La guerra es territorialidad reptil (impulso primigenio violento ligado a la supervivencia) enfatizada con emociones y necesidades mamiferas, todo envuelto del ego sapiens humano (razón y mente que justifican lo que se percibe).
Los arcaicos changos que luchan por una charco de agua en la escena de inicio en la Odisea Espacial de Kubrick son la suma de la supervivencia reptil y las necesidades mamíferas, que en si son ya una forma de ego incipiente, en cuanto al dominio de las calamidades de la naturaleza que pone pruebas a nuestra lucha por existir y permanecer.
Las guerras modernas de recursos son la complejización de estadios previos de evolución en el sentido reptiliano-mamifero, que ahora en un nuevo contexto de identidades colectivas egoicas humanas, dictan que lo mas ‘razonable’ es defender siempre lo propio y la cultura que lo justifica. Por eso es que el egoista acaba no compartiendo nada.
Entonces, en vez de dejar que cada quien descubra el por qué de sus propios apegos humanos, esos que le dictan defender lo que cree le pertenece -producto de la falta de un profundo entendimiento del ego y el sedimento animal que subyace-, preferimos colectivizar y estandarizar sus sueños, y a eso llamarle civilización. En vez de permitirle a cada quien su búsqueda de emancipación y auto descubrimiento -y que eso sea lo que lo lleve hacia la autenticidad y la autonomía- lo reprimimos en pro de la continuidad del grupo.
Le ponemos una identidad única a nuestra tribu, y a eso le llamamos nación. Encima de eso nos convencemos entre todos que esa marca que compartimos vale la pena ser defendida sobre lo que sea, incluso hasta la muerte. En pocas palabras, esclavizamos a las personas en afán de liberarlas como conjunto, cuando la mejor forma de ayudarles era no entrometerse en el camino hacia su propio despertar individual.
La necesidad patriarcal de control es mucho mayor al impulso individual de despertar -energías densas de thanatos aplastan brotes de eros sublimes-, y por eso la política y la religión, y en si todo método externo de salvación, está destinado al fracaso. Creemos que un sistema social es mejor cuando lo dirigimos, y por eso truncamos sueños de libertad individual pura, que si solo dejaramos a la suerte de sus dueños, iluminarían esos espacios que facilitarían esa armonía tan añorada…
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