Sunday, 2 August 2015

Berlín, ¿la nueva Roma?


‘‘Europa es un monumento a la vanidad cuyo inevitable destino es el fracaso’’


Margaret Thatcher (1925-2013) Exprimer ministra del Reino Unido

En un sentido puede entenderse al dominio germano como una nueva Roma, esto si tomamos en cuenta la convulsionada historia europea.

Al final no importa si son la religión organizada o las finanzas las que determinan las relaciones de poder. Lo que importa es quién detenta la autoridad, y cómo ésta organiza a la colectividad y sus destinos.

No es la primera vez que Alemania aventaja a sus competidores. De hecho, el personaje que la historia reconoce como el que puso fin al Imperio romano es Odoacro, líder militar germano que depuso al último emperador romano, Rómulo Augústulo en 476.

Unos siglos después se dio la consolidación del Sacro Imperio Romano en lo que hoy es Alemania, ente sociopolítico que puso a temblar hasta al mismísimo Vaticano, el cual a regañadientes tuvo que aceptar el poderío del norte.

De Alemania misma surge Martín Lutero, sacerdote ‘rebelde’ que puso en entredicho al discurso católico, y que de alguna manera abrió las compuertas ideológicas para el surgimiento del capitalismo.

Y qué decir de Bismarck y la unificación alemana, la cual amalgamó esas fuerzas dispares que no habían logrado conjuntarse. Fue tanta la energía y el poderío que emanó de aquel estadista, que prácticamente el resto de Europa y los EUA se pusieron a temblar.

El Siglo XX está todavía fresco en nuestra memoria, ya que se nos indoctrinó a pensar que el malo de la pelicula era Berlín, pues según la version ‘oficial’, este enemigo declarado lanzó dos guerras mundiales.

Digan lo que digan, la verdad es que a Alemania nunca se ha sometido a los designios de nadie, y es por eso que Adolf Hitler nacionalizó la moneda, arrebatándosela a la mafia privada que la controlaba antes de la guerra.

Este contexto nos ayuda a entender cómo las luchas del poder del pasado siguen vigentes en la actualidad. En esta vena, Berlín aprovechó la iniciativa financiera del proyecto del euro para consolidar su posición económica y política al frente del viejo continente. Para muchos, este ‘sacro orden’ contemporáneo es no menos que una imposición imperial, una nueva versión de la Roma antigua, con sus debidas acepciones.

Lo que sí es cierto es que los germanos se aseguraron en la cima del sistema de usura, deuda e inflación, del cual escaparon en la década de los 30. Por eso es que ahora nadie puede negociar con ellos, ya que son la base de eso mismo que a todos nos afecta.

Es obvio que su profunda cultura del trabajo y sus avances tecnológicos la han catapultado, pero también lo es que eso le facilitó el control de las principales instituciones europeas, entre ellas las bancarias. Simplemente se privatizó la forma de hacer las cosas a la usanza neoliberal, y aunque el concepto de lo público es algo todavía fundamental para la sociedad, hay muchos sectores que ya responden a la centralización de los intereses financieros. El mejor ejemplo es la destrucción del costoso Estado de bienestar del que antes gozaban las mayorías continentales.

Ayer fueron las directrices católicas y la homologación de la cultura de las provincias del reino las que se restringían a una élite. Hoy son las finanzas y las decisiones políticas de la Unión Europea (UE) las que dependen de pocos. 

Uno de los puntos clave del proyecto de la UE era gradualmente ir fusionando la cultura de las naciones invitadas, para con ello irse asemejando al súper estado de los EUA. Esto se volvió imposible desde que los imbalances en productividad y deuda fueron sometiendo a los griegos, portugueses, españoles, irlandeses, y aunque usted no lo crea a los franceses, a los imperativos de Berlín.

Ulteriormente la UE no se viene abajo nada más por las enormes diferencias socioeconómicas y el dogma cuasi religioso de la austeridad. También sucumbe porque a nadie le gusta ser dirigido por algunas cuantas manos de una cultura ajena, y menos cuando éstas manejan casi todas las palancas de la supuesta operación colectiva.

Lo que llevó a Europa a modernizarse fue la transformación individual de sus naciones, las cuales, desde su propia trinchera, cuestionaron al absolutismo religioso que a la fuerza los reunía a todos.

Al parecer, ahora tendrán que ser de nuevo los actores individuales, que más que tratar de modificar la mentalidad de los alemanes deberán ofrecer alternativas reales a los desposeídos, para que todos en conjunto puedan continuar escribiendo la narrativa del cambio.

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