Saturday, 31 December 2016

El chavo del ocho y el imaginario cultural mexicano



‘ ¡Ay, ya cállate, cállate, cállate que me desesperas! ‘  -Kiko
En el caso de Roberto Gomez Bolanos ‘Chespirito’, como el de cualquier otra figura pública que trasciende,  es necesario separar a la persona de su legado, para dimensionar el alcance de sus actos y las maneras en que estos se impregnan en la sociedad en forma de  cultura.
El contexto del auge de Chespirito fue uno mediático, en donde pantallas de todo tipo multiplicaron la actuación de una persona  carismática, la cual  al final  únicamente hacía su trabajo. El genio indiscutible que fue Chespirito trastoca elementos discursivos y estructuras sociales como personaje, que superan por mucho a lo que cualquiera puede lograr sin el asedio de los medios de masa. El chavo de ocho se ganó su proyección en medios, pero la misma fue explotada por fines  mucho más ambiciosos de los que pueda tener  alguien con tanto talento.
Lógicamente, la mediatización de cualquier  fenomeno  implica  a los actores, ya que son ellos los que dan la cara  periódicamente  ante el multitudinario público. Dicho esto, es determinante posicionar a las empresas mediaticas y sus derechos de autor muy por encima de los actores, ya que es la amplificación tecnológica  de cualquier narrativa lo que les da relevancia local, nacional e internacional.
Ahora procederé a  analizar los principales discursos que surgieron alrededor de Chespirito como personaje, los cuales tienen varios ejes  de interpretación socio cultural.
Lo primero es la estandarización del personaje gracias a su  masificación en los medios.  La televisión suele sembrar  en los televidentes conceptos que le son funcionales y rentables, y por eso que los iconos que esta nos arroja sin parar se perpetúan en nuestras mentes. En ese sentido, lo que la TV genera son anclajes simbólicos para nuestras consciencias, que nos fijan ciertas ideas de como son o como deben ser las cosas en donde  nos desarrollamos.
La monotonía deviene de la repetición absurda de lo que sea, y el caso Chespirito no es la excepción. Cualquier  anecdota o chiste pierde su lustre cuando se retransmite  sin cesar, convirtiendo algo bueno en redundante.
Aquí cabe ahondar en  el caso de la población mexicana, la cual  depende bastante de  la televisión para informarse y  colorear su estilo de vida. Pudiere aseverarse con seguridad que la televisión ha gestado una gran parte de la cultura durante por lo menos tres décadas, especialmente eso que llamamos  ‘cultura popular’, en un  país que se olvidó de la  educación básica  en su  prisa por dejar de ser descalzo.
Otro característica interesante es la generación de estereotipos y estigmas, los cuales también suelen resultar de la constante repetición de lo que sea. Además de llevarle risas a mexicanos y demás personas alrededor del mundo, Televisa exportó el estereotipo de nuestra pobreza, la cual con todo y buen humor para paliarla se estacionó en las mentes de millones, que terminaron estigmatizando a la tele serie, como si se tratase de lo  más representativo de la cultura mexicana.
Después está la homologación del gusto que un fenómeno como el chavo generó en millones de personas, los cuales como si se tratase del fútbol, hicieron de su infusión  cotidiana del personaje un dictado  para conformar   sus expectativas estéticas. El chavo les impuso la moda a muchos, los cuales no vacilaron en alinear su forma de conducirse con lo que salía de la pequeña pantalla de sus televisores.
Y que decir del la mitificación del personaje, al grado que se convirtió en héroe nacional de proporciones cuasi religiosas. La despedida de cuerpo presente en el Estadio Azteca fue uno de los eventos de masa más simbólicos que he visto. Para mi, eso fue  evidencia de dos cosas. La más obvia es como el imaginario cultural mexicano está lleno de héroes exprés, esos que pululan debido a la escasez de los mismos en una clase política privatizada, que hace mucho perdió el compás de la nación. El resto de la explicación se rellena con el persuasivo y seductor  poder de la TV, la cual sigue comprobando con creces que es el método de entretenimiento y control más eficaz de todos.
Por último  y no por eso menos  importante está el efecto propagandístico disuasivo  de la prostitución del personaje mientras duró su apogeo, pero también del hecho de su muerte, la cual fue utilizada por la burocracia para avanzar su agenda de distracción en tiempos tan terribles como los de ahora. Sabemos que el contubernio entre política y TV en México es uno de los más nocivos del planeta, por lo que es más que claro que a ambos poderes les conviene alumbrar santos de fantasía, que  les sean útiles en la prolongación de la manufactura del consentimiento que alimenten sus  estrategias populistas de control social.
En ese sentido, el chavo del ocho ‘sin querer queriendo’ se convirtió en propagandista de ese mismo sistema que en varias ocasiones no vaciló en defender como justo. Aquí desafortunadamente no podemos excusar a ninguna persona pública de envergadura de la emisión de declaraciones de peso socio político, ya que al final todo lo que estos iconos culturales dicen influye demasiado en la sociedad.

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