Thursday, 5 July 2012

La confianza institucionalizada ó el autoritarismo







Nuestros recipientes mentales se encargan de archivar todas las categorías que  nos definen, mismas que vamos  recopilando  a través de nuestras vidas. Es por eso que las identidades que presumimos sostener, son el resultado de memorias que hacen sentido en el presente, las cuales se justifican de forma retrospectiva. O sea, lo que creemos y aseveramos que somos se ancla en la ideas y conceptos de nosotros mismos, que están almacenadas como memorias en nuestra mentes. La función del ego aquí es fijarlas en el presente, para darnos una coherencia como narrativa personal e individual.

Comoquiera que sea, lo que experimentamos en cada momento nuevo puede ser percibido como tal, sin juicio. Pero generalmente lo que percibimos refuerza lo que ya tenemos, y ahí el lenguaje sirve para  adscribirle significados a lo que nos vamos topando en el camino,  para ser incluido  y administrado  mediante nuestra percepción.

La ventaja de la mente humana es que almacena muchísimo, pero la desventaja es que limita de igual manera, ya que el peligro de vivir de forma proyectiva - esperando que lo que percibimos cumpla nuestra expectativa - es algo muy limitante.  En pocas palabras, pensamos dentro de los limites de nuestro lenguaje, y lo que nos topamos en el camino es comprensible  o  desconocido de acuerdo a sus ‘características’, y  nuestra identificación  y  comprensión de ellas. Nuestro limitado ‘Yo’ se construye mediante el lenguaje, ya que cuando hacemos consciencia de ‘quien somos’, lo hacemos de acuerdo a conceptos que hemos estructurado mediante símbolos lingüísticos. Sin esto no existiría pensamiento,  y mucho menos identidades convencionales   ni  sociedad comunicativa. Somos seres primordialmente sociales. Con esto quiero decir que nuestra consciencia del yo – y su relación con otros ahí afuera - esta convencionalmente construida en forma de mapas conceptuales, que son el resultado de la suma de símbolos e ideas que se acomodan en algún lugar de nuestra psicología.

Pero la vida esta  llena de  permanentes y novedosas percepciones. Por eso existe una constante lucha, por un lado, entre lo que creemos que somos y conocemos, y por el otro, con lo que nos enfrentamos - y si eso  corrobora o  no lo que ya traemos. La seguridad ontologica (mejor entendida como el cuestionamiento sobre la naturaleza del ser) se refiere a la necesidad psicológica que tiene cada persona de comprobar constantemente que esas categorías y conceptos que le dan solidez a su identidad personal tienen sentido y resonancia con lo que se percibe desde el exterior.

Una de las funciones de las  identidades que se nos adjudican desde fuera, cualquiera de ellas, es precisamente evitar que carezcamos de significado individual, buscando con esto que formemos parte (sin mucha discusión) de la colectividad. Pero si estas identidades no tienen solidez (al no tener sentido o un referente claro), estas serán cuestionadas de forma interna y psicológica por la persona que las reproduce. En este sentido, no solo existen crisis existenciales por el simple hecho de que lo cuestionamos todo, si no porque lo que me vendieron como funcional no siempre lo hace de acuerdo a la realidad cambiante con que nos vamos enfrentando.

Este contexto sirve para entender el porque siempre ha existido alguien que nos maneja como individuos o grupos en pro del orden y la organización de metas colectivas. Entonces esto quiere decir que los liderazgos no solo son algo a lo que  hemos sido sujetos por generaciones de genética y biología compartida, si no que también se han legitimado de forma cultural. Es por eso que muchos justifican su poder sobre nosotros aseverando que la colectividad es más importante que el individuo, y que para manejarla mas eficientemente se vuelve necesario  que alguien lo haga por nosotros.

 No nos extrañe pues, en este contexto, que siempre han existido justificaciones y discursos para gobernarnos. Desde el Faraón y el Emperador como representantes divinos, hasta los sistemas republicanos con gobiernos representativos ‘democráticamente’ electos, la humanidad siempre ha sido controlada por unos cuantos. Pero este control no se anuncia como tal, si no que en su lugar utilizan  eufemismos denominados ‘libertades colectivas’, ya que supuestamente son fundamentales para nuestra supervivencia, y  siempre   comandadas y estructuradas por alguien que sabe más que nosotros.

De aquí surgen las instituciones:  tienen existencia propia y permanecen más allá de nuestra propia muerte. México no desaparece si tu mueres, lo único que se extingue eres tu con tu patriotismo. Comoquiera que sea, la vida institucional de la colectividad puede representar el refinamiento de la sociedad en turno, ya que las instituciones son repositorios que acumulan practicas sociales que se reproducen siguiendo instrucciones especificas y patrones y programas comprobados. Estos clusters de ideas  son niveles intermediarios de normas y  reglas  - entre la población y sus lideres – que  estructuran lo admisible para las personas que se organizan bajo su organización, a la vez que son formas de cultura que son absorbidas y reproducidas por todos los que se sujetan a ellas. 

 Las instituciones no solo representan la continuidad de la identidad colectiva, si no que también simbolizan un colchón donde se deposita la confianza que  la colectividad se tiene a si misma, como parte del pacto social que incluye a las autoridades y demás instituciones sociales. Las instituciones tienen vigencia objetiva – existen ahí afuera-, pero también subjetiva, ya que se emplazan dentro de la persona en sus psicología social. En esa sentido,  las instituciones no solo son la proyección de nuestras necesidades patriarcales de orden externo, como Freud implicaba, si no que  se ubican de forma simbólica dentro de nuestra psique,  formando parte del relieve de identidades con el cual nos justificamos permanentemente como seres sociales.

Entonces el mapa mental conceptual de la persona promedio se conforma de la plétora de identidades de las cuales participa en su vida.  Su nombre corresponde a la institución familiar, su apellido corresponde a la institucionalidad  generacional y sus expectativas,  el barrio corresponde (generalmente) a la identidad de clase, mientras la ciudad y la identidad nacional nos  otorgan  membresías gregarias  estereotípicas con relevancia mundial. El individuo común es heredero de todo este andamiaje, a la vez  que el lenguaje es el que administra su coherencia y continuidad. 

Es obvio que todas las identidades mencionadas tienen un origen externo al individuo, ya que se pueden identificar como estando ahí afuera - con existencia propia -  antes del desarrollo de nuestra propia opinión sobre ellas. Pero también es cierto que simultáneamente somos portadores de dichas instituciones,  ya que las cargamos hacia donde vamos de forma psicológico-social, conformando el relieve de lo que somos o con la narrativa que hacemos referencia al nombrarnos como entidades independientes.. Entonces nuestro perfil psicológico se compone de las ideas y conceptos  mas básicos que usamos para referirnos a nosotros mismos, pero también se complementa con la  relevancia que tienen la identidades colectivas que portamos como seres sociales - como el lenguaje, la cultura y el conjunto de instituciones que organizan el mundo social y simbólico que conformamos en nuestras mentes y que utilizamos en nuestra participación hacia con la colectividad.

 Siguiendo esta línea, las fronteras del mapa conceptual que esta dibujado en nuestra psicología social, es delimitado por las instituciones mismas con las que nos relacionamos (como la familia, la escuela, los medios de comunicación, la ideología, el discurso, et cetera).   Por eso se vuelve tan difícil el ponerse en el lugar del otro, dado que la cultura es una forma institucional que opera como una especie de frontera que nos define exhaustivamente, pero que también nos separa de otros que en contraposición sufren lo mismo - por ser repetidores de  convenciones similares.

Las   identidades que portamos deben refrendarse con significantes simbólicos a cada momento para que  hagan sentido. Esto quiere decir que las reglas, normas, leyes y demás  practicas sociales  deben tener relevancia para el individuo, ya que si no lo hacen, desarrollaremos  lo que  el sociólogo francés Emile Durkheim  alguna vez llamo anomia: la ruptura  o confusión que provoca la ausencia de reglas y el no respeto colectivo de normas sociales.  Lo que resulta es el caos social. Pero la contraparte de la anomia  tampoco es la fusión total del individuo con las instituciones, reglas y normas que están ahí afuera, ya que si este fuera el caso, su psicología y narrativa propia se fundirían completamente en lo colectivo, eliminando la posibilidad de una narrativa y vida propia.

Lo que el individuo desarrolla como mecanismo psicológico-social para mediar entre su persona y lo externo es la confianza. Este puente entre lo personal/psicológico y lo colectivo/externo es lo que nos permite ser nosotros mismo sin fundirnos en los otros, como también el  participar simultáneamente con ellos. Si yo confío que el otro se detendrá en el semáforo en rojo, doy eso por hecho y paso a otra cosa. Esta forma de seguridad ontológica es fundamental para la paz mental y el funcionamiento colectivo, ya que se logra un exitoso  enlace entre los mundos privados y públicos, logrando la participación del individuo en ambas esferas - en donde utiliza, intercambia y negocia con sus distintas identidades - en la búsqueda de una vida mínimamente funcional y satisfactoria.

La confianza es una forma de metabolizar las normas, reglas y leyes  sociales sin tener que recurrir a la fuerza ni a la violencia para su entendimiento y puesta en practica. Se llevan a cabo porque se sabe que es  la forma más racional de funcionar en comunidad, pero también de respetar lo que a todos les corresponde públicamente.

Pero la peculiaridad de la confianza es que no puede forzársele al individuo siguiendo un programa de tiempos determinados; este la desarrolla de forma personal. Es realmente un misterio como es que la confianza surge, pero la sospecha a voces es que la confianza se difunde mediante practicas congruentes - y que las instituciones como las educativas pueden participar de dicho proceso desarrollador.  Pero tampoco se puede indoctrinar a alguien  directamente en ello y esperar  resultados sutiles. Lo que si sabemos a plena certeza es como se pierde  la confianza, forma  muy similar y analógica a como se destruye una  reputación positiva.

Hoy en día existen sociedades – como las escandinavas - que realmente hacen de la confianza la base de la funcionalidad de sus vidas colectivas. En este sentido, se tiene confianza de quien hace las cosas, y de las instituciones que los refrendan a todos, como parte de un consciente colectivo que trabaja por el bien común del organismo social. Es así que la confianza se contagia, hasta que logra institucionalizarse, formando un pilar dentro de cualquier arreglo institucional que obviamente (y de forma sutil) incluye a las autoridades.

Podemos inferir que la confianza deviene a sociedades e individuos que tienen un nivel de consciencia que ha hecho de la misma la base abstracta (que no se ve) y  racional de su funcionamiento colectivo. Y aunque al final la razón de Estado y su monopolio sobre el uso de la fuerza es lo que impera en toda relación de poder humana, es mucho más civilizado el haber sublimado esta dura realidad, habiéndola canjeado por la confianza como virtud para mantener lubricado a cualquier orden colectivo. 

La autonomía personal y el respeto de las libertades individuales se vuelven clave para que la confianza haga reverberancia con lo colectivo. Si yo confío en que el otro - incluyendo la autoridad- respetará el orden acordado, es muy factible que la vida se mantenga civilizada por mucho tiempo. Un sistema que respete esto refuerza asertivamente a sus miembros, y abre espacios para el desarrollo de los individuos tanto como de los grupos que conforman la colectividad.

Pero en los casos en que el orden institucional se ha desquebrajado – por falta de confianza crónica – el resultado será la utilización de medios alternativos por los poderosos, que siempre estarán en la búsqueda cortoplazista de asegurarse firmemente como Estado legitimo sobre la ciudadanía, aunque la realidad social ya lo haya  rebasado. Esto es una forma  de  fascismo, ya que el que supuestamente sabe más que otros depende de la mentira y de la limitación a las libertades personales y civiles para hacérselo ver a esos que no ‘saben’.  El fin justifica los medios, dicen por ahí.

Si la economía (forma institucionalizada de distribuir el poder y los recursos) no funciona o es injusta con las mayorías, el Estado tendera a evitar enfrentar esa realidad. Para esto existe la propaganda, que es una manera de buscar realzar una imagen de manera simbólica. La propaganda - y el uso excesivo de los medios de comunicación y el autoritarismo -  son utilizados en el afán de reforzar el mundo subjetivo de normas e instituciones que supuestamente funcionan desde  afuera y sin las cuales supuestamente se imposibilita cualquier cauce civilizado. Básicamente, la propaganda se difunde   de forma discursiva, mediante el énfasis en el lenguaje y en ciertos símbolos que técnicamente lo aseveran a nivel psicológico-social. Esto quiere decir que aunque en la practica una institución este fallando, es posible modificar la percepción que de ella se tiene.

Esto funciona con todo tipo de identidades a las cuales somos sujetos. Un ejemplo obvio fue la utilización de la propaganda masiva Nazi, que logro galvanizar al pueblo alemán a que apoyase una ideología monstruosa. Otro ejemplo más cercano es la ‘guerra contra el mal’ que venimos librando por largo tiempo en México. La constante repetición de mensajes simbólicos es a veces más poderoso que la realidad que esta detrás de dicho mensaje. En ese caso puede no solo esconderla, si no que puede modificar la percepción de la realidad que el publico sostiene.

Pero lo que hay que entender, ulteriormente, es que la propaganda es solo un paliativo retardador - que logra mantener una ilusión mientras el espectador la sostenga. Y eso, estimado lector, es lo que ha estado pasando en México durante los ultimas décadas. Hemos estado viviendo una telenovela mediaticamente sostenida, que en muchísimos sentidos no corresponde a la realidad de las mayorías. El Estado ha venido intentando legitimarse como autoritario ante una crisis social profunda, y para eso se ha servido de su relación feudal con los medios de comunicación. 

Solo es cuestión de desconectar la mente, y de aflojar nuestras identidades que nos mantienen aferrados a una realidad simbólica y discursiva ilusoria, para lograr observar con el corazón lo que a nuestros alrededores acontece.

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