Monday, 14 September 2009

Otra Vez Mas...

Otro año nuevo, y con ello el devenir de grandes expectativas. “!Este año dejare de fumar!”, “!Este año bajare de peso! En fin, todo se reduce a lograr cambios significativos en nuestro estilo de vida.

Sin tratar de generalizar a gran escala la realidad, los propósitos de año nuevo fracasan básicamente por dos motivos:

El primero es la excesiva aplicación de una dimensión temporal a nuestra vida, hecho que metafóricamente acaba convirtiéndose en un gendarme autoritario, el cual limita nuestra voluntad de hacer las cosas. En este sentido, el no seguir el programa estructurado temporalmente resulta en grandes frustraciones si los objetivos no se cumplen de acuerdo al plan trazado inicialmente. Esto no quiere decir que no existan los eventos que sigan una secuencia lógica. Lo único que resalta es la excesiva dependencia que tenemos en el tiempo para organizar nuestras vidas. Un ejemplo de esto se ve cuando estamos en octubre o noviembre, finales de año –como generalmente contemplamos a estos meses –, y no hemos hecho nada por ese “cambio de vida” que nos habíamos propuesto. En este caso pues ya mejor lo dejamos “pal año que entra” para ahora sí “comenzar bien el año”. Más ejemplos como éste abundan. Los podemos encontrar desde lapsos de tiempo cortos, como la vida frenética de fin de semana para “desquitar la semana pasada” y “empezar bien la otra”, hasta largos, donde encontramos los típicos viajes de fin de año que hacemos para “cerrar y empezar bien el año”.

El segundo motivo por el que fallan nuestros propósitos es porque nos hace falta efectuar un análisis más profundo y honesto de las motivaciones de cualquier cambio que deseamos. ¿Realmente quiero cambiar algo de mi vida? Y si es así, ¿Para qué? ¿a dónde me llevará este cambio? Este proceso conlleva el identificar hasta qué punto nuestro plan de cambio pudiese ser solamente la costumbre de hacerlo, o por qué no, ser sólo parte de la práctica de una manada de personas que se someten a las mismas ideas, y que también por costumbre las aplican en fechas idénticas y de manera simultánea. Para estos últimos el fracaso de lo propuesto no importa si el grupo en general también no cumplió con los objetivos. “¡No importa que no haya dejado de beber, si como quiera todos seguimos haciéndolo por igual!”.

En el papel, ambas problemáticas, la excesiva aplicación de la dimensión temporal y la falta de claridad en nuestros motivos, parecen fáciles de corregir. La verdad es que la primera se convierte en la más difícil de superar por el hecho de que para coordinar los esfuerzos humanos colectivos es necesaria la aplicación de alguna variable que logre ordenar la vida, siendo la mejor el tiempo. El principal problema es que el mundo moderno se centra más en lo que hacemos en conjunto, que en el interés y el respeto de nuestro “tiempo personal”, por así decirlo. Ejemplo de esto son las mismas fechas “especiales” que utilizamos para conmemorar eventos significativos de nuestras vidas como el Día de las Madres y Halloween, hasta la misma Navidad y Año Nuevo. Estas celebraciones por lo general se han desviado de su verdadero sentido para terminar siendo fechas que marcan los ciclos de consumo que estructuran nuestras vidas socio-económicas, al grado que hemos convertido parte de nuestra cultura en un fetiche comercial. El caso óptimo es la absurda celebración del 14 de febrero como Día de el Amor y la Amistad, mismas virtudes que deben de ser comprobadas como mínimo con el obsequio de alguna tarjeta rosa, o por qué no, algún diamante con forma de corazón. Tanto consumismo nos hace cementar lo repetitiva y cíclica que parece la vida.

Caminos alternos existen y no necesariamente los más radicales. En este sentido, no se trata de acabar con el árbol de navidad para cambiar las esferas, si no que se trata de que cada esfera brille y gire sobre su propio eje, y por ende logre que en suma el árbol luzca más hermoso. Esto quiere decir que no nos sometemos completamente a las rutinas que marca la sociedad, pero tampoco nos sumergimos en el aislamiento y el olvido. Paradójicamente, lo que nos rescata de todo esto sigue siendo la rutina, pero lo que hacemos es sincronizarla a nuestros propios tiempos naturales y expectativas de lo que creemos prioritario, y no nos dejamos llevar por esa vorágine de prácticas sociales que ahogan al individuo más bien intencionado, pero que no es lo suficientemente hábil para prestarse a bailar sólo unos cuantas piezas de ese confuso son.



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