El núcleo de la voluntad humana, esa que permite transformarnos mediante la toma de decisiones y los actos que nos definen, es llamado Manipura en el sistema oriental de los chacras.
Dicho centro se localiza en el plexo solar del cuerpo, donde se concentran la amplia gama de emociones y energías que nos componen. Esta plataforma de despegue de nuestros actos es, en un sentido metafórico, la sede del fuego interior que ilumina y enriquece nuestras vidas; una fracción del sol que nos vio nacer y que desde el espacio sideral nos recuerda, día a día, que la voluntad es el camino a la liberación y la trascendencia.
La voluntad es el motor de la creación y el deseo la fuente emocional del acto, mientras que el miedo es el tapón emocional de todo - la contraparte del deseo, la otra cara de la moneda. En esa línea ambas voluntad y deseo hacen su fortuito encuentro en Manipura. Allí puede ocurrir una poderosa transformación -lo que algunos llaman alquimia o transmutación- siempre y cuando la persona se permita actuar sin las limitaciones de su mente egóica, que constantemente elabora justificaciones 'miedosas' para impedírselo.
Hacer consciencia en manipura es identificar la fuente de las imágenes que pululan nuestras mentes, sean éstas negativas o positivas. De hecho, una manera de distinguir al miedo del deseo es percibiendo las imágenes que cada uno proyecta en nuestras mentes. Por lo general el miedo se presenta con imágenes, recuerdos y memorias de errores o experiencias negativas del pasado que no hemos superado y que nos someten a pugnas de juicio y autocrítica interminables. A su vez, el miedo también se presenta como dibujos muy poco esperanzadores de un futuro incierto que nos aterroriza. Al final nos da miedo actuar porque imaginamos múltiples escenarios de fracaso, lo cual termina por socavar nuestras más puras intenciones.
Por su lado, el deseo se centra en el potencial del presente -no el pasado ni el futuro-, emoción y sentimiento que también tiene el poder de construirnos imágenes seductoras en la mente, como un niño que le jala la camisa al padre para que le haga caso. Ese deseo busca una salida creativa, por eso debe convencer al ego y su raciocinio para que le den rienda suelta. En este sentido, la vibración que sentimos con el miedo y su espectáculo temporal es mucho más baja que la del deseo y su show de la inmediatez, ensamble que está ahí para convencer al adormecido ser para que se suelte y se deje llevar por su poder transformador. En pocas palabras, los deseos son atractores y los miedos repulsores.
Hay que abandonar al ego asertivo y calculador en favor de una consciencia más intuitiva y compasiva que intente cristalizar sueños y fantasias en actos tangibles, convirtiendo al deseo en realidad mediante la aplicación consciente de la voluntad.
Los actos no sólo nos empoderan cuando los liberamos, si no también cuando reconocemos sus efectos en nosotros y los demás. Si absorbemos sus frutos engrandecemos nuestra presencia, así integrándolo todo a nuestra consciencia y experiencia. De hacerlo así, más fácil sintonizarémos con las frecuencias de los deseos venideros, con los que fortaleceremos nuestro camino de confianza y decisiones.
En toda ésta dinámica el autoconocimiento es el resultado de nuestros actos y viceversa. Por ello, entre más nos conocemos más fácil es actuar desde el poder de la autenticidad y la actitud, gradualmente avanzando hacía la autonomía y la autorealización que tanto buscamos como personas.
¡Por eso encendamos nuestro fuego creacional actuando!
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