‘‘Cuando se alía con el poder político, la religión aumenta su poder sobre unos cuantos, pero pierde la esperanza de reinar sobre todos’’
Alexis de Tocqueville (1805-1859) Filósofo francés
La visita del Papa a México cumple con todas las características de un evento politizado.
Mucho se discutió sobre la posibilidad de que el Papa se encontrase con los familiares de los 43 estudiantes fallecidos en Ayotzinapa. Hay algunos que dicen que dicho encuentro es imprescindible, de acuerdo a la gravedad de un asunto que no ha logrado sanar de la consciencia colectiva mexicana. Por otro lado, hay quienes aseveran que el Papa confrontaría directamente el Estado, entidad que le invitó originalmente.
Más allá de la discusión, el encuentro entre el jerarca de la Iglesia Católica y los familiares de las víctimas sí sentaría un precedente simbólico de corte humanitario. Esto porque existen muchas otras comunidades en el país con desaparecidos cuyo eco no ha sido escuchado por el Estado. Ulteriormente, si la reunión entre el Papa y las familias de los 'olvidados' se suscita, ésta pudiera ayudar moralmente a una sociedad que se mantiene azotada por la violencia.
Eso sí, independientemente de que el Papa haga o no su 'santa' parada en Ayotzinapa, su presencia en México será una politizada.
Primero que nada Francisco no viene por voluntad propia o institucional, si no 'subcontratado' por una burocracia ajena al Vaticano.
Segundo, es politizada porque la visita 'acciona' a esta figura papal en particular, la cual fue investida de poder eclesiástico por varias razones.
Encabezando dichas razones está su origen argentino, lo que le asegura el dominio de la lengua de las mayorías latinoamericanas.
De aquí se desprende la siguiente y fundamental razón, que tiene que ver con la urgencia de la Iglesia por tratar de mantener su 'mercado latino de creyentes', ante el incesante embate de las iglesias evangélicas y demás sectarismos protestantes.
Por otro lado, el Estado mexicano requiere del soporte del 'monopolio ético' de la Iglesia, para tratar de llenar, por lo menos temporalmente, el vacío de la crisis socioeconómica. Los pobres y el descontento social van en aumento, por lo que el Estado considera que el Papa logrará apaciguar a las masas.
El Papado, en su versión Francisco I, cumple –desde el punto de vista del catolicismo organizado– con tres elementos determinantes. Es antes que nada franciscano en nombre de la austeridad y los pobres. También es jesuita, símbolo de un progresismo moderno, que en todo caso es ahora domado y dosificado por el Vaticano. Finalmente es telegénico y popular como Juan Pablo II, ambos personajes que aprovecharon muy bien su imagen para sacarle jugo a la era posmoderna de comunicación de masas.
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