libertades
personales y civiles para hacérselo ver a esos que no ‘saben’. El fin justifica los medios, dicen por
ahí.
Si la economía (forma institucionalizada
de distribuir el poder y los recursos) no funciona o es injusta con las
mayorías, el Estado tendera a evitar enfrentar esa realidad. Para esto existe
la propaganda, que es una manera de buscar realzar una imagen de manera
simbólica. La propaganda - y el uso excesivo de los medios de comunicación y el
autoritarismo - son utilizados en
el afán de reforzar el mundo subjetivo de normas e instituciones que
supuestamente funcionan desde
afuera y sin las cuales supuestamente se imposibilita cualquier cauce civilizado. Básicamente, la propaganda se difunde de forma discursiva, mediante el énfasis en el lenguaje y en ciertos
símbolos que técnicamente lo aseveran a nivel psicológico-social. Esto quiere
decir que aunque en la practica una institución este fallando, es posible
modificar la percepción que de ella se tiene.
Esto funciona con todo tipo de
identidades a las cuales somos sujetos. Un ejemplo obvio fue la utilización de
la propaganda masiva Nazi, que logro galvanizar al pueblo alemán a que apoyase
una ideología monstruosa. Otro ejemplo más cercano es la ‘guerra contra el mal’
que venimos librando por largo tiempo en México. La constante repetición de
mensajes simbólicos es a veces más poderoso que la realidad que esta detrás de
dicho mensaje. En ese caso puede no solo esconderla, si no que puede modificar la
percepción de la realidad que el publico sostiene.
Pero lo que hay que entender,
ulteriormente, es que la propaganda es solo un paliativo retardador - que logra
mantener una ilusión mientras el espectador la sostenga. Y eso, estimado
lector, es lo que ha estado pasando en México durante los ultimas décadas.
Hemos estado viviendo una telenovela mediaticamente sostenida, que en
muchísimos sentidos no corresponde a la realidad de las mayorías. El Estado ha
venido intentando legitimarse como autoritario ante una crisis social profunda, y para eso se ha
servido de su relación feudal con los medios de comunicación.
Solo es cuestión de desconectar
la mente, y de aflojar nuestras identidades que nos mantienen aferrados a una
realidad simbólica y discursiva ilusoria, para lograr observar con el corazón lo que a nuestros
alrededores acontece.
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