Thursday, 23 October 2014

El señalado fugaz

“No merecemos al Presidente de la República que tenemos”


Elena Poniatowska (1932-) escritora mexicana


Responsabilizar a Enrique Pena Nieto de la situación del país es una perdida de tiempo y enfoque.

La democracia representativa que en teoría nos rige implica tener un líder electo, para ser llamado a cuentas periódicamente de acuerdo a su desempeño. En ese sentido el ejecutivo es como un director técnico, y la función de los poderes que existen en paralelo es contrapesarlo, siempre y cuando las cosas funcionen como dice el papel. 

De aquí emanan las justificaciones para el reclamo ciudadano hacia el Presidente, ya que la voluntad popular ciertamente es uno de los contrapesos más efectivos a nuestra disposición. El problema es que la democracia en nuestro país se ha desmejorado, debido a casos de flagrante corrupción como la evidenciada durante las últimas elecciones presidenciales. 

Sería muy fácil el cambiar de líder, pensando que con ello resolveríamos las cosas. La realidad es que nuestra problemática es estructural, por lo que un simple ajuste de cabeza no arreglará nada.

Lo que tenemos de facto es un sistema que busca perpetuarse a como de lugar, por lo que las elecciones `democráticas´ se han transformado en un circo. Candidatos y presidentes van y vienen, pero detrás de la parafernalia está la permanencia de una forma de hacer política que lleva siglos en el país.

Sabemos que las instituciones han perdido su lustre por tanta corrupción. La clave es entender que las está comprometiendo.

No es que haya que modificar los procesos o reglas que delimitan lo que somos, debemos vislumbrar el contorno del sistema que tiene acumulando tanto poder, que ni el fugaz  Presidente de la República pude detenerlo. Por eso creo que buscar culpables en personas, partidos e ideologías es inútil. 

La guerrillas y la inconformidad popular no son novedades en México. Lo importante es diferenciarlas de los narcotraficantes que asolan la campiña. No digo que no exista ninguna relación entre ellos, pero es fundamental distinguir sus objetivos para no generalizar el problema de la violencia bajo las mismas causas. El narco y el secuestrador fomentan la agresión para alcanzar la movilidad social que se le ha negado a las mayorías de este país. Por eso derrochan las riquezas que obtienen mediante los bienes y símbolos que le son comunes a las clases más acomodadas.

Las guerrillas, por su lado, han seguido metas distintas, que tradicionalmente han respondido a visiones marxistas-leninistas (o maoistas) de socialismo y comunismo, que aseguran son la mejor manera de obtener la justicia social. Su meta no es el derroche, si no la dignidad y el respeto como grupo.

Las guerrillas de la actualidad se rigen bajo códigos aparte de los ideológicos. Bien conocidas son las autodefensas y otros grupos paramilitares autoarmados, que se han organizado debido a la falta de seguridad, que un Estado ausente ha generado en partes del territorio nacional. Por otro lado, el caso Ayotzinapa y demás fosas comunes están catalizando a muchos a favor de la protesta y la insurgencia, desatando odios étnicos que  creíamos cicatrizados desde la revolución.

La inconformidad que está disparando la represión del Estado tiene motivos que deben ser analizados.

Lo primero a denotar es la profundización de la privatización de los bienes públicos de la sociedad, proceso que inició al instaurarse el neoliberalismo en la década de los ochenta, pero que se ha venido agudizando desde la firma del TLC. La rampante privatización de la vida social ha concentrado el poder en pocas manos, y aunque si ha habido crecimiento económico, éste se ha logrado con las espaldas de una clase trabajadora que no ha visto su poder adquisitivo crecer. El salario real no es mejor hoy que hace 30 años, especialmente si consideramos lo poco que puede adquirirse de la cada vez más inalcanzable canasta básica.

Y que decir de la subida en importación de alimentos, mismos que en el pasado eran proveídos por los agricultores que ahora se han echado a la calle en protesta. El estar comprando más del 40% de lo que comemos, por supuesta eficiencia macroeconómica, es un camino insostenible. 

En esa línea apunta la desigualdad económica que vemos. Nos hemos convertido en uno de los países más desiguales del mundo, y un mercado informal del 59% de la gente en edad de trabajar es un claro síntoma de ello. Finalmente, está la crisis económica de EUA y el cierre de la frontera debido a su profundo desempleo. Esto ha parado en seco la emigración y reducido las remesas, que aliviaban las tensiones de este lado de la frontera.

No debemos de cegarnos ante las realidades que experimentamos. Hemos convertido a la política en caja chica y a los recursos en monedas de cambio para los poderosos. El sistema neoliberal que nos aprisiona responde con los mecanismos violentos que ha venido implantando para defenderse. La represión es la única directriz que conoce.

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