'La burbuja de 100 años de expansión crediticia ahora debe implosionar'
Egon Von Greyerz (1950-) fundador de Matterhorn Asset Management
A los dos y medio millones de millones de dólares en pérdidas bursátiles de la semana pasada hay que sumarle las de ayer, claro indicador de que el casino capitalismo al que jugamos está llegando a su límite.
Empiezan a surgir comparaciones entre la inestabilidad financiera actual y el crack de la bolsa de Wall Street de 1929, el cual, como sabemos, marcó el inicio de una de las más profundas depresiones económicas en la historia moderna de Occidente.
Las semejanzas siguen una lógica económica, ya que por lo general, una estrepitosa caída bursátil suele ser el efecto natural de la prolongada especulación, mejor entendido en el argot financiero como ‘‘boom’’.
Una bolsa al alza crea un factor psicológico de bonanza, que motiva a cada vez más gente a apostarle a la tendencia alcista, lo cual a la postre crea una burbuja económica en distintos sectores de la sociedad.
Otra característica de los colapsos bursátiles es que suelen arrastrar consigo a los precios de los commodities (mercancías) que se intercambian en los mercados globales, como son los alimentos, los minerales, o los mismos hidrocarburos, como el petróleo y el gas natural.
En esa línea, el precio del petróleo a la baja es un símbolo de que existe una sobreproducción y sobreoferta del energético, el cual no logra colocarse debido a la ralentización económica de China y otros emergentes, que han reducido su crecimiento en un par de puntos porcentuales.
Todo esto afecta a las economías en cuanto al precio de los insumos y el de las exportaciones de productos terminados. Sin embargo, otro factor que deprecia todavía más las cosas es la confianza del consumidor, la cual suele desplomarse a la par de las expectativas de crecimiento. La incertidumbre suele afectar a los que navegan sobre deuda, ya que no pueden saber cual será el costo de los intereses a mediano plazo.
La última, y posiblemente más determinante causa, y a la vez efecto de los derrumbes financieros es la guerra, la cual suele ser el último recurso para los que buscan perpetuar su hegemonía a toda costa. La crisis del 29 no sólo afectó a muchas naciones, si no que también se vino abajo el comercio y el orden internacional, depresivo preámbulo al fascismo que propicio la Segunda Guerra Mundial. Como dije en columnas anteriores, el álgido discurso de Donald Trump apunta en esta dirección.
La principales diferencias entre 1929 y 2015 son tres. La primera es la globalización del crédito que la tecnología de la información aceleró a partir de la década de los ochenta. Prácticamente sólo tienes que oprimir una tecla para transferir grandes sumas de dinero virtuales por doquier, lo cual de forma inversa facilita la eliminación de la riqueza creada por la especulación en tiempos de crisis. La segunda diferencia es la consolidación del capitalismo neoliberal en gran parte de mundo, lo cual significa que la interconexión económica de las naciones es mucho más aguda hoy que en el siglo pasado.
La tercera la menciono ahora, pero ahondaré en ella el domingo. Esta crisis financiera es mucho más que especulación y apuestas. Estamos siendo testigos de la transición del poder económico, político e ideológico hacia un mundo multipolar, por eso se están exacerbando los conflictos comerciales, económicos y financieros.
Dicha transición comenzó a principio de los años 70, cuando el presidente Richard Nixon liberó al dólar de su anclaje en el oro, lo que le ha permitido a la Reserva Federal imprimir dinero a gusto. O sea, que la flexibilidad monetaria gestada a partir de ese tiempo, aunado a la fusión de la banca comercial y de inversiones, ha convertido a las finanzas internacionales en un negocio usurero.
Los medios occidentales culpan a China de esta caída bursátil, y aunque es cierto que el pánico se difundió debido a las bajas expectativas de crecimiento del dragón, esto dista de la totalidad del fenómeno.
Falta decir que las deterioradas bolsas reflejan la desconfianza que existe en los bancos centrales de EUA, Reino Unido, la Unión Europea y Japón, que se han dedicado a imprimir dinero y a prestarlo a la banca privada con intereses casi nulos, suceso que no ha logrado resucitar a sus economías reales.
Lo increíble es que por lo pronto no hay alternativa a esta forma de operar, ya que el crecimiento económico de Occidente ha bajado al 1%, en promedio.
Es por eso que veremos más de lo mismo hasta el derrumbe total, futuro no muy lejano que advertirá el inicio de la nueva ronda de especulación, que tarde o temprano dividirá otra vez al mundo.
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